Por Domingo Aguilera. Marzo 2021
Sabemos que José se fue al cielo joven. No sabemos, al menos yo, porqué José se va al cielo joven, y sin carro de fuego, al contrario, en absoluto silencio e intimidad. Quizás lo podremos intuir en estas próximas líneas.
Sabemos que María, ya encinta, se va a visitar a su pariente Isabel. No nos dice el evangelio como fue o con quien fue María a las montañas de Judá. Era un viaje especialmente peligroso y parece muy difícil creer que María se fuese sola o con una caravana en un viaje tan largo. José no lo permitiría, porque su Padre Dios le había ordenado que cuidase del Niño y de María. José era joven y fuerte, y quizás acompañó a María a casa de Isabel, regresó a Nazaret a trabajar y volvería pasados unos tres meses a por ella. No podía, ni quería dejarla sola. Alguno de nosotros ¿habría hecho lo contrario?
No sabemos si José estuvo presente en el momento del Magníficat, pienso que sí. Porque José que era la fortaleza de María, puesto por Dios, debía conocer mejor a María día a día. Y el hecho merece la pena, ya que así lo reseñan los evangelios. Esta era la primera acción directa de Jesús, todavía en el seno de María: Santificar al Precursor, quitarle el pecado original. José necesita ir aprendiendo, paso a paso, la grandeza de su misión y este es el primer paso. Después la grandeza de la misión de su esposa y la grandeza del Mesías.
Sabemos que José está presente en el viaje a Belén. Cabe preguntarse lo que le costaría a José llevar a María ya grávida, por unos caminos de tierra, con penurias, cansancio, pasando sed, hambre y frío, para empadronarse en Belén. Pensándolo fríamente, ¿qué más daba uno más que uno menos? y además, José podía haber pensado que era para darle munición al enemigo romano. Pero que importante fue ese viaje, que hizo buenas las profecías y así Jesús entró en la historia del pueblo judío y por ende en la historia de toda la humanidad. “En aquellos días se promulgó un edicto de César Augusto…” y José decidió ir a Belén a empadronarse,… con María grávida.
Sabemos que no hubo posada para ellos. Quizás porque José no quiso exponer a María a ninguna vista humana. Sabía que el nacimiento del Mesías, sería el momento más íntimo de María con el cielo: con El Padre y el Espíritu Santo en plenitud y con todos los ángeles contemplándolo. El momento en el que el Hijo se presentaba a la humanidad.
José prepararía un lugar apartado, si, un lugar donde habitaban animales, sí, pero un lugar limpio. Él con sus manos lo preparó. Y cuando María tuvo al hijo, pienso que sin ayuda de nadie, o ¿quizás del propio José?, aunque Ana Catalina Emmerik dice que vio a una mujer que la ayudó en el parto, entonces sí, entonces se lo presentó primero a José y luego a los pastores y después a los Magos representando a los gentiles.
Pero ¿quién fue el primero que tuvo el cuerpo de Jesús en sus manos al llegar a este mundo?, ¿quién lo limpiaría?, ¿una partera? Ana Catalina no sabía un dato importante: el dogma de la Inmaculada Concepción que implica que María no podía sufrir la maldición de Yahvé a la mujer, el dolor en el parto, porque Ella fue concebida sin pecado original. Además esta fue una visión borrosa, como decía Ana Catalina.
Sabemos que fue a Egipto. Porque nada más salir los Magos de Belén, recibe otro mensaje en un sueño (Mateo 2, 13). Tiene que abandonar la casa súbitamente, como si fuese un incendio. En plena noche. Su única preocupación: María y el Niño. María no dice nada y obedece al sueño de José. Qué duro sería el camino hasta Egipto, con prisa y sin decir nada a nadie, y qué dura tuvo que ser la permanencia en esa tierra, donde no pudo tener la ayuda de sus correligionarios, para no ser delatados. Distinta lengua y sitios discretos, donde las oportunidades de trabajo no serían las mejores. Más tarde, en otro sueño, el ángel le dice que ya ha muerto quien quería matar al niño y que puede regresar a Judea. “Tomó al niño y a su madre y volvió a Israel” (Mat 2, 21, 22). Pero como José se enteró que Arquelao, hijo de Herodes, reinaba en Judea, volvió a Nazaret. Y vuelta a empezar con el trabajo, porque ya habría otro que ocupó su puesto cuando él se marchó a Belén.
A José, el ángel solo se le aparece en sueños. Pero tiene que tomar decisiones muy duras, reales, aunque él las ve en sueños. Se juega su vida y pone en peligro la del Niño y María, por un sueño. Tiene fe, confía en Dios y pone todo su ser en aquello que Él le insinúa. Ese es José… Y esa es María obedeciendo los sueños de José sin decir nada, ni tan siquiera preguntar.
Sabemos que sube a Jerusalén para acompañar a María y ofrecer un par de tórtolas por su purificación. Qué poco le parecerían un par de tórtolas para ofrecérselas a Dios y sin embargo cuanto le parecerían para María que no necesitaba purificarse. Y no tenían dinero. Pero no hay quejas. Y vuelve al templo con María, para ofrecer a su primogénito a Dios. Allí asiste como testigo a la profecía de Simeón y se entera de lo que espera a su amadísima esposa, en el futuro. ¿Qué pensaría? José no puede hacer nada para evitarlo, ni aminorarlo. Nada. José va viendo poco a poco, con mucho dolor, cuánto cuesta la Redención. Él tiene que poner a su mujer y a su hijo a disposición de Dios, sin poderles ayudar. Como Abraham con Isaac, “padre, yo llevo la leña, pero ¿dónde está el cordero?”.
Qué papel más difícil… Y cuanta fe.
Sabemos que sube a Jerusalén para la fiesta de la Pascua cuando Jesús ya es un adolescente. Allí pierden a Jesús. María sufrió mucho, “Mira que tu padre y yo, angustiados, te buscábamos (Luc 2, 48 y 49). Pero ¿y José? A él Dios le ha dado el mandato directo y explícito de cuidar al Niño. Lo “único” que Dios le pide y él lo ha perdido.
Me encanta la delicadeza de José, porque cuando tiene que corregir al Mesías, lo hace a través de María. Él sabe que María es la Madre del Mesías y que él no es el padre del Mesías. Y la delicadeza de María, que no dice “José y yo angustiados…” sino “tu padre y yo” porque José es padre de Jesús por el amor que tiene a María, que Dios ha puesto en su corazón.
Además Jesús no les pide perdón sino que les reprocha “Y él les dijo: ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que es necesario que yo esté en las cosas de mi Padre? Ellos no comprendieron lo que les decía“. Pero lo aceptaron con fe. La distancia de Jesús con ellos es infinita.
A continuación el evangelio nos dice: “bajó con ellos, vino a Nazaret y Jesús les estaba sujeto”. Jesús, Dios todopoderoso, se someterá a José en todo lo que este le diga. ¿Cómo trataría José a Jesús? Porque José tenía que formar las virtudes humanas de Jesús: El tono humano. Ese tono humano, ese hablar que deja sin argumentos a sus enemigos y que atrae a tantos seguidores. Ese tono humano, es fruto de la educación de José y de María. Y que Jesús sea conocido como “el hijo del artesano” es también fruto de esa educación.
Cuando se dice que Jesús crecía en edad, sabiduría y gracia ante Dios y ante los hombres, ahí está José.
Y ya no sabemos más.
Siempre me ha impresionado que José, varón joven y fuerte, no cumpliese los cincuenta años en esta tierra. En las bodas de Caná ya no está. Los grandes patriarcas habían vivido muchos años y en su vejez hicieron grandes cosas, algunos como Zacarías engendrar a Juan. Si José es el mayor Patriarca del Viejo Testamento ¿cómo es que no hace grandes cosas en su madurez ni en su vejez, que no existe?, ¿le habrá abandonado Yahvé?. El lector ya ha adivinado que no, porque José es el último Patriarca del Viejo Testamento y tiene que romperse, que desaparecer, para alumbrar ese nuevo Patrocinio, que al igual que el de Abraham, sus hijos serán más numerosos que las arenas del mar. José participa de la misma fe que hizo grande a Abraham y a todos los Patriarcas del Viejo Testamento, y además puso toda su vida para cumplir los planes de Dios entrando en la Alianza del Nuevo Testamento, mediante la alianza matrimonial con María.
¿Por qué José murió joven? No lo sabemos, pero parece muy lógico que él comiese las “raspas” para alimentar al Niño cuando la comida escasease. Parece muy lógico que tuviese que trabajar muchas horas al día y parece muy lógico que tuviese lo que nosotros llamamos “estrés”, no porque tuviese angustia de nada, sino porque ejercitó la mortificación corporal en grado sumo. Murió, probablemente, desgastado, consumido totalmente y a mí, me parece, que Jesús, además, le compensó llevándoselo al cielo antes de que José le viese morir en la cruz, porque entonces, el dolor de José traspasaría los límites humanos, cuando él ya no pudiese defender a Jesús de los judíos.
Porque con nuestra lógica, José podría haber sido la gran ayuda para Jesús en su misión y ser el cabeza de los apóstoles. Podría haber sido el primer Papa. Podría haber sido…. José, el varón justo, no está. “Si el grano de trigo no muere…”
Pero su historia tiene el mejor final del mundo, jamás soñado. Morir rodeado de su queridísima esposa y con Jesús. ¡¡¡Qué muerte tan sublime!!!
Con su muerte, que es la síntesis de toda su vida, nos da su última lección. José no será el nacido de mujer más grande de la historia, que lo es Juan Bautista, que nació sin pecado, pero sí el que mejor murió. Sabemos que María fue concebida sin pecado original, que Juan nació sin pecado original y que José… como los demás.
Pablo de Tarso recibe su vocación, con un fuerte impacto luminoso. José, se entrega al Señor, pero va descubriendo su vocación, que no es concreta, y la confirma en María. José tiene la semilla, puesta por Dios, del nuevo Matrimonio. Sabe cómo es el matrimonio de los redimidos: en la fe, que incluye el concepto de la mujer redimida. Y busca, reza y encuentra a María. Todo el camino de José es heroico, porque no ve como Pablo, sino poco a poco, en sueños, y eso le implica una vigilia del alma excepcional. Vive para su vocación.
Varón justo y quizás… ¿el nacido de mujer que mejor vivió su vocación, junto con María? Sí. El más fiel.
Nota: Aunque ya hay algunos artículos en este blog que hablan con más detalle de algunos aspectos de José, me parecía interesante disponer de este compendio en el año dedicado a San José.