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Por Domingo Aguilera. Marzo 2024

María es la única criatura humana que traspasa el tiempo. Aparece como anuncio de la Redención en el libro del Génesis y vuelve a aparecer en el libro del Apocalipsis como vencedora.

En el Evangelio aparece como la esposa de José, la Madre de Jesús y desaparece del relato evangélico después de Pentecostés. 

¿Qué relación tiene María con el tiempo? 

El espacio y el tiempo son las dos dimensiones en las que nos movemos los habitantes del universo. Estas dos dimensiones nos han sido dadas y están siempre en nuestro vivir. De hecho, toda nuestra esencia, el cerebro y todo el cuerpo está bajo el dominio del espacio y el tiempo. No seríamos capaces de vivir sin espacio ni tiempo. Dominamos muchas cosas del universo, pero el tiempo no. 

Si el espacio y el tiempo sólo se dan en el universo ¿se darán en el cielo? En los primeros instantes del Big Bang los físicos han observado que pudo haber nueve dimensiones, de las cuales sólo estas dos nos han llegado.

 En el cielo no habrá espacio, puesto que no hay materia. En cuanto al tiempo si tiene que haber tiempo, puesto que la libertad requiere el tiempo para crecer y amar continuamente sin límites. El tiempo del universo está asociado al movimiento circular y el nuevo tiempo no estará asociado al universo, será “un tiempo nuevo”.

 Durante su predicación, Jesús, nos habla de los tiempos como algo que vendrá y del tiempo como algo presente que nos afecta en el “hoy y ahora”.

 En el Génesis se nos dice que Dios creó el universo en siete “días”, que son la figura de un período y al final del mismo creó a Adán y a Eva. Es entonces cuando, al pecar ambos, Yahvé maldice a la serpiente diciéndola que “la Mujer te pisará la cabeza” y a esta misma Mujer la podemos encontrar en el Apocalipsis: “Pero se le dieron a la mujer dos alas del águila grande para que volara al desierto, a su lugar, donde es alimentada durante un tiempo, dos tiempos y medio tiempo, lejos de la serpiente” (Ap 12, 14).

Como vemos, la mujer es alimentada directamente por Dios:

- Se alimenta de su filiación divina al Padre desde la creación del mundo, cuando es prometida la Redención por el Creador.

- Se alimenta de su Hijo y al alimentarse hace posible la Redención y a su vez, como Corredentora que es, alimenta a la humanidad toda.

- Se constituye la nueva creación, la ciudad celestial, alimentándose del Espíritu Santo.

 

No podemos medir por años los tiempos del Creador sino por etapas, intentar calcular o predecir el fin de la vida en el universo con nuestros cálculos es una tarea inútil.

María subió al cielo con su cuerpo, que fue glorificado ya en la tierra por el “sueño”, al permitir el tránsito definitivo del cuerpo terrenal al cuerpo glorioso.

Y al aparecerse a Santiago en Zaragoza, para consolarle por la dura cerviz de los hispanos, anticipó en el tiempo lo que ya era realidad en el cielo.

Posteriormente se aparece con frecuencia, especialmente los últimos siglos, mostrándose con distintas formas de mujer que tienen en común “el ser una mujer muy hermosa” como afirman todos los videntes. Su cuerpo glorioso ya no sigue las reglas del universo, mostrándonos de esta manera como es el cielo.

Nuestra máxima preocupación en la tierra es el tiempo. El tiempo nos liga al universo, nos fija la atención en el ahora ansiando el futuro con incertidumbre y con la esperanza de que nos vengan mejores tiempos. Es el tiempo del hombre irredento.

 María viene a proponernos que nuestra preocupación, nuestra meta, sean los tiempos. Y esa forma de entender el tiempo es la unión con Ella.

 Aprovechar el tiempo es entonces adelantar el cielo, como hizo Ella en Caná, como hizo con Santiago y como continúa haciendo con sus hijos. Atesorar el tiempo para Dios.

 La Iglesia nos divide el año en tiempos litúrgicos para que no olvidemos que lo importante no es el tiempo, que nunca poseeremos, sino los tiempos en los que sí podemos conseguir lo que Dios espera de nosotros.

 Con María comprenderemos que los tiempos en que nos ha tocado vivir, son nuestros mejores tiempos.