Por Domingo Aguilera. Octubre 2020
En las apariciones de la Virgen a los tres pastorcillos en Fátima, María les pide que hagan penitencia y sobre todo que recen el rosario “por la conversión de los pecadores” Y la promesa de que si se reza más el rosario no habrá guerras, sino paz en todo el mundo.
En el post anterior vimos como el avemaría es la oración adecuada para establecer una relación en la fe con la Virgen. Una relación personal con cada uno de nosotros, especialmente en tiempos difíciles
Sabemos que a María, el rosario, le encanta. Es recordarla, actualizar, hacer eterno, el momento de la Encarnación, “Llena de gracia”, “El Señor está contigo” y el saludo de Isabel, ”Bendita tú entre las mujeres”, “Bendito el fruto de tu vientre” que aprovechamos nosotros para pedirle “ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”.
El rezo del Santo Rosario, tal como lo conocemos, se remonta al siglo XV y se atribuye a Santo Domingo de Guzmán, aunque hay disputas entre los teólogos porque un cartujo, Domingo Helión, llamado de Tréveris, lo dejó escrito antes de 1460. Aunque antes ya se rezaba en distintas formas, mezclando avemarías.
En todo caso, desde entonces, el pueblo cristiano lo ha tenido en gran estima.
La repetición hasta 10 veces de esa alabanza, adquiere un carácter redentor. Ya no pedimos por nosotros solos. Pedimos por toda la humanidad.
El rosario, en el que consideramos, a través de los misterios, los acontecimientos más importantes de nuestra redención, se inserta así en lo profundo de la Iglesia, por lo que alcanza a ser una oración comunitaria y resumen de nuestras peticiones en la fe.
Y podríamos preguntarnos, ¿por qué es un arma tan poderosa? La razón última es porque a María le encanta, así nos lo ha dicho y porque contra el mal, nosotros solos no podemos hacer nada.
De María, de la Iglesia, nos dice el Apocalipsis en el capítulo XII, ver 5: “y dio a luz un hijo varón, el que va a regir a todas las naciones con cetro de hierro. Pero su hijo fue arrebatado hasta Dios y hasta su trono. Entonces la mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar preparado por Dios, para que allí la alimenten durante mil doscientos días”.
El Señor Glorioso, el Rey de reyes, nos dice que el mal ya está vencido. No tengáis miedo. Al mal, al demonio, sólo le puede vencer Él. Y lo hizo con su encarnación, muerte y resurrección. Y María, uniéndose a Su cruz, “engendró” la Iglesia y pisó la cabeza de la serpiente. Tú y yo, no podemos vencer al mal, no podemos hacer nada contra él, por nosotros mismos, no tenemos capacidad. Pero sí podemos refugiarnos en María y alimentar a la Iglesia en el desierto, durante su paso por esta tierra, con nuestra oblación, con nuestra entrega, con nuestra oración.
Seremos vencedores si nos unimos a María. De otra forma seremos engañados, y nos conformaremos con lo que nos ofrece el enemigo. Preferiremos poner nuestros intereses en lo mundano: ganar más, confiar en la ciencia para conseguir nuestro “bien estar” y poder alargar nuestra estancia en este mundo todo lo que se pueda, aunque sea con la angustia de lo efímero, etc., etc. y renunciaremos a nuestra felicidad porque no estaremos dispuestos a morir por Dios.
Estar dispuesto a morir al pecado implica ser mártir. A veces con una muerte violenta y otras en una cama, pero siempre negándonos a vivir para nosotros mismos. En esto no hay opción, aunque a veces lo olvidemos.
¿Por qué tanta maldad y tanto sufrimiento en la humanidad?
Cuando Moisés bajaba sus pesados brazos en cruz, el ejército judío perdía la batalla, pero cuando subía, con muchísimo esfuerzo, los brazos, entonces el ejército judío ganaba la batalla. Y cuando ya no podía más, sus hermanos le sujetaban los brazos, hasta el final de la batalla.
Sí. Podemos hacer mucho por vencer al mal y quitar tanto sufrimiento a la humanidad. Podemos unirnos a María mediante el rezo del santo Rosario y pedirle que pase este tiempo tan oscuro. Y Ella lo hará porque así lo ha prometido.
Es, pues, necesario hacer una “cruzada”, un empeño personal profundo, para difundir el rezo del santo rosario. No rezarlo como un mantra que soluciona nuestros cortoplacistas problemas, sino con fe, como lo que es, la liberación para toda la humanidad.
¿Cuánto sufrimiento se ahorra a la humanidad con un rosario? No lo sabemos. Lo que sí conocemos es que rezando el santo rosario nos unimos a los dolores de María, a su corazón, que unido al corazón de su Hijo, pone en Él el bálsamo del cariño materno. El rosario no vale lo que nosotros pensamos, sino lo que María da a su Hijo. Nunca es vano rezar el rosario, aunque nos parezca que ese rosario fue rezado sin ganas, casi sin enterarnos. María recibe de sus hijos olvidadizos esos pequeños detalles de cariño y Ella los aplica desde su corazón, al corazón de su Hijo.
A Mara ¡le encanta el rosario!