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Por Domingo Aguilera. Octubre 2023

 

María dijo al ángel “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” Y el ángel la dejó. (Lc 1, 38)

Una vez que María conoce la voluntad de su Padre Dios, de que ella sea la madre del Mesías, la acepta sin condiciones.

María conocía lo que era una esclava. Conocía la intervención y el papel de las esclavas en el Antiguo Testamento. Cómo su padre Abraham tenía esclavos y cómo su antepasado Jacob tuvo hijos con la esclava de su mujer Lía y de su mujer Rebeca. Aunque ya en los tiempos de Jesús era más normal que los judíos no tuviesen esclavos, estos eran frecuentes entre los gentiles y especialmente ente los romanos.

Un esclavo es aquél que no es persona libre, no por propia voluntad sino por imposición. La esclavitud, así entendida, impedía al esclavo detentar ningún derecho ni tomar ninguna decisión por sí mismo. El amo tenía pleno derecho para hacer con él lo que quisiera. Sin límites.

Desde un punto de vista antropológico, la intimidad personal no puede prescindir de su libertad. La persona es un acto de ser-con que tiene tres trascendentales: La libertad o ser-con, el conocimiento personal y el amar personal.

Ninguna persona humana puede ser voluntariamente esclava de otra persona, puesto que dejaría de ser. Perder la libertad significaría dejar de ser-con para convertirse en “cosa”. En concreto una “cosa” del universo que ya no tendría el acto de ser y que pertenecería totalmente al universo. Por lo tanto, nadie puede durante su vida en la tierra, dejar de ser persona o lo que es lo mismo dejar de ser libre. ¿Y en el infierno? Santo Tomás dice que en el infierno se pierde el carácter personal, y por lo tanto queda el YO con la esencia -la inteligencia y la voluntad- que recibirán penas y dolores, pero que la persona perderá su acto de ser-con, porque el dolor en la persona sería tal que no lo podría sufrir. Es la soledad absoluta.

Entonces, cuando María pronunció esas palabras, ¿quería dejar de ser persona? Al contrario. Su persona creció al fijar sus ojos en Él.

La voluntad y el entendimiento están por debajo del alma, pertenecen a esta, y el alma no es un acto de ser, sino que por ser potencia pertenece a la naturaleza humana.

Pero la persona, el acto de ser-con, está por encima del alma o del YO. No somos personas porque tengamos alma sino porque somos radicalmente libertad. Y esa libertad no nos la han dado nuestros padres sino sólo el Creador.

Por supuesto que necesitamos el alma y el cuerpo para ser personas, pero no es suficiente, lo que nos define como personas es el acto de ser libre.

De la única persona que sí dependemos es de Dios Padre, creador del cielo y de la tierra, que nos ha creado a cada uno de forma singular y distinta. Entonces ¿podríamos ser esclavas/os del Creador? Nunca como personas, aunque en el cielo podremos llegar a una gran identificación con Dios, pero eso sólo se podría dar si nuestra libertad se identificase con el Señor. No que de vez en cuando hagamos la voluntad del Señor, sino que nos identifiquemos plenamente con Él. En la tierra estamos limitados por las consecuencias del pecado original. Podemos tener grandes deseos de identificarnos con Él, pero alcanzar esa unión sólo es posible cuando hayamos borrado toda mancha de pecado, y eso en la tierra no es posible de forma permanente, sino es por una especial gracia.

La única persona humana que fue concebida sin pecado original y que pasó por la tierra sin pecado alguno es María, la esposa de José de Nazaret, cuyo seno fue digno de recibir al Mesías precisamente por estar libre de toda mancha. Dios no podría encarnarse en nada que tenga la más mínima relación con el pecado.

Para María sí fue posible recitar esas palabras con todo su significado pleno, y profundo. Esas palabras eran necesarias para aceptar esa vocación de Madre de Dios. Y, al contrario de lo que nos ocurriría a nosotros, María si estableció unas relaciones perfectas de filiación divina con su Padre Dios y establecer una relación de maternidad con su Hijo y de esponsalidad con el Espíritu Santo. Así su amor fue siempre donal, expansivo, un además que no tiene fin.

María toma conciencia de que ella es la Ancilla Domine, cuando el ángel le dice la embajada. Recibe un don: ser Madre de Dios y lo acepta donando a Dios Padre su persona, no como una negación de su ser sino como una unión al querer de Dios, como instrumento de redención, y lo hace en libertad. Está unida a Dios no desde la voluntad, sino desde lo más profundo de su ser, lo que hace posible que Dios se encarne y sea aceptado como tal. El Hijo no encontrará mejor madre, porque el Espíritu Santo le ha preparado esa Madre y ella lo acepta.

Nuestro amor suele ser voluntarioso y por lo tanto necesitante, que necesita tener para existir y nos podemos olvidar de nuestra capacidad de amar personalmente que es donal. Esa es la diferencia de querer con el yo o de querer con nuestra intimidad personal.

Amar en Dios.