Por Domingo Aguilera Pascual. Abril 2025
Se acercaba el día de la Pascua y Jerusalén bullía de peregrinos y forasteros, además este año los Príncipes de los judíos y el Sumo Sacerdote estaban preocupados por los últimos acontecimiento que protagonizaba un tal Jesús que se presentaba a sí mismo como el Mesías.
Hasta hace unos meses no se tenían noticias claras de esta secta, pero últimamente los escribas y los fariseos tenían frecuentes enfrentamientos con los seguidores de Jesús y especialmente con Él. De hecho, andaban pensando como prenderle y buscaban entre los suyos alguien que le traicionase.
No tenemos noticia de las anteriores Pascuas celebradas por Jesús, que posiblemente se celebrarían en Galilea, quizás en la casa que Pedro tenía en Cafarnaúm o quizás en Nazaret. Pero esta sería la primera Pascua en Jerusalén y los apóstoles estaban expectantes, ¿Dónde se celebraría?
Jesús y sus seguidores no habían subido todavía a Jerusalén. Estaban en Betania, situada a una distancia de media jornada desde Jerusalén, donde vivían Marta, María y Lázaro, y en la que Jesús solía descansar con sus discípulos lejos de la multitud.
Cuando Jesús salió de Betania para ir a Jerusalén tenía que descender hasta el torrente llamado Cedrón y atravesarlo para subir a la ciudad fortificada. Es en esta bajada de Betania desde donde se contempla una de las más hermosas vistas de la ciudad Santa. Jerusalén luce las mejores galas y el Templo acapara todas las miradas. Jesús contemplando tanta belleza lloró y exclamó:
“Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que son enviados a ti! cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!
He aquí que vuestra casa quedará desierta.
Porque os digo que desde ahora no me veréis, hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor”. (Mt 23, 37-39)
Los discípulos ya habían visto llorar a Jesús cuando le comunicaron que Lázaro había muerto, pero ahora esta escena les impactó en el alma. Estaban siendo unos días muy especiales y todavía no sabían si celebrarían la Pascua en Jerusalén, ni dónde.
María se enteró de este suceso, quizás Juan se lo relataría, e inmediatamente se dio cuenta de que el día y la hora ya eran inminentes. Repasó despacio el libro de Isaías, que Ella sabía de memoria, y trajo a su presencia la profecía del Siervo Sufriente:
“Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos.
Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido.
Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Yahvé cargó en él el pecado de todos nosotros.
Angustiado, y afligido, él no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca.
Por cárcel y por juicio fue quitado; y su generación, ¿Quién la contará? Porque fue cortado de la tierra de los vivientes, y por la rebelión de mi pueblo fue herido.
Y se dispuso con los impíos su sepultura, mas con los ricos fue en su muerte; aunque nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca.
Con todo eso, Yahvé quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Yahvé será en su mano prosperada”. (Is. 53, 3-10)
Ya no cabía ninguna duda, su Hijo padecería todo lo que los profetas habían anunciado y de lo profetizado por Simeón “y a tí una espada te partirá el corazón”. Y María lloró con su Hijo.
María estaba sola. ¿con quién podría compartir tamaño presentimiento? ¿Sería un sueño? Los siguientes días fueron terribles, sólo ella iba desgranando las horas y veía acercarse un final muy doloroso.
Los apóstoles seguían sin enterarse de nada, pensando sólo en qué lugar se celebraría la Pascua. Esa última Pascua, que para Ella ya había comenzado por adelantado. Todos pensando en la fiesta y María en el futuro próximo de su Hijo.
María seguirá estos días sirviendo a los apóstoles y a su Hijo y no dirá nada. Ella unida como nunca a su Hijo, prepara su corazón para lo que ha de venir. Ofrece la frivolidad de los apóstoles con su Hijo, como parte del rescate por los pecados que va a realizar el Salvador muriendo en la cruz.
Sólo María lloró con su Hijo.