Por Domingo Aguilera Pascual. Septiembre 2023
De los ángeles sabemos poco. Sabemos lo que escribió santo Tomás y poco más. Sin embargo, en las letanías, la primera advocación con el nombre de Reina se aplica a la Reina de los ángeles.
El Antiguo Testamento está lleno de apariciones de ángeles y en el Nuevo Testamento también aparecen como embajadores del Señor o de María. La mayoría de las apariciones de María van precedidas por un ángel.
Esta devoción además de ser muy piadosa nos indica que detrás hay una realidad más sublime que la de un buen sentimiento de un hijo para con su madre.
Reinar se dice de aquél o aquella que tiene el título de rey y que posee unos súbditos sobre los cuales ejerce su potestad.
Los ángeles son unas criaturas personales que agotan su especie, es decir son únicos no sólo como personas que son, sino que también cada uno tiene una esencia distinta. El hombre no agota su especie, como tampoco los animales agotan su especie, pero a diferencia de los animales el hombre no vive para la especie. Los animales son inferiores a su especie, es decir no añaden nada a la especie.
El hombre presenta unas peculiaridades respecto de los animales y respecto de los ángeles. El acto de ser del hombre, la persona, es superior a toda la esencia humana (naturaleza humana), también a la especie humana (conjunto de individuos), y por supuesto al acto de ser y a la esencia del universo.
Los ángeles no necesitan de otros ángeles para perfeccionar su naturaleza, como sí necesitamos los humanos, porque cada uno tiene una esencia propia y distinta de los demás. Y no han recibido su esencia de otro – sus padres – como los humanos. Tanto su acto de ser como su esencia la han recibido directamente de Dios. Entre ellos no existe una fraternidad natural sino sólo una filiación divina y por lo tanto sólo una fraternidad sobrenatural. (Teología para inconformes Juan F. Sellés. La distinción real angélica y solución de problemas colaterales)
Pero entre su creación y su elevación a la filiación divina algunos no la aceptaron y renunciaron a su ser personal. Polo afirma, “lo que sí creo que se podría decir es, aunque sea atrevido, que donde no se es persona es en el infierno” (Conversaciones en Torreblanca, 121)
Los ángeles han sido creados para servir ante el altar del Altísimo y para servir a los hombres, de tal forma que cada uno de nosotros tiene su propio ángel.
Quizás nosotros nos hayamos olvidado de ellos, pero ellos no se han olvidado de nosotros. Es posible que a veces nos encontremos como solos ante situaciones que no entendemos, pero ellos seguro que sí las entienden.
Sabemos que, Dios solo ha muerto por los hombres, no por los otros vivientes del universo, ni incluso por los ángeles; entonces podríamos preguntarnos que, teniendo tanto los hombres como los ángeles la filiación divina como esencia, cuál de los dos es mayor. Polo lo resuelve diciendo que la elevación del hombre a la filiación divina puede llegar a ser mayor que la filiación divina propia de los ángeles, que la tienen de nacimiento, por la elevación del hombre posterior a la redención, aunque esta es una gracia que requiere la aceptación del hombre. Por eso se dice en la Primera carta a los Corintios VI, 3 que “juzgaremos a los ángeles”, aunque no todos. La persona humana siempre puede crecer.
La cuestión de quién es mayor si los ángeles o María, Polo la resuelve asegurando que “a nuestro grito de salvación los ángeles no pueden hacer nada, porque reclamamos un quién que nos diga quién soy. Si no estoy perdido, absolutamente perdido”. (Polo, Epistemología, creación y divinidad,244)
Cristo es el que sabe y el que redime al hombre, pero Él ha querido asociar a su Madre a la redención, así ”María es corredentora de la humanidad” (Polo. Conversaciones en Bogotá, 14). Y esta es la razón por la que María es superior a los ángeles, porque Ella ayuda a revelarnos nuestro sentido personal o vocación, cosa que los ángeles no pueden.
A María sabemos que se le apareció al menos una vez el arcángel Gabriel. Vino a anunciarla la más grande noticia de todos los tiempos. Ella le reconoce y no se turba por la enorme majestad del arcángel, sino al oír su saludo. Se turba porque la llama por lo que ella es: la llena de gracia. Es decir, una persona que conoce su intimidad personal totalmente. Gabriel sabe quién es María y por lo tanto ella no espera que nadie, sino sólo Dios, sepa de su intimidad con Él. Y por lo tanto sabe que aquello es de Dios mismo.
A su Hijo le conforta un ángel en el huerto de los Olivos, en aquella agonía donde sudó gotas de sangre. Alguien que, enviado por su Padre, le ayude en su esencia humana para superar ese enorme anonadamiento.
Cuando la virgen María es elevada al cielo en cuerpo y alma, recibe la pleitesía de todos los ángeles. Recibe el título de Reina, por haber completado su vocación de Madre del Mesías y por lo tanto de Madre del Rey. Es la Reina madre.
Su reinado sobre los ángeles se visualiza al final de su camino, en el Apocalipsis, donde está rodeada de ángeles.