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Aleteia Colombia - publicado el 18/08/21

Fray Carlos Mario Alzate Montes, prior conventual y rector del Santuario Mariano Nacional de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, quiso compartir con los lectores de Aleteia un recorrido por los diversos atentados que la Virgen de Chiquinquirá ha recibido a lo largo de su historia en Colombia. Con ello también un mensaje conmovedor

«Virgen despojada». Así la llamó el arzobispo de Bogotá y primado de Colombia, monseñor Luis José Rueda, en la celebración de los 102 años de la coronación y durante la eucaristía transmitida a todo el país, horas después del aleve atentado contra el lienzo, perpetrado en la madrugada del 9 de julio.

Pero este no es el primero y seguramente no será el último de los atentados que ha sufrido el milagroso lienzo en sus más de cuatro siglos de presencia física en el santuario de Chiquinquirá y en el corazón agradecido de millones de colombianos.

Como un gesto de desagravio a la Rosa del Cielo en estos tiempos difíciles que vivimos, en los que se quisiera borrar la memoria histórica, destruyendo monumentos y atentando contra el patrimonio público, nos cae bien recordar algunos de los más tristemente recordados atentados contra la reliquia histórica, cultural y religiosa más valiosa de este país.

En agosto de 1633 -a escasos 50 años del prodigio- el arzobispo de Bogotá, Bernardino de Almanza, ordenó el traslado del cuadro primero a Tunja y luego a Santafé cómo remedio saludable a la peste de viruela que azotaba el altiplano andino. Con lo que no se contaba era con que la Real Audiencia quiso quedarse con la imagen y construirle una capilla en la catedral primada. A duras penas los atribulados boyacenses, lograron que les fuera devuelta en 1636, cuando la orden de los dominicos entra a regir el santuario y a propagar el culto mariano.

Las romerías se multiplicaron y con ellas las ofrendas en plata, oro, esmeraldas y rubíes, lo que despertó la codicia de algunos que pidieron secularizar la Doctrina al arzobispo Javier de Arauz y al virrey Solís en 1757. Sólo la férrea oposición de los frailes y la tenacidad en su defensa ante la corte en España, impidió el despojo después de siete años de agrias controversias.

Apenas un año después de que el convento donara gran parte del tesoro de la Virgen para costear la campaña libertadora, un hecho entre cómico y trágico fue motivo de sobresalto en la plácida villa de los milagros, efectivamente, en abril de 1816, un soldado -hermano de Pascasio Martínez, el niño que capturó al coronel Barreiro en el puente de Boyacá- hurtó algunas joyas y para escapar del castigo, argumentó que la celestial señora se las había regalado. El comandante Serviez decretó entonces, bajo pena de muerte ¡recibir regalos de la Virgen de Chiquinquirá!

El mismo Coronel Serviez se llevó en improvisada huida la veneranda reliquia a los Llanos, para escapar de la ira del pacificador Morillo y en un intento desesperado de reclutar voluntarios para la resistencia criolla, alentada por la presencia de la celestial Señora. Diez años después, en 1826, un maleante solitario penetró en el templo y robó las alhajas traídas por los  promeseros. Atrapado en Ubaté y para librarse de linchamiento, acusó al Prior, fray Casimiro Landínez cómo autor intelectual de la felonía. El escrito de defensa del memorable fraile contra semejante infamia,  reposa en la biblioteca nacional.

Los azarosos acontecimientos que se vivieron a lo largo del Siglo XIX tuvieron también su escenario en Chiquinquirá. En 1836 apenas apagados los fuegos de la Independencia, el presidente Santander suprimió el convento y ordenó -por decreto- la confiscación de sus bienes, incluidas las alhajas que fueron apetecido botín de los avarientos legisladores. Similares decretos de desamortización de bienes eclesiásticos, se repitieron en 1851 bajo José Hilario López y en 1861 en el gobierno dictatorial de Mosquera. Los bienes de la Chinca, que bien hubieran servido para una reforma agraria o para impulsar la incipiente infraestructura nacional, quedaron en los bolsillos de los que participaron en los remates, ¡milagro del olimpo radical!

Fray Buenaventura García, guardián insomne del templo mariano por cuatro décadas es quien nos cuenta que en 1868 el retablo fue violado por unos jóvenes de cuello blanco y conciencia negra. Los ladrones fueron apresados en Tausa pero dejados en libertad porque no se les encontró el cuerpo del delito… seguramente alentado por tal impunidad, el dentista Joaquín Gómez en año nuevo de 1886 se escondió en el templo y sustrajo el tesoro, pero sorprendido en una torre y asustado por la gritería del populacho, se pegó un tiro, terminando en tragedia el fallido hurto.

El siglo XX se abre con dos asonadas que pusieron en serio peligro la integridad del lienzo. La primera en 1901, consecuencia de la sangrienta batalla de Palonegro, la villa republicana fue tomada a sangre y fuego por 1800 forajidos y defendida con valentía por los vecinos y, en 1918, con motivo de la coronación de Nuestra Señora del Rosario en Bogotá, el tumulto azuzado por el afán de lucro de los comerciantes, profanó el templo y se llevó el cuadro, consiguiendo que la ciudad fuera puesta en entredicho por la autoridad episcopal por más de tres meses.

Este capítulo de infamia, se cierra con lo acaecido hace poco, un delincuente subió al baldaquino, rompió con violencia el vidrio de seguridad y se sustrajo las coronas, el cetro, la medialuna y los rosarios de la Virgen y del Niño, sin que milagrosamente el lienzo sufriera daño alguno. En medio del estupor general, una cosa quedó clara, la Virgen chiquinquireña supo otra vez protegerse de la maldad humana y exhibirse ante el mundo, ahora despojada de sus joyas, cómo el ícono de un país, que no logra superar todavía los estragos del odio y la indigencia.

Fray Carlos Mario Alzate Montes, OP, agosto de 2021