Domingo Aguilera. 15 de Marzo 2020
Acabo de leer “Desde lo más hondo de nuestros corazones” en el que Benedicto XVI y el cardenal Sarah nos ofrecen una joya extraordinaria de doctrina y de piedad, sobre el celibato apostólico.
Me ha impresionado todo el libro. Pero si tuviera que resumirlo en una sola frase diría que el celibato sacerdotal es el mayor don que Xto ha dado a su Iglesia. Y en este libro Benedicto XVI nos muestra que el celibato sacerdotal no es algo circunstancial, sino que está ontológicamente unido al sacerdocio mismo.
En estos días de Cuaresma nos viene muy bien meditar que el Hijo se hizo carne y nos redimió en la cruz. La Pasión, la destrucción cruenta del Salvador, que, no por avisada con dos mil años de antelación, fue menos dolorosa. Como dice un villancico popular italiano “O santo Dios, cuanto te costó el haberme amado”. Haberme amado…y seguir amándome a pesar de mis desprecios, insultos, escupitajos y patadas en Tus heridas.
Y como nos quieres tanto, tanto, ¡con locura!, te quedas con nosotros en la Eucaristía. Eres el Cordero victorioso del Apocalipsis… que te quedas con nosotros para alimentarnos. Para acompañarnos en este tránsito vital.
La Eucaristía. La única luz verdadera para la humanidad. El Hijo dándose a los hombres en cada Misa. “Haced esto en memoria mía “… El sacerdocio del Nuevo Testamento.
En estos días tan dolorosos para la humanidad, lo más doloroso es no poder participar de la sangre que sana de todos los males y de la dulzura del Pan del cielo. Es como si nos hubiesen arrancado el corazón. ¡Cuando más te necesitamos…!
¿Y si no hubiera sacerdotes? …No habría Eucaristía. Las tinieblas.
Así que, el Señor, en su infinita sabiduría ligó la Eucaristía al sacerdocio del Nuevo Testamento. “Y este sacerdocio es cultual y crítica del culto de los profetas” (Benedicto XVI). Es decir, hunde sus raíces en el Viejo Testamento (sacerdocio Levítico) y a su vez lo supera porque ya no es hereditario, de tribu, sino que es un DON.
Don que pide una exclusividad, como el matrimonio en la fe. Coincido con Sarah en que el celibato y el matrimonio están interrelacionados y malentendidos, sobre todo cuando no se entienden en su plenitud de fe. Pero no sabría responder si la crisis del celibato es anterior o posterior al matrimonio y el papel de la mujer en la Iglesia, sí, que tienen la misma raíz.
Entender que estos dos sacramentos implican la totalidad de la persona en Dios, es la pieza básica; y la clave de ambos es la fe. Ver: https://www.amigosdelavirgen.org/noticias/9-home/168-el-dia-que-maria-se-enamoro-de-jose-su-vocacion
El sacerdote está en contacto directo con el Misterio de la Eucaristía y eso le exige la exclusividad para Dios. Es una expresión del amor esponsal, que siempre es fecundo. Como el amor del Espíritu Santo hacia la Iglesia. El sacerdote, por ser célibe, puede clamar con todo su corazón, “tú eres el lote de mi heredad”. (Sal 16, 5-6)
Y para terminar, copio de Benedicto XVI lo que dice al final de su capítulo en este libro: “El hombre se hace santo en la medida en que comienza a estar con Dios. Estar con Dios significa desechar todo lo que es únicamente el yo y hacerse uno con toda la voluntad de Dios. No obstante, esta liberación del yo puede resultar muy dolorosa y nunca se lleva a cabo de una sola vez”
Quizás esto nos puede ayudar en esta Cuaresma tan especial y, ojalá, sea el comienzo de esa liberación del yo.