Por Domingo Aguilera Pascual. Julio 2023
Los apóstoles recibieron los dones del Espíritu Santo el día de Pentecostés, cuando estaban en el cenáculo junto con María. ¿podríamos colegir que María recibió también ese día los dones del Espíritu Santo? Que los recibió ese día no cabe duda, como tampoco cabe duda de que María los recibió junto a su Inmaculada Concepción. Ella es la llena de gracia. En la gracia, el conocimiento y el amor, el crecimiento es irrestricto, es decir no tiene límite. En el cielo seguiremos creciendo en conocimiento y amor.
El don es la expresión de amor más alta de la persona, que manifiesta su amor al otro con un regalo personal o don. La donación tiene, por lo tanto, tres actores: el donante, el receptor y el don en sí mismo.
Los dones son personales, una persona da y la otra acepta libremente el don como regalo, cumpliendo así el fin del donante. Pero si el otro no lo acepta, el don queda frustrado.
La persona que ama quiere mostrar al otro su amor y lo hace con un regalo que tiene que pertenecer a la esencia del hombre. Las personas humanas, por ser co-existetes -acto de ser- no pueden entregarse directamente el uno al otro, es necesario expresarlo a través de algo sensible, material o inmaterial. Todos nos manifestamos a través de nuestra naturaleza y expresamos nuestro estado anímico de múltiples formas.
El Espíritu Santo es el Paráclito, que significa el Consolador, el que da la paz. Cuando uno tiene en su intimidad personal a Dios, cuando vive del Espíritu Santo, entonces ya no necesita buscar su réplica. Esa persona no está sola y lo sabe. Ha encontrado a su réplica y, por lo tanto, es plenamente feliz en la tierra y ya no pierde la paz por los afanes de la vida.
María recibió primero a Jesús en su mente y después en su cuerpo como dice san Agustín. Jesús pudo venir a este mundo porque María lo aceptó primero en el Espíritu Santo y posteriormente en el “hágase”. Dios Padre envió al ángel para que María manifestase libremente ese acto de aceptación.
María permaneció siempre con paz, porque vivía de su Espíritu que, como dice san Agustín, es más íntimo a nosotros que nosotros mismos.
Hay dos zonas diferenciadas en el ser humano, la superior (la intimidad personal o simplemente persona) que es el acto de ser personal, y la inferior que es su naturaleza, en la que podríamos a su vez distinguir la esencia propiamente dicha y la corporeidad.
A la intimidad personal la perfeccionan las virtudes sobrenaturales:
- la caridad al amar personal,
- la fe al conocimiento personal y
- la esperanza a la libertad personal.
Sin embargo, las perfecciones del Espíritu Santo actúan en los hábitos de la esencia, y son considerados dones.
Los tres primeros dones perfeccionan a los tres hábitos innatos, que de superior a inferior son:
- El don de sabiduría que María recibió en el hábito innato de sabiduría. María utilizó durante toda su vida la sabiduría como forma prioritaria de conocer. Este don le permitió a María escrutar las profundidades de la Santísima Trinidad, y conocer desde el inicio de su vida la distinción de personas en la Santísima Trinidad.
- El don de entendimiento que incide en el hábito innato de los primeros principios que conoce las realidades extramentales. Así María pudo reconocer a José como su réplica en el matrimonio. Es decir, como la persona escogida por Dios para ser su esposo.
- El don de consejo que fortalece el hábito innato de la sindéresis. Este hábito permite conocer la naturaleza humana, es decir las facultades orgánicas y las potencias inorgánicas. Es la cúspide de la esencia humana y es lo que comúnmente denominamos YO. Este don es de especial importancia para los directores de almas. María por su intimidad con el Padre, en Caná, pide lo que conviene y fuerza la hora: “haced lo que él os diga”.
El siguiente don se refiere a un hábito de la inteligencia.
- El don de ciencia eleva al hábito de ciencia, que permite ver el orden existente en las realidades intramundanas. María tuvo la ciencia divina como guía práctica de la prudencia para su vida cotidiana. No tuvo aquella ciencia humana que no necesitaba, no destacó entre las mujeres de su tiempo, sino que siempre escuchó al Señor para saber lo que de Ella quería su Padre en cada circunstancia. Conocer para conocerse. Prudencia con Jesús en el templo: “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? He aquí, que tu padre y yo te hemos buscado con angustia” Y no dijo nada más, por prudencia.
Los tres siguientes elevan a tres virtudes de la voluntad:
- El don de piedad que incide en la virtud de la amistad y que permite reconocer la filiación divina. La piedad es la virtud de los hijos con sus padres. ¿Cómo contemplaría María a su Padre Dios? Como una esclava contempla a su señor. Como un perrillo que duerme a los pies de su amo. “He aquí la esclava del Señor”.
- El don de fortaleza que incide en la virtud de la fortaleza. Con este don María pudo recorrer el curso de su vida en la tierra como su Padre se lo indicaba: con fortaleza y valentía. Con valentía le dijo a José que ella sería virgen en el matrimonio. Y con fortaleza estuvo al pie de la cruz. “Yuxta Crucem Lacrimosa”.
- Don de temor de Dios que incide en la virtud de la templanza, que es reconocer lo distinto como distinto. El temor es el principio de la sabiduría. Respetar a Dios como Dios y reconocer que Ella, la concebida sin pecado original, la llena de gracia, la bendita entre todas las mujeres, la madre del Mesías, puede recitar con toda propiedad el Magníficat.