Y María meditaba y guardaba estas cosas en su corazón.(3)
Por Domingo Aguilera. Abril 2020
José y María van al templo con su Hijo, para cumplir los ritos de la purificación de María. Unos días antes ya habían subido con el Niño para ofrecérselo, como primogénito, al Señor. El dueño y Señor de la Ley se ofrece inerme a su Padre para, como hombre, cumplir la Ley. Como buena madre, María está feliz y allí se encuentran con Ana y Simeón.
Ana, que había pasado los años de su vejez en el templo, recibe con inmensa alegría lo que había esperado durante toda su larga vida. Su esperanza está colmada y es inmensamente feliz. “Y hablaba de él a todos los que esperaban la redención de Jerusalén”.
Ana, como los pastores y los magos, se convierte en testigo de la redención que está comenzando. Y no puede dejar de contárselo a todos. Ha establecido una relación de fe con el Niño a través de María.
Nos cuenta san Lucas en el capítulo 2, versículo 25 y sig: “Simeón, justo y temeroso de Dios, esperaba la consolación de Israel, y el Espíritu Santo estaba en él. Y al entrar los padres con el niño Jesús, lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios….Nunc dimittes…. Y le dijo a María, su madre: mira, éste ha sido puesto para ruina y resurrección de muchos en Israel, y para signo de contradicción – y a tu misma alma la traspasará una espada- a fin de que se descubran los pensamientos de muchos corazones.”
El Espíritu Santo, que habla por boca de Simeón, le habla de un futuro doloroso, especialmente para ella.
Y vienen a su cabeza y a su corazón las profecías de Isaías. (No hay en él nada sano: heridas, contusiones y llagas supurantes, ni cerradas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite). Profecías que dicen en el cuarto canto del Siervo del Señor: No hay en él parecer, no hay hermosura que atraiga nuestra mirada, ni belleza que nos agrade en él. Despreciado y rechazado de los hombres, varón de dolores y experimentado en el sufrimiento; como de quién se oculta el rostro….como cordero llevado al matadero…
María entiende que el siervo paciente es Jesús, su hijo y comprende con toda profundidad que el dolor es el camino de la Redención.
Y dice Sí al dolor estableciendo una nueva relación de fe con el dolor redentor que ya será su compañero de viaje durante toda su vida. Comienza así un itinerario de preparación para la sublimación de su persona en el dolor. Lo amará, y esa relación de fe continua con el dolor le hará capaz de soportar la prueba de la Cruz. Fue liberada del dolor del parto y sin embargo amó con todas sus fuerzas el dolor de su Hijo. Le acompañó en todo momento con toda la libertad y grandeza de su amor.
José contempla la escena…Cuánto sufriría al ver a su queridísima esposa, la mujer más dulce e inocente del mundo bajo una profecía tan dura… y qué alegría al comprobar la profunda generosidad redentora de María. Y también comprendió mejor su vocación. Ahora sabe que para él también vendrá el dolor. Dolor que acoge plenamente, como encargado de proteger a Jesús y a María. Los dos recorrerán juntos, a partir de ahora, el camino del dolor.
María se purifica a los ojos de los hombres, en el Templo, con las reglas de la Ley, pero realmente se purifica asumiendo desde ese mismo instante todo el dolor, no sólo el suyo, sino también el de su Hijo, con valor de co-redención. Y esa relación con el dolor, que ya será continua y creciente, facilitará la acción del Espíritu Santo en los hombres, siendo a ella, en estos primeros años del frágil niño, a quién se dirigen los que buscan con fe el reino de Dios.
María, como Jesús, crecía en edad, sabiduría y gracia de Dios. El Espíritu Santo le va preparando poco a poco, como a nosotros, porque no olvidemos que María es una criatura, mera criatura, para una misión sobrehumana, una misión sobrenatural, como la nuestra, y María, la mujer, ha de mostrarnos y facilitarnos el camino del dolor.
En este punto cabe pensar, con una mirada plana, cortoplacista, qué a María y a José les duró muy poco el tiempo que nosotros llamamos gozoso.
El dolor, que puede deshumanizarnos o puede espiritualizarnos. El gran misterio del dolor. De lo que huimos desesperadamente… Qué poco nos comprendemos cuando no aceptamos el dolor, la purificación, el desprendimiento, …la vida. Qué confundidos estamos cuando no sabemos interpretar los signos del cielo. ¡Y entonces que dura es la vida!. ¡Qué poco vale!. Nos volvemos como irredentos, esclavos, solitarios y egoístas. Frustramos la acción de Dios.
Nosotros, tendremos que recorrer nuestro propio itinerario hasta comprender que el cimiento del amor, es el dolor, que el amor no puede ser superficial y volátil, como el del hombre irredento.
Nosotros podremos comprender el valor escondido, el valor redentor del dolor, de nuestro dolor, si vamos de la mano de María. Si establecemos con ella una relación perdurable, continua, de fe. “Si metemos a la Virgen en todo y para todo”, como decía ese gran enamorado que es el beato Álvaro, buen hijo de San Josemaría.
Y como buena madre, si alguna vez nos olvidamos, ella seguro que se hará la encontradiza y reestablecerá, mejor dicho, reforzará esa relación. Entonces, solo entonces, el dolor será nuestro tesoro.
María, enséñanos a amar el dolor.
Nota aclaratoria:
Sigo encontrando muchos autores y predicadores actuales diciendo que José se encontró a María embarazada. José no se entera que María está embarazada cuando después de visitar a Isabel la ve con el vientre de tres meses. Eso es una interpretación, desde mi punto de vista, muy poco certera.
Mateo en su Capítulo 1, versículo 18, dice” La generación de Jesucristo fue así: María, su madre, estaba desposada con José, y antes de que conviviesen se encontró con que había concebido en su seno por obra del Espíritu Santo. José que era justo y no quería exponerla a infamia…
Como he escrito en el post “El día que José se enamoró de María” y repetido en varios más, José no conocía al Espíritu Santo como persona de la Santísima Trinidad y queda totalmente impresionado precisamente por ser obra del Espíritu Santo. Razón por la cual decide retirarse de la escena y sufre para no hacer sufrir a María.
El “se encontró”, es una forma genérica que no especifica si se lo dijo directamente María o como fue. Es normal que en un matrimonio se cuenten las cosas normales y cuánto más las importantes.