Esta web usa cookies operativas propias que tienen una pura finalidad funcional y cookies de terceros (tipo analytics) que permiten conocer sus hábitos de navegación para darle mejores servicios de información. Si continuas navegando, aceptas su uso. Puedes cambiar la configuración, desactivarlas u obtener más información.

Por Domingo Aguilera. Mayo 2019

Leemos en San Lucas 1,39 y ss) que María se puso en marcha con prontitud para visitar a su parienta Sta. Isabel.

María sabía de sobra que su parienta, ya mayor en edad, era estéril. Pero cuando el ángel la visita, en el mismo decreto, le dice que Isabel está en su sexto mes. Es cierto que María querría ayudarla en esos momentos, es muy humano. Pero lo que de verdad mueve a María a visitar a Isabel inmediatamente es que Isabel es parte integral del decreto Divino.

Lo que mueve a María es la fe. Fe en el cumplimiento de las promesas.

María llega a la casa de Isabel. El que será “el más grande de los nacidos de mujer” se estremece en el seno de Isabel. Isabel se alegra porque le visita la Madre de su Señor, cuando sería ella quien debería visitar a la Reina, la Madre del Rey. En Israel el menor debe visitar al mayor. Según la edad María debía visitar a Isabel, pero según el rango, la Reina, que era la madre del Rey, no la esposa, tenía el mismo rango que el Rey.

Y María es confortada en su maternidad por su prima, de mujer a mujer, de madre a madre, de corazón a corazón. La llama “bienaventurada tú, que has creído, porque se cumplirán las cosas que se te han dicho de parte del Señor”.  Fe  en las promesas.

Es entonces cuando María proclama el Magníficat. Ese canto donde las doce tribus de Israel llegan a su plenitud en Ella. La promesa, tantos años proclamada, tantas veces despreciada y tantas veces renovada, la gran promesa, se ha cumplido. Por eso la alabarán todas las razas, todas las generaciones. Ya no se contarán más las generaciones judaicas. Solo una raza, como escribió San Josemaría, la raza de los hijos de Dios.

Y cabe una reflexión: seis meses antes de que María sea visitada por el Ángel y diga con la máxima libertad posible el SI, el Señor ya ha enviado a su precursor. ¡Qué confianza en María!, ¡qué maravilla!. María es el instrumento más dócil y agradable a Dios de toda la creación. Está plenamente identificada con la Redención  desde su primer SI.

Y podía haber dicho no. Qué fácil era, qué cómodo, cuantas posibles excusas… Como nosotros.

La salvación del género humano, la derrota de la muerte, tenía que comenzar por el pueblo elegido. Y ese pueblo que ha rehusado tantas veces a Yahvé, que ha preferido ser guiado por ídolos antes que por Yahvé, que ha matado a sus profetas, y que es de dura cerviz… sigue siendo el objeto de la Promesa. Y la conversión ha de comenzar con la colaboración de unos elementos de su misma raíz: Juan el Bautista como precursor y los apóstoles, entre los que se encuentran varios primos suyos, como los encargados de transmitir el testimonio de la noticia más importante de todos los tiempos para la humanidad.

 Fe en las promesas. Ya están todas las piezas listas para la venida del Salvador.

Después de la Redención, el poder de Dios no ha disminuido y quiere que todos los hombres se salven. A través de la Iglesia, con María.

¡Qué grande es la fe de Mará!!!.

Si tomásemos conciencia de los planes que el Señor nos tiene preparados para cada uno, de las cosas tan estupendas que hoy quiere darnos...Si actuásemos con fe, en vez de intentar meter a Dios en nuestro pequeño envoltorio...

Seguro que las visitas que haremos en este mes  a María en sus santuarios y los rosarios que le recemos, alegraran mucho a nuestra Madre y aumentarán nuestra fe.