Esta web usa cookies operativas propias que tienen una pura finalidad funcional y cookies de terceros (tipo analytics) que permiten conocer sus hábitos de navegación para darle mejores servicios de información. Si continuas navegando, aceptas su uso. Puedes cambiar la configuración, desactivarlas u obtener más información.

Por Domingo Aguilera. Enero 2025

 

El evangelio nos narra que el Niño recibió la visita de los pastores la misma noche que Él vio la luz del universo y que más tarde recibió la visita de unos magos.

Seguramente recibiría la visita de más personas, pero de esas no tenemos noticias. Además, sabemos que los pastores y los magos se fueron alegres. Entonces podríamos suponer que aquellos que fueron a visitar al Niño y le llevaron algún regalo o que simplemente fueron como curiosos, estuvieron allí pero no se volvieron alegres.

La diferencia entre los que se fueron alegres y los que simplemente estuvieron allí, por curiosidad o por cumplir como buenos hebreos, es muy grande. A los primeros, que entregaron lo que tenían, la virgen María y san José, en nombre del Niño, les aceptaron los regalos como dones.

Los dones son diferentes de los regalos y diferentes de las adquisiciones. Los dones son actos personales, actos que surgen del fondo del corazón, en los cuales el objeto material entregado adquiere un significado completamente diferente del propio objeto.

El objeto puede ser comprado y entonces pertenecerá a ese nuevo dueño. También puede ser recibido como pago por un trabajo realizado o como trueque por otro objeto. Incluso puede ser recibido como ayuda para remediar una necesidad, pero en estos casos no es un don, sino un bien que pasa a otro dueño.

Los magos al dar ese oro, incienso y mirra, dieron algo más: reconocieron a aquel Niño, recién nacido, como Rey suyo, como Ungido del Altísimo y como Dueño del Universo. Lo hicieron no como algo rutinario dando de lo que les sobraba, sino que recorrieron un largo camino llevando lo mejor que tenían para participar en ese “algo maravilloso” que pudieron intuir al estudiar las estrellas. Lo hicieron sin la certeza de conocer el resultado, es decir, fue la aventura de su vida. No se plantearon nada más. O todo o nada. Aquellos objetos, más que regalos, fueron las ofrendas de sus vidas y por eso pasaron a ser donales, objetos dignos de ser amados.

Los pastores llevarían objetos más comunes que los de los magos, como podrían ser leche, queso o un cordero. El Nacimiento del Salvador les pilló de sorpresa, no tenían nada preparado de antemano. ¿Nada? Ellos si estaban preparados. Eran unas personas poco reconocidas por la sociedad, no podían ni testificar. Pero aquellos pastores tenían algo que los demás no tenían: un corazón grande, una sabiduría que trascendía el conocimiento de los sabios. Ellos sabían quiénes eran. Sabían que ellos eran criaturas de Yahvé, que no poseían nada de este mundo, pero que Yahvé era grande, tan grande como para reconocerle en un Niño.

Y el Niño aceptó, tanto a los magos como a los pastores, sus dones. Lo hizo José que se mostró muy agradecido y María que les miró y les sonrió. Esa sonrisa de María superaba todos los esfuerzos y sufrimientos que tuvieron que realizar para tener ese encuentro con el Niño.

Encuentro tan profundo que cambió definitivamente su vida.