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Y María  guardaba todas estas cosas en su corazón. (5)

Por Domingo Aguilera. Junio 2020

Nos cuenta San Lucas:

Sus padres iban todos los años a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Y cuando tuvo doce años, subieron a la fiesta, como era costumbre...  Y al cabo de tres días lo encontraron en el Templo, sentado en medio de los doctores, escuchándoles y preguntándoles. Cuantos le oían quedaban admirados de su sabiduría y sus respuestas. Al verlo se maravillaron, y le dijo su madre:

-Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira que tu padre y yo, angustiados te buscábamos.

Y él les dijo:

-¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que es necesario que yo esté en las cosas de mi Padre?

Pero ellos no comprendieron lo que les dijo.

El Niño se queda en el templo. Sus padres creen que se ha perdido. Ellos, por unos momentos, lo han perdido. Y lo buscan angustiados, con todo su corazón desecho.

Que desazón la de María. La de José no sería menor, quizás la prueba más grande que tuvo que sufrir en la tierra, él, que tenía el mandato directo, del cielo, de cuidar de su hijo, lo ha perdido.

Con que prontitud y diligencia buscarían a su hijo…Pero Jesús solo se ha ocultado a sus ojos, no está perdido. Y ellos, humanamente, no le han perdido por negligencia. Ellos confían plenamente en ese adolescente que ellos saben es el Hijo de Dios.

Pero le han perdido, para encontrarle en la fe. En el sinsentido para la razón positivista, que es la obediencia. El Niño les muestra, por primera vez, el camino redentor de la obediencia. La obediencia no es sólo algo bueno, querido por Dios, una virtud más, sino algo necesario para la reconciliación de la criatura con su Dios.

La obediencia, esa virtud ininteligible, que es la raíz de la Redención, y que quedará grabada a fuego en los corazones de María y José. Locura para los no creyentes y escándalo para los tibios en la fe.

A lo largo de toda su vida Jesús dice muchas veces que no ha venido a hacer su voluntad sino la de su Padre, que está en los cielos. Y en el huerto de los olivos, cuando tiene dentro de sí toda la malicia de todos los pecados de todos los hombres, cuando suda sangre y ya no puede más, el que todo lo puede, pide a su Padre que le libere de aquella inmensa podredumbre, como un hijo abandonado… Pero no se haga mi voluntad sino la tuya. Y ya en Jesús no habrá ningún movimiento, ni acción que vaya en contra de su hora. Como cordero llevado al matadero. Va cargado con todos los pecados de todos los hombres.

Obediencia o ¡Non serviam!. Hay que elegir.

Y todas esas sucesivas elecciones que realizamos en este caminar en la tierra van configurando nuestro ser. Elecciones en nuestras relaciones con Dios y con los demás. Obediencia a Dios, que es escoger las relaciones adecuadas, aquellas que nos llevan directamente a ser como Él, que obedeció hasta la muerte y muerte de cruz. O elegir como compañeras de viaje para nuestra vida las relaciones con el placer, me gusta, con lo finito como si fuera infinito, con lo que nos presenta el mundo como si fuese el cielo, con nuestro orgullo, que no se doblará ante Dios, para doblegarse ante cualquier diosecito mundano.

Dejarse guiar por Dios, perder el control de nuestra vida. Ese es el secreto de la felicidad. Es la paradoja que el adolescente Jesús, antes de comenzar su vida pública, nos propone como resumen de estas primeras manifestaciones que María guardaba y meditaba en su corazón.

Jesús se distancia de María, mostrándose en su lugar propio, y María no entiende la respuesta de Jesús.  Es dura y no comprende que un adolescente se dirija así a su padre ni a su madre. Pero lo quiere, lo acepta por que viene de su Hijo y tiene fe. Se acordará entonces de aquellas palabras de Simeón y sabe que el silencio contemplativo, en la oración, hace crecer la fe. Y aprende otra lección.

Y sigue el evangelio:

Bajó con ellos, vino a Nazaret y les estaba sujeto. Y su madre guardaba todas estas cosas en su corazón. Y Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia delante de Dios y de los hombres.

Jesús, una vez que les ha enseñado el camino a María y a José, les estará sujeto hasta que comience su manifestación pública. Ahora Él obedece a dos criaturas. Un sinsentido…

Después…. El silencio. Durante 18 años, el silencio. Crecimiento interior.

Estas son las cosas que María guardaba en su corazón: La humildad, el dolor, el desprendimiento, la obediencia... Estos son los tesoros que guardaba en su corazón, para ti y para mí.