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Por Domingo Aguilera. Enero 2020

Es tiempo de Navidad. Nace el Niño. Y no hubo sitio en la posada. En un establo. Y como el Señor no da puntada sin hilo, podríamos preguntarnos ¿por qué un Niño y en un pesebre?

Caben muchas respuestas: era conveniente, era adecuado, para mostrarnos su humildad, su pobreza, etc.

En el post anterior vimos la importancia de las relaciones que establecemos con María y con los demás. Y lo primero que hace María es presentarnos a su Hijo. Un bebé al que adoran los ángeles en el cielo, y unos pastores y, más tarde, unos magos, en la tierra.

Adorar. Reconocer a Dios como Todopoderoso y a nosotros como sus criaturas. Es la posición natural de la criatura ante su Creador. Postrados.

Qué fácil es establecer relaciones con un niño. Hacerle bromas, decirle que estamos ahí, decirle que es muy guapo… O sencillamente mirar esos ojos limpios y sentirse mirado.

María nos presenta a su Hijo para que establezcamos una relación de fe con Él. Nos presenta al Mesías. Pero para que no nos asustemos, para facilitarnos el encuentro, nos lo presenta como un bebé. Mirar y sentirse mirado por la mirada de un Niño. ¡Que tienen esos ojos! 

Claro, que establecer una relación profunda de fe con el Niño, cambia las cosas. Cambia que ya no dejarás a ese Niño nunca. Cambia que cuando te pida calor te lo acerques a tu pecho y le des tu calor. Y cambia, que cuando te pida la vida se la des entera.

Y entonces le diremos al Niño: “¡Te comería a besos!”. Te comería…., la carne de Jesús, del Niño Jesús, es la misma que será despedazada en la Cruz y su sangre derramada. Y la misma que diariamente, en ese misterio de Amor que es la Santa Misa, comemos realmente. Comernos a nuestro Amor. ¡Qué unión esponsal más íntima!. ¿Cómo no volvernos locos, cada día?

Ya no le daremos un poquito de aquí y un poquito de allá. Nuestra vida pasará a ser un juego de todo o nada. Una vida de fe. Una vida de plenitud. Ya solo nos interesa la Redención, que es la locura del Amor de un Dios por sus hijos, que quiere salvar a sus hijos y que sus hijos le ayuden en la salvación de los demás.

Y si María, con el Niño, nos incorpora a la Redención, solo nos interesará la salvación de las almas y la salvación de toda la Creación, porque no se puede amar a Dios sino se ama su Creación completa.

María nos muestra a Su bebé. Él es el Salvador. Con el Niño sí podemos.

Sabemos que la fe mueve montañas: “Si tuvierais fe como un granito de mostaza….” María no sólo nos muestra el Camino, sino que Ella nos acompaña en ese camino de Fe.

Quizás sea esta la primera relación que María quiere que establezcas tú con su Hijo.

Nota: Un buen regalito de Reyes para la Virgen, podría ser que tú animes a los que puedas a que sean Amigos de la Virgen. Tú verás.

¡Felices Pascuas a todos los lectores!