Por Domingo Aguilera. Octubre 2024
En el anterior artículo hemos visto que ninguna de las dos corrientes que fundamentan su propuesta en el binomio Maternidad/Calvario, conducen a un fundamento claro y sólido que sustente esta advocación.
Para contemplar esta realidad bajo otro prisma es necesario utilizar otras “gafas” distintas a las actuales. Para ello propongo partir de unos nuevos principios filosóficos aportados por un filósofo español, que coincide con Benedicto XVI en su concepto de “persona”, llamado Leonardo Polo Barrera (Madrid 1926 - Pamplona 2013).
En todo lo que sigue, me remitiré frecuentemente al artículo publicado en la Revista de Estudios Filosóficos Polianos en su número 13, bajo el título “La Epistemología de Leonardo Polo como fundamento de una nueva mariología Corredentora”.
Para entender bien lo que dice Leonardo Polo sobre María comenzaré por su novedosa propuesta sobre la humanidad de Cristo, dado que María no se puede entender sin su Hijo.
En el capítulo VII de su obra “Epistemología, Creación y Divinidad” ya en su mismo comienzo, plantea una superación sobre la común creencia de una naturaleza humana de Cristo creada, proponiendo que la humanidad de Cristo no es creada, sino asumida por la segunda Persona, por lo que además de ser verdadera humanidad es la unión más adecuada para presentarnos a una persona divina” (Ibidem Polo, Epistemología). Benedicto XVI tampoco utiliza el concepto de naturaleza creada para Cristo, sino que utiliza esta misma expresión: “de modo que la humanidad del hijo, unida a él (a su persona divina) habla en el diálogo trinitario con el Padre”. (Homilía pronunciada en la parroquia de Santa Ana. 5. II.06,)
Esta propuesta es coherente con la intervención del Espíritu Santo en la maternidad divina. “La Virgen concibió a Cristo sin intervención de varón, sino por el Espíritu Santo, que es su Esposo. Ella es Parthenos y, por lo tanto, es Virgen Madre. Concibe, pero por el Espíritu: ex Maria in Spiritu. Por lo tanto, lo que nacerá de Ella es el Santo. Por eso se puede decir que María se ignora a sí misma, que es la inocencia absoluta; y, por tanto, en Ella es válido el dormiens eckhartiano. Es la pureza absoluta libre de conatos equivocados. Es la pura transparencia”. (Ibidem Polo, Epistemología)
Antes de llegar a alguna conclusión tenemos que plantearnos si la Redención es un conjunto de actos o sólo un acto considerado en sí mismo. Para ello hay que preguntarse si la Creación fue un acto o fueron varios, según cada día, como se recoge en el Génesis. Es claro que para Dios los dos son, cada uno, un solo acto divino, dado que en el Ser no hay espacio ni tiempo, aunque se manifieste en una sucesión temporal en el universo.
La Redención, que como acto divino es único, se desarrolla en el tiempo comenzando con la Concepción Inmaculada de María, continuando con distintas manifestaciones como el Casamiento, Encarnación, Nacimiento, etc, que culminarán en la Cruz y Resurrección y se cierra con la venida del Espíritu Santo.
La Redención es la aparición de un orden nuevo, el orden del Espíritu Santo, donde ya el hombre está redimido, volviendo a restablecer el orden primitivo que el hombre no aceptó. Por lo tanto, podríamos denominarla como una re-creación.
Para llevar a cabo el acto redentor, ¿la colaboración de María fue simplemente mediática o necesaria? Si fuera simplemente mediática María sería una pieza más, como san José o san Juan Bautista, etc., ¿fue así?
Hay que hacer notar que en María hay una intervención divina antes de ser concebida por Joaquín y Ana y es que su esencia no ha conocido el pecado originario ni las consecuencias del mismo. Está “llena de gracia” desde el primer instante de su concepción, como indica el ángel. María se turbó fundamentalmente porque el ángel le dice lo que sólo Ella y su Padre Dios conocen. Nadie puede conocer su más profunda intimidad personal, por lo que, sin duda, María sabe que el ángel Gabriel trae un mensaje de Dios, porque como indica Polo, “se suele hablar de intimidad para designar lo que acontece en cada uno y de lo que sólo él es testigo”.
Al acto de ser-con de María le corresponde una esencia creada perfecta, sin mancha alguna, que la capacita para ser la futura Madre de Dios. Recibirá en su seno al Espíritu Santo para engendrar la humanidad de Cristo. Dicha humanidad, siendo perfectamente humana, es superior a todos los humanos al no tener ninguna relación con el pecado.
María esclava del Señor
Para el pueblo judío los nombres son muy importantes. Yahvé, al comienzo del Génesis, se refiere al hombre creado como “hombre” y este puso el nombre a la mujer: la llamó Eva. “Esta sí es hueso de mis huesos, y carne de mi carne” se la llamará mujer, porque del varón fue hecha”. En el Paraíso, Adán puso nombre a los animales y a las plantas, tomando posesión de ellos.
En el caso de María nadie le pregunta su nombre, tú quién eres, sin embargo, ella se declara a sí misma dos veces “esclava”. Esta expresión siempre se ha considerado como una declaración de su humidad, pero en las Escrituras el nombre, tiene el carácter de identidad personal.
El esclavo no tiene personalidad jurídica ni puede tomar decisiones, se anula su personalidad. Por la Antropología Trascendental de Polo sabemos que los trascendentales personales son tres: el co-ser o libertad transcendental, el conocer personal y el amar personal el cual se dualiza en donar y aceptar, siendo de estos dos el aceptar el superior, según Polo.
María, concebida sin pecado original, tenía una beatitud primigenia como Adán y Eva, que hablaban con Dios cara a cara. El conocer de María era nítido y sin engaño en su naturaleza, como consecuencia de no tener pecado original. Por lo tanto, en su manifestación no puede haber confusión ni mentira. Así podríamos afirmar, que la expresión “esclava del Señor” no puede ser interpretada sino en su sentido más profundo de intimidad personal.
Si María dice que Ella es la esclava del Señor nos dice que toda su intimidad personal se identifica con la persona de su Hijo, que es divina. No cabe, por lo tanto, mayor identificación personal, que no sería posible sin el concurso directo del Espíritu Santo.
De otra forma María mentiría sobre sí misma, con una falsa humildad, porque Ella sí sabe que es la “llena de gracia”, lo que equivale a ser la máxima amplitud personal.
María no pronuncia directamente la palabra “Hágase”, sino que antes dice “He aquí la esclava del Señor” que es una expresión similar a la que dirá su Hijo en el huerto de los Olivos, implorando a su Padre: “Mi alma está triste hasta la muerte…. Pero no se haga mi voluntad sino la tuya” (Mt, 26-38).
Si María simplemente hubiese pronunciado el “Hágase” dejando hacer, sin decir nada más, podríamos suponer que Ella fue un buen instrumento, pero no tendríamos la certeza de su cooperación personal como un acto perfecto de libertad que, al contrario de Eva, acepta el don de su Padre Dios en toda su amplitud y sin condiciones. Así sí puede aceptar a su Hijo, recibirlo en su seno y acompañarlo toda su vida. Acepta a una persona divina en su seno.
María aceptó ser la hija de Dios Padre desde el primer instante de su concepción y lo hizo en el Espíritu Santo, al cual aceptó como su vivir. María actuó con plena libertad personal todos los instantes de su vida, por lo que María fue un continuo SI, lo que se tradujo en un continuo “aceptar”.
Siendo ya Romano Pontífice, Joseph Ratzinger, volvió a Altötting, en su Baviera natal. En la homilía se refirió a María como intercesora por su “atención maternal” en las bodas de Caná. “La relación más profunda que tienen Jesús y María es este doble "sí", gracias a cuya coincidencia se realizó la encarnación. Con su respuesta nuestro Señor alude a este punto de su profundísima unidad. A él remite a su Madre. Ahí, en este común "sí" a la voluntad del Padre, se encuentra la solución” (Benedicto XVI Homilía en la plaza del santuario” (Altötting, 11-9-2006)
Es decir, según Benedicto XVI como teólogo y Leonardo Polo como filósofo, la solución está en pasar a un plano superior personal, el del acto de ser, lo que se discutía en un plano esencial sin llegar a ninguna solución. No es el “cuándo” o el “por qué” dice María el “SI”, sino “quién” dice ese “SI” y “cómo” lo dice: desde lo más profundo de su corazón, que eso es la intimidad personal.
En María, el Espíritu Santo pudo formar esa humanidad que Dios Hijo pudo asumir sin merma de su esencia divina.
¿Se podría haber redimido la humanidad, según los planes del Creador de entregar a su Hijo a la muerte, sin María como cooperadora personal necesaria?
Si el argumento para definir a María como Inmaculada Concepción fue el famoso “Convenía, Dios podía hacerlo, lo hizo”, el argumento del Sí de la esclava, tomado en su radicalidad de identificación personal con la persona divina de su Hijo, es completo ontológicamente.