Por Domingo Aguilera Pascual. Septiembre 2025
Este verano he vuelto a Riaza, un pueblo de la provincia de Segovia. Vuelvo en verano como hace muchos años volvía al pueblo de Trinidad, mi madre, en Castillejo de Robledo, donde veraneábamos en mi juventud.
Recuerdo los grandes paseos, más bien caminatas, que me daba con Crescenciano, mi padre, porque solíamos ir a cazar, bueno él a cazar y yo a estar con él y tomarnos alguna cosita junto a unos tragos de la bota. En esos paseos me contaba cosas de su juventud y siempre me hacía referencia a la virgen de Hontanares.
La ermita de Hontanares está situada en una montaña que culmina el pueblo de Riaza. De hecho, es su patrona y tiene la particularidad de que se la divisa desde muchos pueblos en un radio de 30 km. En verano se divisa un punto blanco entre pinares que por la noche brilla iluminada y en invierno se divisa tanto por el brillo de la luz como por su entorno de pinos.
Por la insistencia de Crescenciano, y cuando ya teníamos vehículo propio para ir a Castillejo, pasábamos a rezar siempre por la ermita de Hontanares.
Sucedió que Trinidad falleció el día 26 de julio, unos días antes de las vacaciones de 1980 y suspendimos el viaje a Castillejo. Crescenciano se quedaría en su casa de Vallecas. Sin embargo, en esos días mi hermana Adela tuvo una idea feliz: Ella tenía previsto pasar unos días en el albergue Valdelafuente y propuso a Crescenciano que durmiese en un hotelito de Riaza y ella pasaría a estar con él durante el día, aunque Crescenciano seguro que tendría parientes por allí. Dicho y hecho, entre parientes y la visita a una yegua que le esperaba para que la trajese el desayuno, trascurrieron unas vacaciones en Riaza, ese año y los años sucesivos.
La virgen de Hontanares pasó así a tener un papel prioritario por encima de la virgen de Ornuez, que era su preferida por ser a la que le llevaron sus padres cuando él era niño y a la cual nos llevó un año cuando éramos también niños.
Imagen de la virgen de Hontanares en su hornacina.
Este año de 2025, el 22 de agosto, celebramos la fiesta de María Reina, que comienza en su antífona de introducción diciendo: “De pie, a tu derecha está la Reina, vestida de oro, rodeada de esplendor” que me trasladó a esos años de juventud.
Tanto Adela como yo adquirimos de nuestro padre Crescenciano un cariño especial por María. Arrastrándose, ya estaba cojo, visitaba todos los santuarios que conocía, siendo el último el de la Almudena. Especial fue la noche del 7 al 8 de noviembre del año 1988, en la que Crescenciano no paró de rezar el rosario, según testimonio de la enfermera que le acompañaba esa noche en nuestra casa. El día 8 entró en agonía después de despedirse de nosotros rezando y expiró a las 0,30 de la noche. Era el amanecer del día 9 de noviembre, festividad de la virgen de la Almudena.
Vuelvo a Riaza después de muchos años y compruebo que María es Reina de esos corazones castellanos que tanto la quieren y honran. Pequeñas poblaciones donde siempre hay una iglesia o una ermita en su honor, construida con las manos de sus pobladores y con un enorme cariño y generosidad que les llevó a comprar obas de arte y lo mejor para su Reina.
El día 15 de septiembre se celebra, con especial devoción en esas tierras castellanas, la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz junto con la Virgen de los Dolores el día 16 y esta fiesta cerraba el tiempo de la cosecha del vino. Misión cumplida y acción de gracias.
¡Qué buenos vasallos tiene esta Reina!