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Por Domingo Aguilera. Julio 2021

 Siguiendo con el esquema anterior, podemos observar que a diferencia de lo que ocurre en un contrato varón / mujer, en el que todo depende de la sola voluntad de los cónyuges, en el matrimonio en la fe, los obstáculos, las contradicciones y todas las circunstancias, también son asunto de Dios. Los cónyuges tienen un aliado que está empeñado en el bien de ambos. Lo importante en este matrimonio es mantener esa alianza con Dios, porque Él lo puede todo y nos quiere a cada uno de nosotros como hijos suyos. Además, Él está empeñado en que esa Alianza se establezca y dure para siempre.

Por eso el discernimiento es fundamental en las alianzas. El tiempo de noviazgo ha de ser muy activo para discernir si la voluntad de Dios es compartir toda la vida, entregarse, con aquél otro, o con aquella otra, según el caso.

Ha de ser la voluntad de Dios y no otras circunstancias o consejeros, la que tendremos que descubrir en el otro, que entonces pasará a ser nuestro “otro” yo. Un cambio radical de vida.

Ahora vamos a repasar cómo Jesús cambia progresivamente, en el corazón de sus discípulos, la forma de relación que quiere establecer con sus hijos.

Al principio los que siguen a Jesús son sus discípulos, es decir, establecen una relación de maestro-discípulo. Una relación entre desiguales, como también lo es la de padre-hijo. Así transcurren tres años de seguimiento del maestro. Y cuando Jesús está llegando al cumplimento de la redención del género humano, en la última cena, comunica a sus discípulos, en un diálogo de intimidad, un cambio radical en la relación que quiere establecer con ellos: “ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; a vosotros, en cambio, os he llamados amigos, porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer” (Jn: 15,15), pasando en ese momento a ser una relación entre semejantes.

Jesucristo quiere establecer el amor de amistad para todos. El amor a Dios de los redimidos ha de ser un amor de amistad con Jesucristo, es decir, de confianza con el amigo y no de cumplimiento con el amo. Este cambio es radical para toda la humanidad. Dios quiere compartir nuestros proyectos, que serán también suyos, y quiere que Sus proyectos sean también nuestros.

En la cruz nos da a María como madre nuestra, para que establezcamos con Ella una relación de filiación. Ya somos amigos de Dios e hijos de María.

Más adelante, en Pentecostés, nos envía el Paráclito, que nos invita a establecer una relación de “hijos adoptivos de Dios” en el Hijo, con la plenitud del Espíritu Santo. Es decir, una relación de filiación divina.

Ese es el camino que debemos recorrer para vivir del Misterio, cuya plenitud es “ser dioses”.

Ahora vamos a fijarnos en el tipo de relación que le propone José a María. Sabemos que María ya había dicho “no” al matrimonio judío. Ella ya había prometido ser virgen a su Padre Dios mediante una Alianza. A diferencia de nosotros, María, por su Concepción Inmaculada, establece una relación de filiación específica con Dios Padre antes que nosotros. Es la Hija predilecta de Dios Padre. José le propone acompañarla en su vida. Y aceptando la virginidad de María, le muestra a Ella que esa relación no sólo la conviene, sino que la completa.

José le propone el matrimonio en la fe. Y María ve en esa Alianza una llamada de Dios para Ella, que completa la anterior con su Padre Dios y que la colma de plenitud.

José tenía la semilla, puesta por Dios, de este nuevo matrimonio que supera al anterior. Esa semilla es el principio de una alianza esponsal que llegará a su culmen, después de Pentecostés,  para todos los bautizados. (Entiéndase aquí que cuando me refiero a la alianza esponsal, me refiero a la esponsabilidad del cristiano con Dios, generada en el bautismo y que nos hace plenamente hijos adoptivos de Dios, y no me refiero solo al sentido que tiene esta expresión en el estado de “vida consagrada” donde adquiere un significado metafórico. En todo caso, con este término, quiero enfatizar la especial presencia del Espíritu Santo en las relaciones de alianza que reclamando indisolubilidad, se ordenan a dar vida).

Y en el nuevo orden de la salvación todos estamos llamados a esa relación. Todos estamos llamados a participar en las bodas del Cordero (Ap: 19,9).

Tanto en el celibato como en el matrimonio, hemos de aspirar a vivir en una alianza continua con Dios. Por eso en el cielo no hay marido ni mujer sino relaciones con el

Cordero. Y esas son personales.

Analicemos con más detalle el concepto de Alianza: La Alianza consiste en dar una respuesta a la llamada de Dios y establecer con Él una relación amorosa de donación plena en el Espíritu Santo, para dar vida.

Establecer una relación amorosa:

Sabemos que las relaciones de amor han de ser mantenidas por el amor. Las relaciones comerciales han de ser mantenidas con actos de la inteligencia que estimulen la voluntad para mantener esa relación. Relación que caducará cuando una de las partes cambie de opinión. Mientras que solo se mantendrá por la conveniencia de las dos partes.

Pero una relación amorosa no se basa en un análisis de conveniencia ni en un plan estratégico, sino en el amor. Y ¿qué es el amor?

A todo niño le gustan los juguetes, pero cuando se cansa de ellos, los tira. Cuando va creciendo separa el amor de sus padres, de los quereres que van naciendo en él.

Cuando madura y se enamora, fija su capacidad de amar en otra persona. Y es aquí donde hay que ejercitar a fondo la libertad. Libertad que podremos ejercitar disminuida, con miedo al fracaso, con egoísmos, etc., o bien desplegarla en todo su potencial. Dicen las canciones populares que los amores primeros son muy difíciles de olvidar y esto es normalmente así, porque son amores verdaderos y sencillos.

Amamos lo bello. Lo que percibimos como bello. El amor nace como un impulso hacia la belleza, hacia la meta, pero no es solo un impulso. El amor nos lleva a conseguir la meta directamente, no como un largo proceso de decisión de conveniencias. Pero el amor puede errar. Nuestra naturaleza y nuestra experiencia así lo confirman.

Nuestros amores son sólo eso, amores, flacos amores. Amores que pueden salir de nuestro impulso ciego, de circunstancias que estimulan ese deseo, pero no del fondo del corazón. El amor verdadero solo puede salir del fondo del corazón.

Jesucristo nos da la medida del amor: Amaos como yo os he amado. Donación plena y para siempre: ¿que hay en el fondo de nuestro corazón cuando nos enamoramos?

Porque si el corazón no tiene a Dios como a nuestro “otro” yo, si no tiene una relación fuerte con Dios, si no tiene fe, es muy difícil llenar la vida con “otro” ser limitado y lleno de defectos, aunque a primera vista no los encuentre. O peor aún si establece unas relaciones bastardas, para que el “otro” sea objeto de su vacío o de su egoísmo. Como nos dice S. Agustín: “Nos hiciste para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti” (Confesiones, i, 1,1). Es la sed de infinito que todos llevamos en nuestro corazón.

La alianza es donación total, para siempre. Y para donar algo hay que tener ese algo. Aquí entra en juego la percepción que tenga cada uno acerca de los demás. ¿Cómo vemos a los demás? Alguien con el que queremos compartir unos momentos bonitos, alguien que nos puede sacar de nuestra miseria, alguien que nos puede ayudar a vivir mejor, alguien que nos garantice un futuro mejor, o por el contrario, vivir para el otro a pesar de los “pesares”. Este es el secreto para vivir en una continua alianza.

En el Espíritu Santo:

Ciertamente que sin fe este camino se puede hacer muy difícil. Por eso, para los bautizados, Dios ha elevado el matrimonio a su más alta cota: Es un compromiso en Dios. Él toma parte activa en esa alianza. Él está interesado en que esa relación sea plena para los tres. Y si es difícil fiarse de las fuerzas de uno mismo a largo plazo, lo es más todavía el fiarse de la otra persona. Pero Dios, que nos ama con locura, se fía de cada uno de nosotros y pone el incremento.

Esa es la manera de convertir los defectos del otro y los defectos de uno mismo, en ocasiones de mejora moral, es decir de santidad. Es la manera de superar la pobreza, las dificultades, y todas aquellas vicisitudes que, tarde o temprano, nos ocurrirán a lo largo de la vida. Ese es el camino para ir cambiando, para complacer al otro, que en definitiva es nuestro “otro yo” y por lo tanto nos mejora personalmente a cada uno. Y en ese proceso de mejora mutua, juega un papel esencial el Espíritu Santo, que será el que nos sugiera ese decir o ese callar.

Vivir en el Espíritu Santo es vivir en la Belleza. Y vivir en la Belleza es vivir enamorados. Tanto cuando somos jóvenes como cuando somos mayores, porque entonces la Belleza supera a la belleza que nos propone Lucifer. Ver en los demás la belleza que Dios percibe en esa persona, no la que nosotros, con nuestra tibia mirada, aplicamos a los demás, o la que con nuestra mirada deformada por nuestros pecados nos vemos a nosotros mismos, es la solución. Mirar a los demás como los ve Dios, especialmente el marido a la mujer y la mujer al marido, no dejando que entre en nuestro corazón, el falso deseo de la quimera, del diosecillo, que lleva a destruir lo que Dios ha unido, es el gran reto del matrimonio.

Establecer una alianza con Dios, es el acto más sublime de libertad que la persona puede hacer. Jesucristo ha muerto para que nosotros vivamos en el Misterio. Así nuestro amor nunca decae, siempre estará animado con el soplo del Espíritu Santo. Lo que no significa que ese amor no sea de la tierra. Es de la tierra, pero lo es para el cielo.

¿Dificultades? Todas. Pero sabemos que la paradoja de la vida es esa: vivir el amor donal sin miedo, con la confianza puesta en nuestro Padre Dios y en el Espíritu Santo.

Par dar vida:

El amor de amistad es un amor entre dos personas que comparten proyectos, ilusiones, aficiones, cosas en general. La amistad puede llegar a ser tan grande, como para que el amigo de la vida por el amigo. Así nos lo dice Cristo “nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus amigos (Jn: 15,13). La amistad puede hacer que dos corazones vibren juntos. Es el amor que nos brinda el Señor para compartir con Él. Pero la amistad, por sí sola, no puede constituir una relación esponsal, una alianza de la persona para dar vida.

El amor de amistad no puede constituir el matrimonio, porque necesita de la

esponsabilidad que no es una amistad intensa y profunda sino una realidad distinta de ella, aunque en el seno de la amistad de un hombre y una mujer suele surgir un amor esponsal. Pero no necesariamente.

La alianza esponsal no se conforma con compartir, es donal, porque al ser muy bella quiere perpetuarse, repetirse, dar vida. Y porque quiere convertir ese amor humano en un amor eterno, quiere perpetuarlo por los siglos de los siglos, para gloria de Dios y para que lo vean los demás, porque es muy bello. Es el amor en el Espíritu para dar vida.

La alianza es por lo tanto la meta de todo bautizado, aunque presenta muy diversos caminos. Dios llama a cada persona para hacer con ella una Alianza. La respuesta depende de la libertad y se puede recorrer ese camino en el Matrimonio, como decía San Josemaría, “siendo el lecho matrimonial un altar” donde se realiza la redención no sólo de los cónyuges sino de toda la humanidad en el Espíritu Santo, como sacramento. Y también es la relación de toda persona que llamada por Dios y permaneciendo célibe, vive para expandir el Reino de Dios. Es un amor fecundo que lleva a la plenitud el sacerdocio común de los bautizados. (El sacerdote participa del sacerdocio ministerial y establece una relación para dar vida a través de la confección de los sacramentos. Vive exclusivamente para Dios y para servir a sus hermanos los hombres administrando los sacramentos).

José y María se enamoran perdidamente el uno del otro y viven, a partir de ese momento, el uno para el otro y solo para cumplir los deseos de su Padre Dios. Y con la aceptación por parte de José de la virginidad de María y el sí de Ella, establecen una relación esponsal. Y más tarde María, estableciendo una nueva relación esponsal con el Espíritu Santo, hace posible la Encarnación, que es el comienzo de la Redención y origen de la nueva vida para todos.

Todo lo anterior sugiere que San José tendría que ser no solo el patrono de las vocaciones al seminario, sino de forma muy especial de las vocaciones al matrimonio.

Porque como repetía muy a menudo San Josemaría, el matrimonio es una verdadera vocación a la santidad. Es el camino que escogió Dios Padre para María y para José. Así, una relación esponsal humana, facilita una relación esponsal divina. Por lo tanto, con toda propiedad, José es el modelo del nuevo esposo.

Un amigo me preguntaba hace unos días, porqué fracasan tantos matrimonios católicos. La respuesta es la misma que podríamos dar para no sólo los fracasos de personas entregadas a Dios, sino para todos: si nos comportamos como personas sin fe, como irredentos, daremos los mismos frutos que el irredento pueblo judío.

Si, por el contrario, aprendemos, vivimos y transmitimos el Misterio, entonces, con la ayuda del Espíritu Santo, cambiaremos la faz de la tierra.

El camino que nos propone nuestro Padre Dios, a cada uno de nosotros, es una maravillosa aventura aquí en la tierra, que nos hace felices en este mundo y muy felices cuando ya no tengamos ningún obstáculo para verle cara a cara. Sólo tenemos que vivir de fe.

Lo que sí parece absurdo es que sigamos con la mirada tan baja, tan baja, que sólo añoremos las cadenas que ya no tenemos.