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Por Domingo Aguilera. Marzo 2022

Sabemos que José ofreció su celibato a Yhavé por amor a María, al decirle que Ella vivía exclusivamente para su Padre.

Entonces cabría plantearse una pregunta.  Si Jesucristo dice que en el matrimonio los dos serán una sola carne, ¿José y María fueron una sola carne? Quizás no fuesen un verdadero matrimonio, sino solo un matrimonio legal. 

En la sociedad hipersexualizada actual, es difícil entender el papel de la santa pureza en la vida humana.

“La sexualidad humana es ambivalente, es decir por un lado es fuente de las mayores tensiones y frustraciones del hombre y, por otro, causa de felicidad y santidad”. (Alonso Gómez Fernández. Tras las huellas de José, Sexualidad y ley).

En los seres vivos no humanos, la reproducción es parte de sus ritmos vitales que se ejecutan periódicamente. Pero en los humanos la sexualidad, el poder de dar vida, no está ligada a ritmos vitales. Claro que ese poder sólo se da realmente cuando Dios pone su voluntad. No es un producto de una unión de un varón y una mujer solo, sino de una voluntad divina. Es decir, es la conjunción de tres voluntades, o mejor dicho de la voluntad divina y de la cooperación humana. Así, actos humanos deshonestos o incluso contra la voluntad, pueden engendrar vida, si Dios quiere.

Cuando la relación sexual entre un varón y una mujer se establece en la fe, la carne participa del deseo y gozo sobrenatural. Cuando, por el contrario, la relación se establece en el egoísmo  y busca solo el placer corporal, la confusión invade el alma. Es la constatación de un fracaso que en este caso incide de una forma vital en la persona y en la sociedad, como afirma M. Fazio en su libro Historia de las ideas contemporáneas (Madrid 2006, 334), “Freud, uniendo neurosis y sexualidad, sin quererlo explícitamente, abría la puerta al permisivismo: el pansexualismo freudiano se convertirá en un elemento de interpretación del mundo, el cual, puesto en contacto con el pensamiento revolucionario marxista, producirá la crisis contracultural de los años 60”.

El placer asociado a la sexualidad lo puso el mismo Dios que creó al hombre, por lo tanto es bueno. Establecer una relación con el “otro” por el placer, no lleva necesariamente asociado el amor, sino todo lo contrario. Y establecer una relación de “deseo”, amor compartido, no lleva necesariamente asociado el placer de la carne. José es un varón de deseos. Deseos tan fuertes, tan sobrenaturales, que le llevan a amar a María con todas las fuerzas de su alma en una entrega total y que aumentaron cada día con el paso del tiempo. Como sus deseos de paternidad, que ya vimos anteriormente cómo fueron colmados. José fue el padre de Jesús de Nazaret por el amor a María, su esposa.

En el Antiguo Testamento las mujeres consideraban una maldición divina no tener al menos un hijo. Lloran en el desierto por su esterilidad. Por lo tanto no cabía en su cabeza ser vírgenes. Y en el caso de los varones no se resalta el celibato de ninguno excepto el de un tal José, el undécimo hijo de Jacob que engendró doce varones. Los diez primeros con la esclava por la esterilidad de Raquel. José es el primer hijo que tuvo Jacob con Raquel, su verdadero amor. Este José fue tentado por la mujer del eunuco Putifar, y él salió sin mancha con la ayuda del Espíritu de Yahvé. Sin la ayuda del Espíritu Santo, sin la gracia, la humanidad vive como irredenta. Es decir cae en la violencia, el odio, la envidia, la lujuria, la mentira, etc.

Con la muerte de Jesús en la Cruz y con la efusión en plenitud del Espíritu Santo, el campo de juego cambia por completo para toda la humanidad. El hombre ya no es esclavo del pecado. Es hijo de Dios. Claro que tiene que utilizar su libertad para el bien, porque Dios no puede salvarle si él no quiere. Mejor dicho, si ponemos un diosecillo en lugar de Dios, entonces Dios no puede salvarnos. A menos que quitemos al diosecillo.

La sexualidad es bella cuando es donación en el espíritu para dar vida y lo es tanto en el matrimonio como en el celibato. No es bella, sino fea, cuando esa relación donal se pervierte por el egoísmo. Lo primero en el orden del amor es recibir y después donar, porque no podemos donar si primero no recibimos. Somos indigentes y sólo Dios nos hace ricos. Primero recibimos la vida de Dios y después podemos dar la vida. Este es el juego de la sexualidad. Si el dar vida no está anclado en Dios, si la sexualidad sólo está basada en el placer carnal, entonces esa relación es bastarda y por lo tanto nos empequeñece como personas. En este punto tenemos que recordar que también establecemos relaciones personales a través de nuestro cuerpo, de nuestra materialidad, y estas pueden ser moralmente buenas o bastardas. Por lo tanto, el cuidado del cuerpo es una obligación de cada persona mientras está en esta tierra. 

Ciertamente los sicólogos ateos han difundido la castidad como uno de los mayores males para la humanidad. Receta expendida de forma gratuita. Adjudicar a la castidad las enfermedades de la psique es sencillamente estúpido. Y sin entrar a juzgar y rebatir cada uno de esos argumentos, sólo tenemos que observar los frutos amargos que está produciendo para la humanidad entera la perversión de la castidad, convirtiéndola no en mala sino de pésima calidad. La capacidad de dar vida cuando se pervierte, da soledad amarga y mata el alma. Solo queda dar un paso más en la misma línea para intentar borrar las huellas de nuestra vida, sin darse cuenta de que cavar y cavar la fosa no es la solución. Porque cuando se niega, cuando se pierde, la noción de que somos espirituales, solo nos queda vivir como irredentos. Situación comprensible después del pecado original y antes de la venida de Jesucristo a la tierra, pero totalmente esquizofrénica cuando tenemos agua limpia y potable en abundancia a nuestro alcance y nos morimos deshidratados.

El pecado contra la vida es doblemente peligroso, porque no sólo degrada a la persona sino también afecta a su especie. Y el colmo de la maldad es cuando el hombre se hace dueño de la vida. Dios ya no es el Señor de la vida, sino que lo es el hombre. Seremos inmortales, seremos como Dios, que es la pastilla que nos vende Lucifer. Así la humanidad renuncia a ser hijos de Dios, y con ello, a ser verdaderamente dioses, para ser esclavos. Ese es el efecto de la pastilla.

Sin embargo, para los redimidos la virtud de la castidad es la perla preciosa del evangelio (Mt: 13, 45 s). Benedicto XVI en su libro con el cardenal Sahra, “Desde lo más hondo de nuestros corazones”,  define el celibato sacerdotal como “el lote de la heredad”, la herencia más preciada que se pueda recibir en la tierra. La castidad dota al ser humano de una dignidad que le hace saborear la alegría de ser hijos de Dios, mientras que la lujuria genera una miseria enorme que deja ciega el alma.

José y María establecen una relación amorosa en el Espíritu, se quieren de veras, se hacen una sola carne en el Espíritu y adquieren el compromiso de sacar una empresa, un proyecto, que excede totalmente a cualquier mente humana: Instituir el nuevo matrimonio, el matrimonio en la fe, que dará lugar a la maternidad y paternidad más maravillosas jamás acaecidas en la historia. Que Jesús asista a la boda de Caná confirma el matrimonio como un sacramento, como una acción sagrada. La pieza clave del nuevo matrimonio, es José. ¿Qué hubiese pasado si José no hubiese aceptado las condiciones de abstinencia que le pidió María y a las que tenía pleno derecho por Ley?

Hacerse una carne en el espíritu para dar vida, es la esencia del matrimonio. Establecer una relación donal con otra persona en alianza con el Espíritu Santo para dar vida, redime la carne de los esposos y entonces es ofrenda grata a Dios y signo de fecundidad espiritual. Este mismo camino es el que siguieron José y María en su matrimonio, pero su pureza ya había redimido su carne. En el caso de María porque era la Inmaculada Concepción y en el caso de José en el momento en que aceptó la propuesta de María, viendo en ello la voluntad divina. Momento anterior a su aceptación de la paternidad de Jesús, formando ambos actos una unidad espiritual. Él se hizo célibe por el reino de los cielos para dar vida. Única y exclusivamente por el reino de los cielos, sin esperar recompensa humana.

José es el primer célibe por el reino de los cielos. Por él se han hecho realidad todas las bendiciones que Yahvé tenía anunciadas desde siempre para toda la humanidad. Toda su vida centrada en Yahvé y María, para con Ella, comenzar la paternidad más fecunda que podamos imaginar.

El paralelismo de los dos José, se puede resumir, siguiendo a Alonso Gómez en la obra antes citada, así:

“José de Egipto, por ser casto, recibió de Dios el don profético de interpretar los sueños; y uno de esos sueños salvó de una muerte por hambruna a los israelitas.

José de Nazaret se hizo célibe para secundar los planes de Dios. El “sí” de José al celibato, abrió las puertas a la Redención”.

Posteriormente José recibió de su propio hijo un enorme elogio cuando dice, “hay eunucos que salieron así del vientre de su madre, a otros les hicieron los hombres, y hay quienes se hacen eunucos ellos mismos por el reino de los cielos” (Mt: 19,12), ¿Acaso no se refería en esta última acepción a su queridísimo padre José?

El nacimiento de Jesús supuso la culminación de la esperanza en el Salvador para el pueblo israelita, y para María y José, la confirmación de una relación en perfecta armonía de un varón y una mujer. Relación esponsal desposeída del placer carnal, como serán las relaciones en el cielo.

Todos en el cielo asistiremos a las bodas del Cordero, a la eterna boba de todos con el Cordero, como dice el libro del Apocalipsis. Una explosión de amor recibido del Cordero y una multitud de donaciones sin fin. Entonces no sólo tendremos la felicidad enorme de nuestra relación esponsal con el Cordero, sino también la de los demás santos con nosotros, especialmente de aquellos con los que hayamos establecido relaciones moralmente buenas en la tierra.

Así, la vida recibida se convierte en donación plena. “Hay más felicidad en dar que en recibir”

El cielo sí vale la pena.

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