Por Domingo Aguilera. Enero 2021
Al pensar en S. José, lo primero que me viene a la cabeza es que José, el padre de Jesús, es la única persona cercana al Señor, de la que no conocemos ni una sola palabra suya. Parece que no dijo nada. Mejor dicho, no dijo nada reseñable según el criterio de los sobrios evangelistas. Pero eso no significa que no sepamos nada de él, porque los mismos evangelistas nos dejan muchas pistas. Quizás por eso mismo, a San José se le haya interpretado mal. El joven judío, que tendría menos de 20 años cuando conoce y se enamora completamente de María, ha sido pintado y tratado como un viejo decrépito durante centenas de años, posiblemente para resaltar la pureza de María.
El Papa Francisco ha convocado este pasado diciembre, un año entero hasta el próximo 8 de diciembre y ha escrito la Carta apostólica, Patris corde (con corazón de padre), para recordar el 150 aniversario de la declaración de san José como patrono de la Iglesia Universal. Aprovechando esta convocatoria, en este artículo trataré de cambiar no solo lo negativo de esa imagen, sino aclarar otros puntos que en el imaginario del pueblo fiel oscurecen la figura de José. Por supuesto son mis opiniones personales, que no tienen más valor que ese. Sigamos ¿Qué sabemos de José?:
Sabemos que José era de la estirpe de David. Los descendientes de David serán los sucesivos reyes de Israel. En el tiempo en que nace José, Israel no tiene reyes. La autoridad máxima es el Sumo Sacerdote y el pueblo está dominado por los romanos.
Así que, nos encontramos con que José es, si pudiésemos hablar así, de clase aristócrata, de clase alta. Nace en una familia real. Y este dato es muy importante para que el Mesías sea, como dicen las escrituras, descendiente de David. Y también para desterrar definitivamente la idea de que José era como un paria que trabajaba en lo más pobre. Trabajó con sus manos, sí, y sufrió mucho, porque puso a disposición de Yahvé su posición y su vida.
Podríamos concluir que era un joven muy bien educado, elegante, con virtudes humanas. Eso sí, un aristócrata que tuvo que buscarse la vida porque no tenía patrimonio y por lo tanto tuvo que ser “artesano”. Tenía que trabajar para comer y más tarde para dar de comer a Jesús y a María. Empezó su andadura en esta tierra como se dice, “con el viento en contra”.
Sabemos que era justo. “José, su esposo, como era justo” (Mat, 1, 19) por lo tanto, José era un judío piadoso y conocedor de las escrituras. Como la mayoría de sus compatriotas, estaba esperando la venida del Mesías que, según los doctores de la ley, estaba muy próxima. José es un hombre totalmente identificado con el Antiguo Testamento. Conoce perfectamente la maldición que hace Yahvé a Adán “maldita será la tierra por tu causa” y a Eva: “hacia tu marido tu instinto te empujará y él te dominará” (Gen, I, 3, 16 y 17) Y conocía también la Promesa hecha por Yahvé al pueblo judío, por la que rezaba continuamente a Yahvé.
Sabemos que José y María se casan antes de que venga el Ángel. La pregunta que me he hecho frecuentemente y me sigo haciendo ahora, es la siguiente: ¿qué vio María en José, para que Ella le dijera que sí?
María ha establecido, desde el uso de razón, una promesa con su Padre Dios: ser toda para Él y sólo para Él. Aunque no sabe lo que vendrá en el futuro, lo que sí tiene claro es que ella es totalmente para ÉL. Todo el actuar de María desde niña hasta su marcha al cielo, es coherente y sin mancha de pecado ni defecto. Es la hija de Dios por excelencia, y como tal se comportó toda su vida.
En los pueblos semitas, como Israel, los matrimonios comenzaban con una petición de la familia del novio a la familia de la novia y luego entre las dos familias arreglaban la dote y demás detalles. El hombre escogía y tomaba a una doncella. La doncella asentía sin más y formaban un hogar. En el caso de los judíos piadosos la boda se celebraba, en presencia del sacerdote, para rememorar la alianza de Dios con su pueblo.
El día que José y María se conocieron, ¿de qué hablaron? No lo sabemos, pero es fácil imaginar que hablarían de lo que llevaban en su corazón: De Yahvé, de su promesa de Redención. José recorrería los pasajes más importantes de las promesas a su pueblo.
Hablarían de las alianzas con Yahvé y de su compromiso personal con Él. María le muestra a José cuánto y cómo quería ella a su padre Dios. José quedaría impactado por ese sentido de filiación divina que emanaba de María, que él barruntaba pero que desconocía. María quedaría impactada porque José no venía a tomar una esposa. Venía a ofrecerse a Ella, para recorrer el camino de la vida, con una enorme fe. Entonces María descubre que José es el portador de una buena nueva. José le muestra a María lo que Dios ha sembrado en su corazón y que es su vocación: El matrimonio en la fe, que ya será el matrimonio del Nuevo Testamento.
Así, el matrimonio en la fe, no es el matrimonio judío, no es un contrato, ni una ayuda a la concupiscencia, sino una alianza de dos personas con fe, de igual a igual, en plena libertad, que establecen una Alianza con su Padre Dios y que saben que perderán su autosuficiencia para ponerse al servicio del otro, cumpliendo así la voluntad de su padre Dios. Alianza que queda anclada para siempre, no sólo por la voluntad de ellos sino por la voluntad de Dios, que la llevará a término. Alianza que se hace con el fin de dar nuevas vidas para el cielo.
Por eso María reconoce que José es de Dios. Y José, que María es la locura de Dios.
José no sólo acepta a María como ella le ha dicho que es, sino que desde ese mismo instante la ama con todas sus fuerzas. Renuncia a lo que por ley le correspondería, y ese es el sacrificio que Dios le pide, morir al antiguo matrimonio, para alumbrar el nuevo matrimonio. José nunca será un obstáculo para los planes de María, muy al contrario será su ayuda, su protector. María ve en José su “otro yo” con el que establece una relación, plena de fe, mediante la alianza matrimonial.
Y así, el Mesías nacerá dentro del nuevo matrimonio. No de una Virgen soltera. Y María y José inauguran el matrimonio en la fe, que, por ser verdadero matrimonio, engendrará vida: la vida de los hijos de Dios. Quizás, no entender este nuevo matrimonio, lleva a poner “parches” a la figura de José.
Aquí podemos hacernos una pregunta retórica. ¿Son así los matrimonios católicos actuales? ¿Están abiertos a su Padre Dios para darle la posibilidad de que Él dé la vida? ¡Qué lejos quedarían los cálculos que hacemos! ¿Estamos dispuestos a dar la vida para engendrar la vida? Este es José.
Quizás, con el paso del tiempo, nos hemos olvidado de la grandeza del matrimonio en la fe. El matrimonio y el sacerdocio, son los dos sacramentos que cambian más radicalmente al pasar del Antiguo Testamento al Nuevo y son los que actualmente están más en crisis. ¿Casualidad?
Sabemos que José quedó turbado cuando conoce que María ha concebido por el Espíritu Santo. Hay que desterrar la idea de que José se enteró de la concepción de María cuando ya la gestación era evidente a la vista de todos y que abochornado, entonces decide despedirla. Sería como el tonto de la película, un pardillo.
No fue así porque en el evangelio leemos: (Mateo en su Capítulo 1, versículo 18): “La generación de Jesucristo fue así: María, su madre, estaba desposada con José, y antes de que conviviesen se encontró con que había concebido en su seno por obra del Espíritu Santo”.
José no conocía al Espíritu Santo como persona de la Santísima Trinidad, solo conocía a Yahvé, y queda totalmente impresionado precisamente por ser algo tan sobrenatural como ser obra del Espíritu Santo. Sabe que él no es el padre de la criatura, pero no duda de su amadísima y santísima esposa, ni un instante, muy al contrario, no sabe qué hacer y siente que él puede ser un estorbo.
Su alma está turbada. Si Moisés no podía mirar la zarza por la fuerte presencia de Yahvé, él está asistiendo a la acción directa y omnipotente del Espíritu Santo en María. Ella es la Esposa del Espíritu Santo. El misterio de la Santísima Trinidad, solo revelado a María hasta entonces, se lo muestra María a él, introduciéndole así en el Misterio. Era necesario que José conociese lo que Dios esperaba de María porque él era parte integrante de su vida. Por eso María se lo diría directamente, en la primera ocasión.
José está dispuesto a separarse de su amor. Está dispuesto a morir en vida para no perjudicar a María, para no inmiscuirse en los planes de Dios.
Y cuando en sueños se le aparece un ángel, que le dice que él sí entra de lleno en el plan divino de la Redención, que él dará nombre a ese hijo y que le pondrá por nombre Jesús. Entonces sabe que toda su vida, como la de María, es solo para Dios: con su esposa María y el Niño. Ya no habrá marcha atrás, ni cálculos, ni proyectos personales.
José se fía de su padre Dios y sabe que Él pondrá el incremento.
(Continuará)