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Por Domingo Aguilera. Febrero 2024

 

Esta advocación es la última en las letanías que se rezan en el santo rosario. En algunas culturas lo más importante se suele enunciar al principio, pero en otras lo más importante se deja para el final, como un testamento.

En todo caso vale considerar a esta advocación como muy importante o base de la piedad católica.

La paz es un regalo que deseamos para todo el mundo. En las misas se nos despide con la paz y los pueblos semitas se saludan con la paz. Es, sin duda, un bien preciado, aunque realmente escaso.

La paz entre los pueblos es difícil de mantener a largo plazo y la paz entre las familias también es un bien frágil y escurridizo.

¿Y la paz consigo mismo? Esta es una pregunta que sólo tiene respuesta en el fondo del corazón del hombre. Porque la paz no la puede dar ningún bien del universo, ni la inteligencia o la voluntad.

La paz no se puede comprar, ni es objeto de transacción, sólo se puede tener o no tener y si se tiene sí que se puede donar. Esto es así porque la paz pertenece a la intimidad personal, donde reside y vivifica todo nuestro ser y obrar, por pertenecer a la esfera de lo personal, a la persona, por lo que se puede ofrecer como don a otra persona y nunca a un animal o cosa.

Ofrecer la paz no es un símbolo más o menos de moda, o una costumbre inveterada, sino que se corresponde con ofrecer lo mejor que tenemos al otro. Es convivir pacíficamente respetando al otro como a un igual o, incluso como nos propone Jesucristo, como a una criatura de Dios, un además que es co-existente con Dios.

¿por qué entonces es tan difícil vivir en paz? Porque no la tenemos con nosotros mismos. Se nos escapa fácilmente, es fugaz, esquiva. Sin embargo, está hecha para permanecer con nosotros continuamente.

El obstáculo real está muy dentro de nosotros. Al conocer conceptualmente nos equivocamos y creemos conocer las cosas como son, pero sólo conocemos un objeto de la realidad. Un objeto fijo, sin movimiento, que no coincide con la realidad que es movimiento continuo y eso trastoca todo nuestro ser y nos roba lo que ya habíamos conseguido.

Es la consecuencia del pecado original. ¿Entonces podríamos concluir que no es posible vivir en paz? No es posible para el hombre irredento, pero precisamente Jesucristo, que en una ocasión nos dijo que no había venido a traer la paz, nos dice después de la Pasión: la Paz os dejo, mi Paz os doy.

Cuando pensamos en la paz, nos equivocamos en su concepto. Sin embargo, la sabiduría nos dirige hacia la verdadera paz. Nos dirige hacia el Creador del Universo y Creador de cada persona. Nos enseña la armonía del Universo y la libertad de cada persona, que son los faros que nos han de guiar en nuestras relaciones con los demás.

La verdadera paz reside en la Sabiduría del Espíritu Santo. Él es el mensajero de la paz y María es la esposa de Dios Espíritu Santo.

La paz es siempre posible, pero nunca es fácil. No es cuestión de negociar más o menos bien, o de consolarnos o auto-engañarnos a nosotros mismos. Es cuestión de traspasar el límite mental, como dicen Benedicto XVI y Leonardo Polo, para hablar con Dios directamente como hacían nuestros primeros padres en el jardín del Edén.

Conocer a Dios es posible, no sólo posible sino necesario, dado que no se puede amar lo que no se conoce y Dios quiere ser amado libremente por sus criaturas. Por eso nos dio una inteligencia que no tiene límite en el conocer, para que podamos amarle sin límites durante toda la eternidad.

María, criatura humana, vivió toda su vida en paz. Nunca puso ningún obstáculo al querer de su Padre Dios. Las dificultades y sufrimientos de la pasión nunca le arrebataron la paz. El sufrimiento es compatible con la paz, porque el sufrimiento, la ausencia de un bien, no arrebata la libertad personal que es el verdadero núcleo del ser. Al contrario, la persona puede crecer en el sufrimiento al crecer en libertad. Así Jesucristo pudo sufrir lo indecible, lo impensable, pero la muerte no le robó la paz. Fue la paz la que venció a la muerte.

Cuánto sentido tiene decir con todo nuestro corazón: ¡Reina de la paz, ruega por nosotros!