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Y María  guardaba todas estas cosas en su corazón. (4)

Por Domingo Aguilera. Mayo 2020

 San Mateo en el Capítulo 2, 13 -16, nos cuenta que María y José tuvieron que huir con el Niño:

“Cuándo se marcharon, (los magos) un ángel del Señor se le apareció en sueños a José y le dijo:

Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y quédate allí hasta que yo te diga, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo.

Él se levantó, tomo de noche al niño y a su madre y huyó a Egipto.

Me viene a la cabeza una pregunta. Si los teólogos dicen que con solo la Encarnación, la Redención se habría consumado, y las profecías se habrían cumplido, al menos parcialmente, si Herodes hubiese degollado al Niño, como cordero propiciatorio. ¿Por qué tanto interés en que siendo un niño no cumpla ya su misión y nos redima cuanto antes?

Más de dos mil años pasan desde que los primeros profetas anuncian la venida del Mesías, y cuando viene…. No le recibieron. 

El tiempo como pedagogía. Tiempo de penitencia. Para aprender, para cambiar, para entablar la amistad con Dios y ser amigos de Él. Y por ser amigos de Dios, poder llevar las almas a Dios. Esa es la pedagogía divina. Él quiere que le conozcamos como es Él. Y no según nuestra corta mirada y menguado entendimiento.

 La paciencia de Dios, mostrada de continúo en el AT. Él pasará 30 años codo a codo con la humanidad. Podía haber diseñado una muerte rápida, o incluso en la cama, pero elije una pasión larga, dolorosa, en la que va redimiéndonos, poco a poco, desde la cabeza a los pies, porque nos ama con locura y sabe cómo somos.

 Al Señor le interesa lo pasajero para convertirlo en eterno, lo poco para convertirlo en grande y la carne mortal para convertirla en inmortal. No es el Señor del relámpago y nada más. Es el padre amoroso que se queda prendado de sus hijos, que solo ve lo que hacen bien sus hijos. Al Señor ya no le duelen nuestras faltas, ya las redimió, le duele nuestra desconfianza en Él, si no volvemos.

Quizás la clave esté en el desprendimiento, en la transformación de los hombres, que hemos nacido en el pecado y debemos recorrer el camino para cambiar el corazón y ser virtuosos. La virtud no es el cumplimiento de un conjunto de preceptos sino vaciarnos de nosotros mismos para que entre el espíritu. Tener experiencias místicas no debería ser algo ajeno al cristiano, al revés, deberíamos ser más místicos, vivir del Espíritu Santo y trasmitir sin miedo el misterio que continuamente bulle en nosotros, como es la Eucaristía.

El camino del desprendimiento no es fácil.  Nos cuenta un cartujo: “Todo lo que puede hacer de mí un centro, un núcleo de cristalización autónomo, todo eso debe desaparecer para ser conforme a Cristo resucitado. Él no es más que relación al Padre. Él se encuentra desprendido de toda riqueza creada, a fin de no ser nada más que pura relación” (Paroles de Chartreux, Editions du Ceref, 1987, p.36)

Eso es el cielo: Relaciones. Las relaciones inmanentes entre las tres personas y las relaciones que hayamos establecido nosotros en la fe. Lo demás deberá ser purificado por el fuego. Y las relaciones que hayamos establecido durante nuestra vida habrán sido el resultado del uso de nuestra libertad.

¡Cuánto nos jugamos al establecer nuestras relaciones! Y cuánto nos ayudaría  examinarnos, cada día, sobre qué relaciones hemos establecido en esa jornada. Con quién, y si han sido en la fe.

“Salí del Padre y vuelvo al Padre”, relación divina. Y Jesús, cuando vuelve al Padre, además, está íntimamente en relación continuada con su Madre, que es el camino que tenemos para entrar en lo que no podemos entrar por nosotros mismos: la intimidad divina. Pero, a través de María, que es una criatura, si establecemos con ella una relación de hijos, llegaremos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Ha de ser una relación de fe, que ya no tiene que ser alimentada continuamente por la voluntad sino alimentada por el amor.

El viaje a Egipto supuso para María la confirmación en la fe. Fe en José, que le dice de pronto, de noche y sin entender nada, que abandone todo, y fe en el Señor al comprobar como su querido José cumple con toda fidelidad la voluntad del Altísimo. Viaje que nunca podría haber realizado una mujer sola con su hijo, en aquellas circunstancias. ¡Cuántas gracias daría María a su Padre Dios, por haberle puesto a aquél hombre tan maravilloso! 

María realiza ese viaje, oculto para sus coetáneos, sola con José y el Niño. Vivirá un tiempo en tierra extraña, con muchas penurias, quizás sin el apoyo de la comunidad judía, para no ser delatados y se acordarán, meditándolas en su corazón, de las palabras de Simeón.

María guardó en su corazón este viaje y sobre todo creció en su corazón la admiración por José. Al cual no se le transmiten los designios del cielo en la claridad de la luz, sino en el claroscuro del sueño. José obedece al Señor hasta cuando le habla en sueños. Es el mayor patriarca del Viejo Testamento, que, a diferencia de Moisés, inaugura el Nuevo Testamento y acaricia al Mesías. Por su fe.

¡Cuánto tenemos que aprender de José! Y para eso, hay que tratarle.