José Manuel Díez Quintanilla, en su libro Las apariciones de la Virgen María: Doctrina e historia (LibrosLibres), y en este reportaje del canal católico Creo TV, comenta las apariciones de la Medalla Milagrosa en la Rue du Bac de París, en 1830, que considera "las primeras apariciones de la Virgen de época moderna", refiriéndose a un siglo XIX en el que se extendió la increencia y el materialismo entre las élites occidentales.
Con esta aparición se inicia una serie de apariciones del siglo XIX y XX que el Papa Pío XII llamaría "la era de María".
Lo que distingue estas apariciones de otras
La Virgen se apareció a Santa Catalina Labouré, religiosa de las Hijas de la Caridad de 24 años en ese momento. Quintanilla destaca algunos de los símbolos de esta aparición. La Virgen sostenía una bola del mundo, lo que destaca su mensaje universal.
El autor detalla que Santa Catalina Labouré había tenido experiencias místicas previas y deseaba ardientemente tener un encuentro con la Virgen: en eso es distinta a casi todas las apariciones del siglo XIX y XX, en que los videntes suelen se "pillados por sorpresa", no rezaban especialmente ni tenían mayor deseo de una experiencia mariana.
Un tercer detalle peculiar, señala Quintanilla, es que "es la única aparición moderna en que se desconoció por completo quién era la vidente hasta después de su muerte. Santa Catalina Labouré pasó su vida en completo anonimato". Fue su confesor quien lo divulgaría.
También apunta el autor que en las apariciones más famosas del siglo XIX y XX, los videntes se mantienen a cierta distancia de la Virgen. Sólo en esta aparición la vidente dice que estaba muy cerca y que ella, Catalina, le tocaba las rodillas a la Virgen, sentada en un sillón.
Catalina, devota desde niña, con una vocación especial
Catalina consideraba a la Virgen su madre desde los 9 años, cuando murió su madre en la tierra. Trabajaba en el campo en silencio y sencillez, con misa diaria. A los 18 tuvo un sueño: soñó que un sacerdote le dijo "es bueno, hija mía, cuidar a los enfermos; Dios tiene designios para usted".
A los 22 años su padre aún se negaba a permitir que entrara en vida consagrada como su hermana. La envió a París a trabajar con su tío en un restaurante y a buscar marido. Sus hermanos la ayudaron a aprender a leer.
Un día entró en una iglesia de las Hijas de la Caridad. Vio el retrato de un sacerdote que la miraba con bondad. Ella reconoció en ese hombre al sacerdote de su sueño 4 años antes. Le dijeron que el hombre del retrato era San Vicente de Paúl, fundador de las Hijas de la Caridad. Su familia le dio permiso y pudo entrar en la comunidad con 24 años.
Tragó una pequeña reliquia de Vicente de Paúl
En misa, en la consagración, Catalina veía a Jesús, y también tenía visiones de San Vicente de Paúl. Pero ella oraba pidiendo ver a la Virgen. El 18 de julio, víspera de San Vicente de Paul, tras una charla sobre la belleza de los santos y la Virgen. Le dieron un pedacito de tela como reliquia del santo. Ella, antes de acostarse, rezó y se tragó el pedacito de tela.
Lo que pasó esa noche lo contó con detalle años después, al acercarse su muerte. Cuando ya dormía, oyó que tres veces la llamaban por su nombre. Apartó las cortinas de su espacio, y vio un niño vestido de blanco. El niño le dijo que se levantase, que acudiese con él a la capilla, que la Virgen le esperaba. Ella se vistió y siguió al niño, que irradiaba luz.
La capilla estaba cerrada pero al toque del niño se abrió la puerta. Dentro estaban encendidas todas las velas y cirios como si hubiera misa solemne de medianoche. La religiosa se arrodilló y rezó. No acudió ninguna Hija de la Caridad, sino la Virgen. "Mira a la Virgen, aquí está", dijo el niño.
Oyó un roce y vio a una dama vestida de seda, que atravesó el presbiterio y se sentó en el sillón (que aún se puede ver hoy en la capilla). Catalina se acercó y se apoyó en sus rodillas. Catalina le dijo a la dama que era el momento más feliz de su vida.
La Virgen le dijo a Catalina muchas cosas, pero le exigió mantenerlas en secreto.
Le dio instrucciones sobre como comportarse con su director espiritual. Le pidió paciencia, mansedumbre y gozo ante las penas. Y que desahogara sus penas ante el altar, donde recibiría siempre consuelo.
Le encargó una misión, en la que sufriría pero que recibiría más inspiraciones. La Virgen expresó su deseo ardiente de derramar gracias a quienes acudan a ella.Le advirtió que muchos religiosos y el arzobispo de París morirían de forma violenta (como sucedió años después, en 1870, en la Comuna de París).
La visión de la Medalla
La misión sería la revelación de la devoción a la Medalla Milagrosa. El sábado 27 de noviembre, víspera del primer domingo de Adviento, se le volvió a aparecer la Virgen. Esta vez llevaba un vestido blanco, de mangas largas hasta el suelo, una túnica cerrada y velo sobre el pelo. Su rostro era muy hermoso.
Sus pies estaban sobre un polvo blanco y aplastaba una serpiente verde con pintas amarillas. En las manos llevaba, a la altura del corazón, un globo pequeño dorado con una cruz. La Virgen ofrecía ese globo a Dios. Miraba alternativamente al Cielo y la Tierra y de sus manos se extendían unos haces de luz.
La Virgen explicó que el globo representaba al mundo y Francia, y que las perlas en sus manos eran gracias que no podía entregar porque no rezaban por ellas.Después desapareció el globo, y alrededor de la Virgen surgió un óvalo con las letras de un mensaje: "Oh María, sin pecado concebida, orad por nosotros que recurrimos a vos". Ella encargó entonces a Catalina: "Haz que se acuñe una medalla según este modelo, y todos los que la lleven puesta recibirán grandes gracias, y más abundantes para los que la lleven con confianza".
Cuando la Virgen se dio la vuelta, Catalina vio lo que vemos en el reverso de la medalla: la M atravesada por una barra y dos pequeños corazones, uno con corona de espinas (el de Jesús) y otro atravesado por una espada (el de María), y alrededor doce estrellas (las doce de la mujer vestida de sol de Apocalipsis, y signo de la Iglesia por sus doce apóstoles).
Quintanilla resumen el mensaje de la Medalla Milagrosa y su simbología: María aplastando la cabeza de Satanás, su mediación de gracias, su jaculatoria que se adelanta al dogma de la Inmaculada, su cargo como reina de Cielo y Tierra.
Una devoción que se extendió con rapidez
Su director espiritual no creyó la aparición al principio, pero sí más adelante al ver su ejemplo de vida virtuosa. En 1832, durante una grave epidemia de cólera en París, es su director, sin hablar con Catalina, quien convence al arzobispo para acuñar las medallas. En 1838 el Papa autorizó a los fieles a llevar estas medallas.
Catalina pasó toda su vida trabajando como ayudante de cocina en un asilo de ancianos de las Hijas de la Caridad. Vio los acontecimientos sin protagonismo alguno de su parte. Las Hijas sabían que la Virgen había transmitido esa devoción a una de ellas, pero no se sabía a quién.
En 1856, al acercarse su muerte, Catalina dictó sus recuerdos. Murió en 1876, el 31 de diciembre. Cuando en 1932 se procedió a examinar su cadáver con motivo de su beatificación, se descubrió que el cuerpo de Catalina estaba intacto, "sin putrefacción", asegura Quintanilla. El cuerpo se trasladó a la capilla de la Rue du Bac, donde hoy se mantiene.
La devoción a la Medalla Milagrosa se extendió por todo el mundo. El primer pedido, en 1832, fue de 1.500 medallas. Pero en un par de años ya se habían acuñado 2 millones. Se tradujo la jaculatoria del texto a varios idiomas, empezando por el latín. Las Hijas de la Caridad y los sacerdotes y religiosos paúles difundieron la devoción por todo el mundo.
El Papa León XII estableció la fiesta con misa y oficio propio para conmemorar la aparición de la Inmaculada Virgen María bajo el título de la Medalla Milagrosa.
Díez Quintanilla, autor de Las apariciones de la Virgen María, explica en este vídeo de 23 minutos el origen de esta devoción y estas apariciones.