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El 11 de febrero de 2013, día de la Virgen De Lourdes, el anuncio sin precedentes de un Pontífice que deja el ministerio por razones de edad 

El 11 de febrero de 2013, el papa Benedicto XVI anunció que renunciaba al ministerio por razones de edad. La fecha de la renuncia, que coincide con la celebración de la Virgen María de Lourdes, nos invita a retomar las palabras de Benedicto respecto a la figura de María, estrella de la esperanza (Ave maris stella), delante a las dificultades de la vida.

Ese día Ratzinger también reconoció los tiempos adversos y las nuevas metas que tenía por delante la barca de Pedro, sobre todo, la reforma iniciada de la Iglesia en medio a los escándalos de abusos de poder y económicos.

Entonces, nos propone el ejemplo de María, para abrazar los momentos difíciles y verlos como una oportunidad de fidelidad al bien que todo lo puede y lo redime. «Ella que con su ‘sí’ abrió la puerta de nuestro mundo a Dios mismo».Y ella que sufrió, como toda madre, al ver a su hijo «fracasado» en la cruz, no temió por las novedades, por el contrario, acompañó a los discípulos, hasta el final con la alegría en la Pentecostés, pues el  «reino» de Jesús era distinto de como lo habían podido imaginar los hombres».

La Virgen luz de esperanza en la oscuridad

María hizo «brillar la esperanza y el amor al dar el primer puesto a los enfermos, pobres y pequeños» en Lourdes. El santuario mariano donde se descubre «la sencillez de nuestra vocación: basta con amar», decía el Papa alemán en su homilía (13.09.2008).

El Papa se presentaba en la terraza de la basílica del Rosario como un peregrino que recorría los pasos de la pastora Bernardette, quien vio aparecer a la Virgen, hoy hace más de 163 años.

Ratzinger enseñaba que en la memoria de las apariciones en Lourdes, ese lugar fue «elegido por María para manifestar su solicitud materna por los enfermos».  Así, señalaba el Magníficat, el cántico de la Virgen que exalta «las maravilla de Dios en la historia de la salvación», presente también para: «los humildes y los indigentes, así como todos los que temen a Dios».

Y así «la Iglesia, como María, custodia dentro de sí los dramas del hombre y el consuelo de Dios, los mantiene unidos a lo largo de la peregrinación de la historia. A través de los siglos, la Iglesia muestra los signos del amor de Dios, que sigue obrando maravillas en las personas humildes y sencillas».

Precisamente, el Papa emérito en su encíclica Spe salvi, explicaba que «la grandeza de la humanidad está determinada esencialmente por su relación con el sufrimiento y con el que sufre. Esto es válido tanto para el individuo como para la sociedad» (n. 38). Por eso, proponía a la Virgen María como modelo para vivir plenamente esta misión.