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 Por Domingo Aguilera. Diciembre 2021

 Sabemos que María es la madre de Jesús por obra y gracia del Espíritu Santo. Pero José parece como un añadido a ese matrimonio. Afirmación que sería cierta si María y José no estuvieran realmente casados, sino que sólo lo estuvieran legalmente. 

Sabemos que el matrimonio católico sólo se realiza plenamente, se hace indisoluble, cuando se consuma. Y María y José no consumaron el matrimonio. Entonces ¿no estuvieron casados sino sólo legalmente? 

Para entender la figura de José como padre, es necesario entender primero que José se enamora “locamente” de María. Se enamora de una mujer “de carne y hueso” que además es muy bella, la mujer más bella del mundo en el sentido más amplio de la palabra. Es un amor real entre ambos y completo, no un sucedáneo, “que mediante la renuncia al deleite se mantuvo intacto como deseo, y les llevó a cumplir una tarea que era claramente superior a sus fuerzas: ser padre y madre del Hijo de Dios” (Ser padres con San José. Fabrice Hadjadj. Magnificat 2021). Aquí conviene entender “deseo” según la primera acepción de la RAE, que dice que es  un “movimiento afectivo hacia algo que se apetece” y  además tener en cuenta que siendo muy importante el deseo, la plenitud es el amor. José fue un varón de deseos que amó a María en plenitud, prescindiendo del deleite, con todas sus fuerzas y con toda su alma. 

Dios Padre en su Divina providencia quiso que su Hijo se encarnara en el seno de una virgen casada, no soltera. Dispuso que Jesús como verdadero hombre, fuera también el fruto del amor de un hombre y una mujer, de un amor verdadero, no de un contrato destinado a preservar el orden farisaico. Y por eso, primero José y María se enamoran, se casan y posteriormente Dios Padre envía al arcángel Gabriel. 

San Josemaría contemplaba a José como un joven hebreo con virtudes humanas, bien parecido y con virtudes sobrenaturales. Y lo contempla así precisamente porque la virtud de la castidad es para vivirla cuando se tiene virilidad, no para cuando el varón está decrépito. Y para afirmar que se puede amar y mucho, viviendo la continencia. Y por supuesto en el matrimonio. 

La concepción de Jesús es un milagro. Procede exclusivamente del Espíritu Santo, permaneciendo  María siempre Virgen. Y como hemos visto en artículos anteriores el milagro no es irracional, sino la suspensión o cambio temporal de una regla por el Creador de las reglas. No es difícil comprender que quien hace la mayor puede hacer la menor. Si los científicos tratan de obtener la vida mezclando óvulos y gametos y cambiando ADNs, ¿no podrá Dios cambiar un cromosoma? Toda la teoría de la evolución se basa en saltos aleatorios en las combinaciones de los cromosomas. Admitimos sin pestañear que la “casualidad” el caos,  da origen a la evolución mediante millones de excepciones y ¿no damos crédito a que el dueño del Universo y de la vida haga una excepción, sólo una, mediante una acción directa? Por esa intervención divina José se convierte en padre de Jesús, no por la fuerza de la naturaleza, y por lo tanto, esa intervención divina le adjudica el título de padre de forma propia y más intensa que la de cualquier padre biológico. 

José por vivir de forma excelsa la virtud de la castidad abarca la belleza del amor humano en su plenitud. Juan, el discípulo amado, por su castidad también tiene la finura de espíritu suficiente para recibir a María “en su casa”.

La santa pureza, como le gustaba a San Josemaría llamar a esta virtud, no es para almas pusilánimes sino para las almas grandes. Sin ella no se puede volar, el alma tiene demasiado peso. Virtud que tienen que vivir los célibes y los casados. Las relaciones en el matrimonio han de ser donales, no fruto del egoísmo, y así son queridas por Dios y elevadas a la categoría redentora por el sacramento del matrimonio. Otra cosa es que por el pecado de Adán y Eva, el placer distorsione los fines y medios de nuestras acciones. Pero al principio no fue así. “Y vio Dios todo lo que había creado y era muy bueno” (Gn: 1, 31). 

En San Agustín, en su sermón 51, encontramos esta notable observación: “Si María unió la maternidad y la virginidad, ¿por qué José, permaneciendo virgen, no habría podido ser padre?”

El hombre, ha de respetar su cuerpo, no sólo porque es el envoltorio del alma, sino porque Dios vio que era muy bueno y muy bello. Y en este punto los cristianos tenemos que dar testimonio y mostrar la belleza del pudor y de la modestia, que es tener un cuidado exquisito y admiración por el frágil tesoro que Dios nos ha dado. 

Vamos a ver con un poco más de detalle las relaciones que se generan en la familia y fijarnos especialmente en el “papel” del padre. 

Para un hijo la maternidad es una relación distinta de la paternidad. Ambas generan en el hijo una relación de filiación. Filiación al padre y filiación a la madre. Vamos a ver las diferencias: 

  1. La maternidad implica una metamorfosis de la madre, que mantiene durante nueve meses al embrión en su seno materno, y continúa los primeros meses o años con una clara dependencia de la madre. 
  1. La paternidad no cambia el cuerpo del varón, mientras que el acto de paternidad consiste fundamentalmente en un acto de reconocimiento y legitimación. Tradicionalmente, el padre es aquel que es señalado por la madre como tal y que confiere al hijo la línea de descendencia. Por eso en los evangelios sinópticos se “mezclan” en la genealogía a María y José, (*) para que Jesús reciba del padre, el reconocimiento de pertenencia al pueblo judío. 

En el artículo “José, varón justo” de esta web, https://www.amigosdelavirgen.org/noticias/9-home/427-jose-el-varon-justo-ii  cuando Jesús se pierde en el templo vemos cómo María es quién le recrimina a Jesús su comportamiento diciéndole “tu padre y yo, angustiados, te buscábamos (Lc: 2, 49) y no dice: José y yo, angustiados… María reconoce que José es padre de Jesús. 

Además José, por indicación del ángel, le pone el nombre que este le indica. Nombrar es poseer. Dios ordenó a Adán y Eva que pusieran nombres a los animales y árboles que había en el paraíso para que tomasen posesión de ellos. El poder de la Palabra en el Antiguo Testamento es básico para entender la Redención. Así, Juan dice “Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn: 1, 14). José al ponerle el nombre de Jesús actúa por mandato de Dios Padre y en su nombre toma posesión de su hijo. 

El papel del padre es ayudar al niño a ser independiente, según Freud, y para ello ha de ir separándolo de su madre, a la que permanece muy unido tanto en el alimento como en su crecimiento. 

Es el padre el que irá enseñándole a moverse y crecer como persona autónoma y libre. José le enseñará a Jesús una profesión y así será reconocido por sus coetáneos como “el hijo del artesano” y como judíos piadosos, junto a María, los tres recitarían las Escrituras. Salmos que después Jesús recitará de memoria a lo largo de su vida pública.

 José como varón de deseos viene a corregir el apetito del placer, que siendo puesto por Dios está afectado por el pecado original y nos confirma que para conseguir los mayores deseos  no podemos estar guiados por los placeres, sino que ha de ser al contrario. Si se cumplen nuestros rectos deseos y hay placer, estupendo, pero nunca debemos guiarnos por lo placentero. Cortos deseo y pequeños amores, serán aquellos que estén guiados por el placer. Los santos cuando están muy cerca de Dios y sufren mucho, nunca truecan los dolores por estar cerca de Él. A Jacinta cuando en el hospital estaba sola y sufría mucho, María se le aparece y le propone acortar los dolores que había ofrecido por la salvación de los pecadores. Y Jacinta, una niña, dice que no. Su amor a Jesús es más grande que el dolor. Lo que más le duele a Jacinta es no estar con la Virgen. 

Ese es el mensaje por el que José y María abolen, con su matrimonio,  la segunda parte de la maldición a Eva: “Hacia tu marido tu instinto te empujará y él te dominará” (Gn: 3, 14-15). Y como puntualicé en anteriores artículos, esa abolición es la esencia del matrimonio en la fe. 

Que nuestra madre la Iglesia haya puesto la consumación del matrimonio como condición  para la validez del matrimonio de los católicos, no contradice lo anterior si añadimos que la esencia del matrimonio es dar vida. En ambos casos el matrimonio está abierto a, y es su fin propio, dar vida. El matrimonio de María y José no sólo es verdadero matrimonio sino que es pleno y modelo para el matrimonio en la fe. Da Vida y nos enseña que el matrimonio en la fe es muy grande, muy grande. 

La Iglesia actúa en la historia para los hombres, y como buena madre ilumina a sus hijos que a veces perdemos la visión de lo bueno, verdadero y bello. Con su sencillez nos tranquiliza y consuela. 

José también quiere ser padre de los hijos de María, quiere ejercer su paternidad desde el silencio, desde el deseo, ayudándonos a ser buenos hijos de María e hijos del Padre en el Hijo, con la vida interior.

Y así, José se nos presenta como el mejor modelo de padre. Todo un reto.

 

(*) Scott Hann  en su libro “Hail, Holy Queen”, aclara una “anomalía” de la genealogía de Jesús. Por tradición los judíos transmiten su genealogía a través de los varones. San Mateo en su genealogía introduce cuatro mujeres: Tamar una cananea que tuvo relaciones sexuales con su padre legal, Rahab una prostituta cananea,  Rut una mohabita (pagana) y Bathsheba la mujer de Urías, el hitita, que cometió adulterio con el rey David. De esta última unión nació Salomón.

San Mateo realiza una sabia anotación en los ancestros de Jesús, introduciendo mujeres paganas (y de “dudosa” reputación), cortando así los argumentos que pudieran cuestionar la legalidad del Mesías, al tener este una concepción virginal. La costumbre judía era llamar “hijo de” su padre y solo una persona de padre desconocido podía llamarse “hijo de” su madre. Sin embargo San Mateo pone “hijo de María” en su genealogía y esto podría llevar a los coetáneos de Mateo al escándalo y a decir que el Mesías no era hijo de David

Claro que siendo Salomón el prototipo de hijo de David, ya habría perdido por cuatro veces la legitimidad de hijo de David. Y Salomón y Jesús tienen los mismos ancestros.

Sin la línea Davídica, ni el reino, ni la promesa, nadie podría entender la venida de Cristo. Con esta aclaración se puede compaginar la descendencia de David, con la profecía de Isaías sobre la concepción virginal del Mesías.

No entender la genealogía de San Mateo en este sentido, lleva a asignar a José solo un papel legal desvinculado de la paternidad real. Y esto pudo haber sido así en épocas pretéritas.