Esta web usa cookies operativas propias que tienen una pura finalidad funcional y cookies de terceros (tipo analytics) que permiten conocer sus hábitos de navegación para darle mejores servicios de información. Si continuas navegando, aceptas su uso. Puedes cambiar la configuración, desactivarlas u obtener más información.

Por Domingo Aguilera Pascual. Julio 2025.

 

En la parábola del hijo que se va de casa aparece un padre que salía todas las tardes a vislumbrar desde un alto, oteando la dirección por la que su hijo se había marchado, para ver si venía. Cuanta frustración con ese hijo, que además el otro hermano llama “tu hijo”, es decir, ni le nombra.  Para un semita el nombre es muy importante porque significa lo que uno es. Así cuando Jesucristo cambia el nombre a Simón, le dice “en adelante te llamarás Pedro, que significa piedra”. El ángel también le dice a José que “tú le pondrás por nombre Jesús, que significa el Salvador”.

Esa figura del padre que busca a su hijo representa muy bien a Dios Padre, que no es un Padre que se olvida de sus hijos, sino que, al contrario, Dios Padre es un padre amoroso, dispuesto siempre a perdonar y a organizar una fiesta con sus hijos, especialmente con aquellos que parecen más díscolos.

Sabemos que María siempre sigue los pasos de Jesús y que ambos comparten el corazón. Si el Hijo es misericordioso, ¿Cómo será la Madre?

María es una mujer que no se mira a sí misma. Sólo sabe mirar a sus hijos y a su Hijo. Ha aprendido a mirar a los apóstoles no cómo a unos seguidores de su Hijo sino como a sus propios hijos. Lo aprende en aquellos días que pasó en la tierra después de Pentecostés con ellos.  Fue ese tiempo el necesario para que los discípulos pudieran aceptarla como madre y fue ese tiempo el necesario para que el amor por sus hijos, que acababa de nacer en la cruz, no fuese rechazado por ninguno de ellos.

Cuando la invocan como madre, como hizo Santiago al estar a punto de volverse a su querida Galilea, entonces ya saben que María nunca les abandona. Saben una cosa muy importante: María siempre les recibe, aunque tengan las manos llenas de barro. Saben que les recibe como madre. Una madre que conociendo que su hijo ha cometido un crimen horrendo, siempre encuentra un hilo dónde tirar para arriba. Ella siempre se acuerda de aquella rosa que le llevó su hijo por su cumpleaños y encuentra entre tanta maldad ese poco que la permite decirle a su Hijo: “No te fijes tanto en lo que ha hecho mal y fíjate en esto que hizo bien”.

A María le importamos mucho, Ella está dispuesta a todo por cualquiera de nosotros, porque nos mira siempre con ojos misericordiosos de madre y no sabe, se le olvidó, lo que es la justicia con sus hijos.

Sin embargo, Ella tiene un dilema con nosotros cuando ofendemos a su Hijo, especialmente cuando no le pedimos perdón. Entonces, con el corazón partido, se las arregla para que su Hijo se haga el encontradizo con nosotros y Ella nos despierta para que Le encontremos.

Pero hay un momento especial en el que Ella está presente y es en el momento de la muerte, porque morimos solos. La soledad se presenta siempre junto con la muerte. Morimos solos porque somos únicos, porque hemos sido creados como únicos por nuestro Padre Dios. Aunque estemos acompañados por familiares y amigos, nada pueden hacer por eliminar la soledad. Es el momento de mirarnos en el espejo del Hijo.

La muerte es el colapso de la vida natural, de la vida recibida, que como consecuencia del pecado original ya no es capaz de soportar al espíritu. Y el espíritu, la vida añadida o lo que muchos llaman intimidad personal, abandona lo que tuvo y que ya no le sirve, con la esperanza de una nueva vida en un nuevo cuerpo que, resucitado, permanezca con nosotros en la eternidad, o lo que lo mismo, fuera de las coordenadas del espacio-tiempo. Permaneceremos en la eternidad en función de lo que hayamos escogido con nuestra libertad personal: Con Él o sin Él.

Sólo hay una mujer que puede estar en ese momento, trágico para nosotros, acompañándonos tal como lo hizo con su Hijo: María.

Nos acordamos de esa plegaria tan antigua: Mírame con compasión, no me dejes Madre mía.