Esta web usa cookies operativas propias que tienen una pura finalidad funcional y cookies de terceros (tipo analytics) que permiten conocer sus hábitos de navegación para darle mejores servicios de información. Si continuas navegando, aceptas su uso. Puedes cambiar la configuración, desactivarlas u obtener más información.

Por Domingo Aguilera, Enero 2019

Nos cuenta S. Mateo que los Magos, entrando en la casa, vieron al niño con María, su madre, y postrándose le adoraron.

Durante tres años los apóstoles siguen al maestro, Jesús de Nazaret. Preguntan, viajan con el Maestro,  asisten a sus milagros, ellos mismos mandan a los demonios. Son sus discípulos, han establecido una relación de maestro/discípulo. Piden y obtienen. Hacen oración.

Cuando ya está próxima la Hora, Jesús dice a sus apóstoles: (Jn, 15, 15) ya no os llamo siervos sino amigos. Y Jesús, establece una relación de igual a igual. La amistad. Darse uno a otro sin esperar nada, el amor humano más sublime. Lo que colma el corazón de todas las personas. Y charlan con el Amigo. Hacen oración.

Cuando María, llena del Espíritu Santo, dice SI, se abren los cielos y adora en su vientre a Dios. María es la primera obra del Espíritu Santo.  Desde ese momento se establece un diálogo de la criatura con la Trinidad plena. Una relación sobrenatural de intimidad. María hace oración.

 “Hans Urs Von Baltasar, en su libro Navidad y adoración, se pregunta ¿Qué es adoración? Dios es único e infinitamente misterioso. Reconocer que Dios es lo verdadero por antonomasia, que siempre tiene razón en lo que quiera hacer o dejar acontecer. Reconocer que Dios es el bien por antonomasia, y por lo tanto digno de ser amado incondicionalmente. Reconocer que Dios es absolutamente bello, y por lo tanto debemos servirle con júbilo. Todo eso ya lo sabe el Antiguo Testamento.

Entonces, ¿Qué quiere decirnos Dios al enviarnos su Palabra en forma de un niño? La Palabra siempre dice algo de Sí mismo. Le ha placido mostrarse suficientemente omnipotente para poder ser también impotente. Y Dios no obra “como si”, como si fuera humilde y pobre y un niño. Ese es su misterio.

Por el misterio de la Navidad este Dios no ha perdido nada de su incomprensibilidad, sino que, al contrario, se ha hecho aún más incomprensible.

Dios es un milagro en la profundidad insondable de su esencia. No podemos imaginarnos que adorando a Dios cumplimos y nos libramos de una penosa obligación. Adorando, entramos  simplemente en la verdad, la bondad y la belleza de Dios mismo

 Sólo cuando el Espíritu Santo llega a los apóstoles, estos adoran al Señor en plenitud. Hacen oración.

¿Qué nos propone la Navidad? Una forma nueva de adorar: podemos y debemos adorar a Dios en ese Niño.

Nosotros en la oración, solemos pedir muchas cosas, algunas veces damos gracias, y pocas adoramos a Dios. Adorote devote…,.

Esta Navidad SI podemos adorar al Niño. Cada uno con todo su corazón, con toda su mente, con toda su alma. Y María nos sonreirá.