Por Domingo Aguilera. Enero de 2022
Para comenzar el año con María y con José os envío un artículo muy adecuado a estas fechas.
En el anterior artículo vimos como San Mateo deja claro que Jesús es “hijo de María” y que desciende de David, a través de José, como heredero de la Promesa. Alonso Gómez Fernández en su libro “Tras las huellas de José”, apunta un dato muy significativo “de los cuarenta y dos padres citados en la genealogía, sólo José no engendra; de las cinco madres evocadas solo María no hace referencia a su esposo para dar a luz a su hijo”.
“Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús llamado Cristo” (Mat: 1, 16). Otro Jacob, que engendró doce hijos, llamó José a uno de ellos y este José salvó a su pueblo de una gran hambruna siendo el asesor del Faraón y figura del Siervo lleno del “Espíritu del Señor”. Luego nos dice que “La generación de Jesucristo fue así: María, su madre, estaba desposada con José, y antes de que conviviesen se encontró con que había concebido en su seno por obra del Espíritu Santo” (Mat: 1, 18).
Como ya indiqué en otro artículo el “se encontró” es una expresión que solo indica que José no engendró a Jesucristo y no da más detalles. Interpretaciones en el sentido de que José se sorprendió al ver, al comprobar, que María estaba embarazada, es negada por otros como McHugh que es partidario de que el versículo 18 tiene el sentido natural de que José oyó de María que había concebido un hijo por obra del Espíritu Santo. Refuerza esta línea saber que José no es un añadido a María para defenderla de una posible agresión de los judíos, sino que es pieza fundamental en los planes eternos de Yahvé para la redención del género humano. Entonces ¿Cuál fue el día más feliz de José?
Lo que sabemos es que Jesucristo con su Encarnación inaugura un orden nuevo y abole el viejo. Abole todos los elementos cultuales judíos para poner los nuevos sacramentos: El bautismo en espíritu, el sacerdocio que deja de ser hereditario para pasar a ser una llamada y el matrimonio hebreo que pasa a ser el matrimonio de María y José. Y como Jesús abre la puerta del Nuevo Testamento, debe nacer y ser engendrado en el Nuevo Testamento.
Así como decimos que una persona lo es desde su concepción, así podemos decir que el Nuevo Testamento “comienza”, tiene sus prolegómenos inmediatos, en el amor humano de María y José, que se casan y crean una familia de dos personas excelsas, abiertas a la vida, y en la cual el Espíritu Santo forma su morada en el vientre de María.
José que es un patriarca del Antiguo Testamento, es llamado por Dios para cerrarlo y para abrir el Nuevo, aceptando tomar al Hijo de María como su propio hijo. Eso le rompe. Un ángel le conforta “no temas José hijo de David”. Le dice “no temas” igual que a María y esta es la única vez en el Nuevo testamento que el título de “hijo de David”, que sólo se aplica al Mesías, se aplica a una persona.
Toda la larga espera del pueblo elegido se hace realidad. Y como José y María no han puesto obstáculos al querer divino, nace el Mesías.
Marcos y Juan no mencionan a José en el nacimiento. Lucas menciona a José después de contarnos el nacimiento e infancia de Juan Bautista. “En el sexto mes fue enviado el ángel Gabriel de parte de Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David. La virgen se llamaba María” (Lc: 1, 26).
San Mateo sin embargo es muy parco al explicar el nacimiento de Jesús. “Al despertarse, José hizo lo que el ángel del Señor le había ordenado, y recibió a su esposa. Y, sin que la hubiera conocido, dio ella a luz un hijo; y le puso por nombre Jesús” (Mt: 1, 24-25).
San Lucas cuenta el Nacimiento con más detalle. “En aquellos días se promulgó un edicto de César Augusto, para que se empadronase todo el mundo….José, como era de la casa y familia de David, subió desde Nazaret, ciudad de Galilea, a la ciudad de David llamada Belén, en Judea, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta. Y cuando ellos se encontraban allí, le llegó la hora del parto, y dio a luz a su hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el aposento.” (Lc: 2, 1-7)
José va con María a Belén. Ella está grávida y en los últimos meses del embarazo por lo que le cuesta más moverse. Van a empadronarse a la ciudad de David. Empadronarse en un censo para un judío era un acto impuro y José, que conocía muy bien las escrituras, conocía además los males que atrajo al pueblo escogido la decisión de su antepasado David, cuando ordenó el censo. Es muy probable que José y María se empadronasen después del parto, por la premura del mismo, y que por lo tanto empadronasen al Niño. Un tal Jesús, hijo de José, que aparecerá entre miles y miles de nombres judíos y que para un estadístico será un número sin importancia, ése es el Salvador de la humanidad. La obediencia de José cumple los designios divinos y así el Hijo nace de unos padres empadronados en la ciudad de David. Vemos como la historia de la salvación se construye con pequeños detalles de obediencia.
Jesús nace judío y de la familia de David, con un testimonio claro e inequívoco de ello. Además era el primogénito, el primero. San Lucas señala explícitamente que es el primero. Detalle importante porque el primogénito era el receptor de la Promesa. Primero y único, pero Primero. Primogénito de todas las naciones.
“porque no había lugar para ellos en el aposento”. Los pueblos semitas se acomodaban fundamentalmente en las casas de sus parientes. Las posadas eran para los extranjeros. José y María no eran extranjeros y tendrían parientes en esa ciudad, aunque quizás tuvo que buscar aposento fuera de sus parientes. Me gusta el término aposento porque es más genérico que posada e indica que no había lugar adecuado en la tierra para el nacimiento del Mesías. José y María ponen el lugar adecuado con su entrega. Por eso buscan un lugar íntimo y no admiten quizás la sala más digna de una mansión familiar. El Salvador tiene que venir rodeado de amor, sin mezcla de medios humanos. Sólo el cielo y José asisten al alumbramiento de María. Qué impresión más sobrenatural sería esta para José. Ya estaba pleno en su paternidad. Confirmado no por un ángel sino directamente por Dios Padre y por el Espíritu Santo, por su fe. Ni ojo vio ni oído oyó. ¡Qué día más feliz!
Con que reverencia tomaría José a su hijo en sus brazos. Con que delicadeza le limpiaría y cómo le cubriría de besos. Cómo palpitaría su corazón para sentir los latidos del corazoncito del Salvador. Qué momento más extraordinariamente feliz.
Con que veneración se inclinaría ante Él, cuando María lo tuviese en sus brazos y cómo clavaria sus ojos en los ojos de su hijo. Ese que venía a la tierra para morir en una cruz.
La casa donde nació el Mesías sería una casa con un anexo para las mulas, porque en Lucas leemos que los pastores “fueron presurosos y encontraron a María y a José y al niño reclinado en un pesebre” (Lc: 2, 16). Y sin embargo los Magos “entrando en la casa, vieron al niño con María, su madre, y postrándose le adoraron” (Mt: 2, 11).
Los pastores encuentran a José con María y el Niño. Cuando vienen los Magos solo encuentran al niño con María, entonces ¿dónde está José? Es muy extraño que no estuviese con María y con el Niño cuando se acerca a su casa una caravana ruidosa. Aunque es muy probable que si estuviese con ellos, como Marta estaba con Jesús. Estaría sirviéndoles como a reyes y como era costumbre en Israel, ofreciéndoles los mejores manjares que tuviese y preparando con mucho mimo y detalle la mesa. Y dejando que los protagonistas fuesen la Madre y el Niño, que eran la Reina y el Rey.
Cuando Abraham recibe a tres misteriosos visitantes va a buscar agua, harina y carne de ternera. Y ellos le obsequian con delicatesen; son ricos. Los ricos pagan los servicios. Los pobres de corazón ofrecen lo mejor a los demás. Son serviciales y servir para ellos es un honor. Como José, que sirvió. Y Jesús en su predicación también clamará que Él no ha venido a ser servido sino a servir.
José se pone a servir con una sonrisa, haciendo que la estancia de los Magos fuese inolvidable para ellos e inolvidable para él.
Jesús, su hijo, es reconocido como Rey por los reyes. Su mujer como Reina. ¿Cabe mayor alegría? José está feliz, muy feliz, plenamente feliz.