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Por Domingo Aguilera, marzo 2019

 José era un joven de la familia de David, por lo tanto de familia real. El tercero de los hermanos, era muy piadoso y conocedor profundo de la Escritura, era lo que la Biblia denomina Justo.

Tendría cerca de los 20 años, cuando un día, el Sumo Sacerdote decide casarle con María, que es una adolescente bellísima, también descendiente de David. Hija de Joaquín y Ana. Y comunica a ambas familias su decisión. Para los descendientes de David, el Sumo Sacerdote era el que, encargado de conservar la transmisión de la sangre real, decidía quienes se casaban. No los padres, ni los propios contrayentes. Y por ser ambos de familia real, según la Ley tenían que obedecer este mandato.

José, antes de que se celebre el casamiento, se va a Nazaret a conocer a Maria y charlan. María le manifiesta, que desde muy joven ha hecho la promesa al Señor de permanecer virgen.  Y José no solo acepta celebrar un matrimonio casto, cómo celebraban algunos vecinos esenios en esa época, sino que, conocedor por la Escritura de que el Mesías nacerá de una virgen de la estirpe de David, por su cabeza pasa esa posibilidad para María,  y también lo acepta. Queda profundamente impresionado por ese encuentro, y presiente que María cambiará todos sus planes y toda su vida. Se fía de Dios y está enamorado de María. Y María presiente que José es un regalo del Señor para Ella. Será la persona en la que puede confiar plenamente.

Se celebra el matrimonio en Jerusalem. Un matrimonio pleno ante Dios y ante los hombres, con dos protagonistas totalmente conscientes de que, a partir de ese momento, sus vidas recorrerán el mismo camino de fé.  Son el matrimonio perfecto: son el modelo. Saben que Dios lo quiere y se fían de Él.

Como José no tenía nada preparado, ya casado, tiene que acondicionar el nuevo hogar en Nazaret donde vivirá con María, y es en ese intervalo donde todavía no convivían juntos, cuando el Angel del Señor le comunica a María la voluntad de Dios Padre, de que Ella sea la Madre del Hijo, y Ella pronuncia el FIAT. El Espíritu Santo toma posesión de María y concibe al Mesías en su seno.

María está radiante y en la primera ocasión que tiene le cuenta a su esposo José que está embarazada. ¿Cómo siendo el matrimonio perfecto, María, no se lo va a contar a su queridísimo esposo José? El Angel no le ha prohibido decírselo a nadie.

El pensamiento que pasó por la mente de José el día que conoció a María, se convierte en realidad y aceptándolo, José confirma a María en la fe. Como dice Juan Pablo II en su Encíclica Redemptoris Custos  “se puede decir también que José es el primero en participar de la fe de la Madre de Dios, y que, haciéndolo así, sostiene a su esposa en la fe de la divina anunciación.”

Pero su alma está turbada. Si Moisés no podía mirar la zarza por la fuerte presencia de Yahvé, él está asistiendo a la acción directa y omnipotente del Espíritu Santo en María. Ella es la Esposa del Espíritu Santo. El misterio de la Santísima Trinidad, solo revelado a María hasta entonces, se lo muestra María a él, introduciéndole así en el Misterio.

Tiene que tomar una decisión que le parte el alma: renunciar, por amor a María, a continuar con Ella. Él sabe que el Hijo de María no es su hijo sino del Padre y decide abandonarla en secreto como fórmula legal. (En el original griego no se utiliza la palabra apostasis, romper, sino la palabra apolio, desligar, la misma que utilizará Jesús para sus apóstoles al darles el poder de perdonar los pecados). José decide desligarse de María.

Ante ese Misterio no sabe el papel que tiene que jugar, solo sabe que su mujer está llena del Espíritu Santo. Lo que no han contemplado los grandes Patriarcas, lo que ningún profeta pudo testificar, está en el seno de su mujer. De esto no duda. Pero la revelación del Misterio Trinitario en María excede todas sus previsiones. 

Un Angel le conforta y le confirma su misión: Tú LE pondrás por nombre Jesús. Será tu hijo y tú cuidarás de Él y de María y ellos te obedecerán por siempre. Porque la voluntad del Padre es eterna y no se muda.

Y José asume esa  nueva petición del Señor y entra a participar de forma especial en la intimidad Trinitaria. Y sabe que cuando el Niño crezca y se vaya de casa a predicar, será acechado hasta su muerte. Y él ya no podrá hacer nada para protegerle.

Acompañará a María, que tendría unos quince años, en su largo viaje para visitar a Isabel. Aunque el Evangelio no diga nada de José en este pasaje, José, que recibe directamente del Altísimo el mandato de cuidar de María, cuando esta tiene que realizar un viaje largo y peligroso, con el Hijo en su seno ¿se quedará en casa?

Por gracia divina, José marchó al Seol antes de ver sufrir a su Hijo. Murió acompañado de Jesús y María, y quizás fue el primero en entrar en el Cielo, cuando Jesús nada más morir lo abrió para los justos. Y su muerte confirma en la fe y en la esperanza a María.

El joven José nunca imaginó una aventura como esta. Ha recorrido enormemente enamorado, con María, un camino sin explorar. Un camino de fe, con todas las penurias y dolores que aceptó con alegría, para cuidar de Jesús.

José es el gran intercesor para todos nosotros, muy pegado a su hijo Jesús y a su mujer María, sigue ejerciendo su misión de fe. Y nosotros también podemos participar en esa misión: tratándole.