Y María guardaba todas estas cosas en su corazón.(1)
Por Domingo Aguilera. Febrero 2020
En el capítulo 2 versículo 19, justo cuando los pastores acaban de adorar al Niño, San Lucas nos dice: ”María guardaba todas estas cosas ponderándolas en su corazón.” Y lo repite al final del mismo capítulo en el versículo 51 “bajó con ellos, vino a Nazaret y les estaba sujeto. Y su madre guardaba todas estas cosas en su corazón”
Y cabe preguntarnos ¿Qué cosas eran esas que María guardaba en su corazón? ¿Unos bonitos atardeceres? ¿Unas buenas tertulias con sus parientes?.... Lo veremos en varios capítulos.
Ahora vamos a situarnos en Nazaret el año 0 de nuestra era. El pueblo judío esperaba la llegada del Mesías. Los profetas y los signos de los tiempos así lo anunciaban. Toda Jerusalén bullía en habladurías y preguntas.
Miriam era una joven muy bella de la estirpe de David. Muy piadosa, extraordinariamente buena y profundamente conocedora de la Ley. Ella esperaba la venida del Mesías. Como la mayoría de sus amigas realizaría las labores del campo, ayudaría en las labores de la casa y jugaría con sus amigas . Sólo que Miriam había hecho un voto de castidad, como ofrenda a su amadísimo Padre, justo desde el momento de tener uso de razón. Con toda la libertad de un corazón puro y sin mancha del pecado original. (ver https://www.amigosdelavirgen.org/noticias/9-home/69-maria-hija-de-dios-padre ).
Cuando Miriam conoce a José su corazón da un vuelco y presiente que el Señor está actuando de forma especial en ese encuentro. Y cuando José le confirma su deseo de casarse con Ella, siendo plenamente consciente de su promesa de virginidad y que José no sólo lo respeta, sino que lo asume en toda su plenitud, con la fe de los Patriarcas, entonces, sabe que algo grande va a cambiar en su vida. Y confía en el Señor, se fía de El, de su llamada, y da el SI a José. Es el comienzo de su vocación como Nueva Eva.
La vocación no es la propuesta de la criatura a Dios, sino la propuesta de Dios a la criatura, que puede responder o no a ese llamamiento. La libertad,… ese grandísimo don que se nos otorga para el bien, pero que podemos utilizar para el mal, la libertad, que nos encumbra al amor más inmenso de Dios, o al fracaso más estrepitoso de la criatura.
El decreto divino de la Redención establecía que de una virgen de la estirpe de David, nacería el Mesías. Esto lo anunciaban los Profetas. Pero Dios, en su infinita sabiduría quiere que el Mesías nazca en el Matrimonio. Y esto es así porque, sólo cuando María estaba desposada, verdadera y plenamente casada con José, solo entonces el Verbo se hizo carne. Podía haberlo realizado al revés, primero la Anunciación y después haber puesto a José como ayuda a María. Pero no fue así y cómo nosotros debemos aprender del Señor, debemos buscar qué nos dice Él, al hacer así las cosas. Sugiero dos claves:
- La mujer es la parte insustituible y esencial de la Redención. (Por una mujer vino el pecado y por una mujer vino la gracia). No sólo la mujer como madre, que es insustituible y fundamental en la propagación de la fe, sino en sí misma.
- La grandeza del matrimonio en la fe. Un Dios Todopoderoso que quiere nacer en el matrimonio y se somete a la libertad de dos criaturas para realizar la Redención:
- La de un hombre justo, que podía haber dicho no a las condiciones que le imponía María, siendo José un perfecto conocedor de toda la tradición judaica sobre el matrimonio, y
- La de una doncella que da el SI a la propuesta de José, con plena libertad, fiándose de él.
La venida del Hijo a la tierra inaugura una nueva era, y de forma especial cambia radicalmente dos instituciones del Antiguo Testamento:
El orden sacerdotal. Ya no hay una tribu sacerdotal que transmite el sacerdocio, los levitas. (Que de hecho han desaparecido). En el nuevo orden, requiere de una vocación, una llamada personal. Y
El matrimonio en la fe. Inaugurado por José y María, basado en el consentimiento pleno, de igual a igual, y en la fe. Se abole aquella maldición que Yahvé dijo a Eva, “Hacia tu marido tu instinto te empujará y él te dominará. “ Gen 3, ,16.. José no dominará a María, la amará con todo el respeto del mundo. Y Ella le querrá con locura, hasta el final.
Qué pena da que el matrimonio entre católicos se deshaga como un azucarillo con tanta frecuencia. Y que alegría me produjo escuchar en 1965 a S. Josemaría cuando dijo, en varias tertulias, a matrimonios, que el lecho matrimonial es un altar. Cuantos siglos con cuadros mostrando a un José decrépito, incapaz de engendrar. Como un florero. Y dando por hecho que el matrimonio es el remedio de la concupiscencia. Quizás hayamos “cosificado” el matrimonio. O hayan transcurrido muchos siglos, sin enterarnos del nuevo matrimonio. Cuánto tiempo se dedica a la preparación material de la boda y que poco a la preparación profunda para recorrer ese camino, siendo la decisión más vital de una persona. Es una vocación plena, liberadora, de Redención. Como la de José y María.
Cuando Pablo VI proclamó la Humanae Vitae, apareció un enorme pus en la sociedad y se produjo una gran contestación en la iglesia, que algunos han denominado “el cisma silencioso”. Y esto sigue hoy desgarrando el corazón dulcísimo de María y el de su Hijo. Buscamos la solución del matrimonio con recetas del mundo, cuando la solución del mundo es el matrimonio en la fe.
Sólo entendiendo lo que supone el matrimonio en la fe, predicándolo, enseñándolo y mostrándolo, podrá esta sociedad librarse de todas las cadenas del pecado. Porque no vivir encandilados por la grandeza de la acción del Espíritu Santo en la humanidad, la Redención, nos llevará a vivir como esclavos.
El año 0, comienza para María el año crucial de su vida, y para José toda una aventura inimaginable. Fundidos en una sola voluntad, la de su Padre Dios.
Es la consecuencia de establecer una relación profunda de fe y de amor, fecunda, entre un hombre y una mujer.
El matrimonio en la fe, y la mujer, son la piedra angular para salvar a la humanidad del siglo XXI. De esto tenemos que convencernos, primero, nosotros.
Ay, si pronunciásemos cada sí de nuestra vida con fe. Veríamos milagros. Como José y María.
¡¡Madre, ayúdanos a vivir de fe!!