Por Domingo Aguilera. Abril 2023
El don de la inmortalidad es un don preternatural del que sólo disfrutaron Adán y Eva durante muy poco tiempo y la virgen María desde el instante de su concepción para no perderlo nunca más. María es pues la única persona humana que tuvo este don preternatural en plenitud. Todos los demás humanos hemos nacido con el pecado original. Por supuesto que Jesucristo no pudo estar en contacto con pecado alguno porque él no es una persona humana sino divina.
¿Qué significa este don?
San Atanasio, en uno de sus sermones, nos dice que si sólo fuese para librarnos del pecado hubiese bastado con el arrepentimiento y no hubiese sido necesaria la redención. Pero que Jesucristo vino a librarnos de la corrupción de la muerte.
Sin embargo, todos seguimos muriendo, tanto antes de la venida de Jesús a la tierra como después. Entonces, ¿estamos liberados de la muerte?
Los seres humanos somos un compuesto complejo: tenemos muchas “capas”. Tenemos una naturaleza heredada de nuestros padres y una persona infundida directamente por Dios. La persona, que es la capa superior, es completamente espiritual y por lo tanto no puede morir. La persona es el acto de ser del ser humano, pero es un ser co-existente, no dispone del ser por sí mismo.
Además de la persona, está la esencia de ese acto de ser, que son las potencias que se articulan con el acto de ser mediante el hábito de la sindéresis, que es lo que Leonardo Polo denomina YO y que a su vez dirige el intelecto y la voluntad. Estos a su vez utilizan operaciones y facultades para operar en el mundo exterior. Así tenemos una esencia que no es material y una corporeidad que forman la naturaleza humana.
Esto se complica porque nuestra corporeidad pertenece al universo y la naturaleza corpórea está continuamente variando, reemplazando células y átomos, por lo que no tenemos un cuerpo fijo sino una materia que compartimos con todos los seres vivos. Ninguna célula ni ningún átomo nos es propio.
La muerte en los animales supone dejar toda la corporeidad y la parte sensitiva en el universo. Son criaturas del universo, habitantes del mismo, que han sido generados como vivos en un momento dado y que dejarán de estar vivos para continuar como materia. Han agotado su ciclo vital.
Sólo las personas humanas somos espirituales y a la vez habitantes del universo, por lo que compartimos lo corpóreo con los demás habitantes del universo. Esto no es un castigo ni algo pasajero sino propio del hombre, el cuerpo es la posibilidad de crecimiento y la posibilidad de ejercer la libertad en la tierra. Hemos sido creados individualmente por Dios en un instante dado y sólo al final de nuestro caminar en la tierra seremos un además, que podrá haber crecido como un hijo, por el uso virtuoso de la libertad, o ser un fracaso ontológico por no haber aceptado libremente el don divino de la filiación.
La muerte de los seres humanos consiste en la separación de lo meramente material, que pertenece al universo, de todo lo demás. La persona no muere. Abandona la materia y conoce a su creador. Así permaneceremos hasta que al final de los tiempos, en el juicio final, recibiremos un vestido nuevo con nuestro nombre. Un cuerpo nuevo que ya no pertenece al universo extramental, sino a una tierra nueva.
La mayor desgracia de la persona es haber roto su relación con Dios y haber dedicado sus energías sólo a lo terrenal: al YO. Un tener para sí y no un ser además. No haber cursado su vocación, la tarea que su creador le asignó. Entonces el co-existente que somos cada uno, permanecerá sin su réplica por toda la eternidad. Mientras estamos en la tierra estamos buscando nuestra réplica, pero una vez abandonada la tierra sin encontrarla, ya no hay esperanza para la persona.
María desde el primer instante que tuvo conciencia de sí, aceptó libremente ser la esclava del Señor y por eso estuvo capacitada para ser la Madre del Señor y con su SI libre y continuo nos aceptó como hijos. Es la Mujer.
En el monte Sion está ubicada la basílica de la dormición, y al otro lado del torrente Cedrón se venera la tumba de María en la basílica ortodoxa que la expone. Anna Catalina Emmerick dice que su cuerpo fue elevado por ángeles al cielo desde esa tumba. El argumento comúnmente utilizado es que María no puede ser más que su Hijo y que, por lo tanto, ella debía morir como su Hijo.
Pero María es la Mujer del protoevangelio y del Apocalipsis, es la Mujer llena de gracia desde el instante de su concepción y dio su carne al Salvador. No tuvo el pecado original, ni ningún otro. Su naturaleza no estuvo sujeta a la muerte, sino que siguió con perfección los planes originales de su Padre. Ella es la Mujer.
El pecado original incide en la naturaleza humana y sus efectos naturales permanecen para toda la humanidad, pero la muerte ha cambiado su estatus para el hombre. Ahora es el camino asumido por Jesucristo para nuestra redención. No es el final, como para los animales, sino el comienzo de lo que perdimos y hemos recuperado. Ya no permaneceremos bajo la corrupción.
Resucitaremos para estar siempre con Ella y con su Hijo.