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Por Domingo Aguilera Pascual. Octubre 2025

 

En la Salve decimos “vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos”. Pero ¿qué tienen esos ojos de especial? La misericordia es divina, sólo Dios puede apiadarse de todos nosotros y salvarnos. La misericordia de Dios sí nos salva, es eficaz en si misma al operar según su Ser. 

Pues los ojos de María tienen de especial que son los más bonitos del mundo, porque son los ojos que Ella donó a su Hijo Jesús y por eso quiso darle lo mejor; los ojos más puros.

 María fue formada de san Joaquín y santa Ana en su esencia, pero a diferencia de todos los mortales fue asumida por el Hijo. Es el Hijo el que asume a María como madre puesto que Él no podía nacer del pecado. La Intimidad personal de María es asumida por el Hijo de tal forma que toda ella es Inmaculada. “Tota pulchra” decimos, para recordar que en Ella no hubo mancha de pecado en ningún instante. 

Ya en el proyecto de Redención el Hijo hizo un acto ontológico superior a la creación del Padre que fue el Asumir. Es tanto su Amor al Padre y a los hombres, que el Hijo asume los pecados de toda la humanidad, de todos los tiempos, y lo hace con un acto divino que es Asumir. Al redimir a la humanidad hace una re-creación y la hace con una Madre que no tuvo nunca mancha de pecado. María no fue creada y después redimida, sino que ya fue concebida sin pecado original. 

Es lógico que María quisiera dar lo mejor a su Hijo, como toda madre, pero antes Ella debía aceptar lo que su Hijo la quería donar. María no pensó en cosas que podría regalar a su Hijo sino en cómo podría aceptar todo lo que contenía aquella maravillosa palabra: Jesús, que significa el Salvador.  

La mirada de María nos remite a Jesucristo, sin embargo, no es la misma. María es mujer y madre y nos mira como madre, Jesús es varón y como tal nos mira. Nos mira como un hermano mayor. El hermano mayor nos protege y nos enseña el camino, nos ayuda a progresar en el camino que Él mismo ha recorrido antes.  

María siempre nos mira como a un hijo suyo y siempre lo hace resaltando las pocas virtudes que tenemos y obviando los muchos defectos que portamos y siempre nos mira con admiración, porque somos imagen de su Hijo. Ella nos ve siempre como hijos de Jesús, como sujetos de la Redención. Nos podría ver como nosotros nos percibimos, pero entonces, ¡ay, pobre de nosotros! Seríamos personas sin esperanza, porque la esperanza sólo puede residir en lo que mira al futuro. De lo pasado ya no esperamos nada. 

María es tan buena que nos ve como realmente somos y a pesar de eso nos quiere con locura y lo hace porque su Hijo agrandó su corazón cuando Ella permaneció al pie de la cruz. Su Hijo la enseñó a querer y Ella aprendió a mirar.  

Ella ya no ve las cosas como nos parece a nosotros que son, sino como las ve su Hijo. Las ve con ojos de misericordia, no con ojos de justicia. No nos pide igualdad, no nos pide reciprocidad, no nos pide nada. Sólo nos pide que miremos a su Hijo, que le miremos a los ojos y así Él verá los ojos de su Madre reflejados en nuestros ojos y nos dirá como al buen ladrón “hoy estarás conmigo en el Paraíso”. Una sola mirada fue suficiente.  

Tenemos una madre de mirada divina, esa mirada que nos enseña a ver la inmensidad del Amor de su Hijo hacia nosotros. Entonces la lucha se vuelve calma y pacífica, porque siempre estamos en sus brazos y podemos aferrarnos fuerte a sus brazos cuando los vientos soplan en contra. Entonces agárrate fuerte y no la sueltes.