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Silvia Lucchetti - publicado el 23/11/22

El testimonio de sor María Fabiola Villa que en 1988, después de sufrir durante 14 años una enfermedad crónica, se curó milagrosamente durante una peregrinación al famoso santuario de Portugal

La revista Maria con te cuenta la historia de sor María Fabiola Villa, de 88 años, quien el 26 de abril de 1988, después de 14 años de enfermedad y sufrimiento, fue milagrosamente curada por intercesión de Nuestra Señora de Fátima de la pancreatitis crónica incurable que padecía.

María Fabiola nació en Verderio Inferiore (Lecco) y se unió a la congregación de la familia del Sagrado Corazón de Jesús con solo 18 años.

14 años de enfermedad

Al poco tiempo empezó a sentirse mal: calambres muy fuertes en el abdomen, fiebre alta.

La operaron de apendicitis pero la situación no cambió, al contrario, empeoró aún más. Siguió una terapia de purificación del hígado pero su estado de salud no mejoró.

No podía llevar una vida normal. Solo comía pan seco y pasaba todo el día en cama por los dolores que la aquejaban. Después llegó el diagnóstico: pancreatitis crónica incurable.

La ausencia de enzimas pancreáticas que activaran los procesos digestivos estaba causando la destrucción de su páncreas. Era un cuadro clínico desolador.

Con sufrimientos pero contenta

Sin embargo, en el largo calvario de la enfermedad incapacitante que aquejaba a su cuerpo, la religiosa no perdió nunca la fe en el Señor y continuó encomendándose a Jesús y a la Madre Celestial:

 

«La ferocidad de ese mal nunca venció a la esperanza, nunca me hizo perder el contacto con María. Seguí confiando ciegamente en la Virgen, siendo devota suya. Mientras sufría terriblemente, en mi corazón me sentía libre, gozosa, llena de fe».

Esta es la primera gracia que recibió: la paz del corazón. No maldecía su historia, ofrecía y oraba con el alma serena.

Peregrinación a Fátima

A pesar de los terribles dolores, la religiosa decidió partir en peregrinación a Fátima, pues sentía a Nuestra Señora llamándola.

Los médicos le aconsejaron que no viajara en su estado pero Sor María insistió, no quería darse por vencida.

En la mañana de la partida para someterse a las inyecciones habituales, no pudo participar en la Santa Misa

«Alguien del grupo que iba a partir para Fátima dijo que la presencia de un paciente tan grave les impediría llegar a su destino. Respondí que moriría a los pies de María. Pero estaba bien que me fuera».

El vuelo llevaba dos horas de retraso y la monja aprovechó para ir a rezar a la capilla del aeropuerto:

«Allí vi una cruz con un Cristo estilizado que me impresionó particularmente. Y me vino espontáneamente dirigirme a Jesús diciendo: «Jesús, yo también estoy en esa cruz… voy a tu madre -le dije de nuevo a ese Cristo en la cruz- pero no me escuches, escucha siempre a tu madre».

Una canción en honor a María

Una vez en Fátima, los peregrinos se reunieron para cenar, pero sor María Fabiola se encontraba mal.

Deseaba ir a visitar el santuario pero no era posible. Así que en el vestíbulo del hotel decidió cantar una canción en honor a la Virgen e invitó a los demás huéspedes a hacer lo mismo.

En poco tiempo se formó un coro que alababa unido con entusiasmo y fe:

«Había una energía especial en el aire. Lo recuerdo bien».

26 de abril de 1988: Su vida cambió

Al día siguiente, 26 de abril de 1988, la monja fue finalmente a la iglesia a ver a la Virgen de Fátima. Y ahí sucedió el milagro.

Con palabras llenas de asombro, emoción y agradecimiento, Sor María Fabiola cuenta:

«Me concentré en la Misa y en el momento de la consagración sentí un dolor insoportable. Estaba a punto de desmayarme y estaba convencida de que iba a morir. Sólo alcancé a tartamudear: «Dios, estoy en tus manos». Cuando el sacerdote levantó la Hostia, el dolor desapareció repentinamente, como si un interruptor la hubiera apagado. No pensé en el prodigio, el milagro. Estaba feliz de estar bien».

“Nuestra Señora de Fátima me tomó en sus brazos”

Nuestra Señora de Fátima me había tomado en sus brazos y me había dado la gracia de curarme.

Sor María no confió a nadie lo que había vivido. Permaneció en un gozoso silencio para disfrutar de los frutos de este repentino bienestar redescubierto.

Comió con todos sin sentirse mal, participó en viajes y excursiones, dejó de tomar medicinas.

Al regresar a casa, su médico le dijo que se ha recuperado por completo, que había sido un milagro:

«Volví a Fátima para agradecer a María, para contarle a la gente lo que me había pasado, para hablar de cómo el Señor usa a los pobres como yo, cómo Dios sana el cuerpo pero sobre todo el corazón, cómo nos muestra un camino hacia la alegría. Porque el milagro es ante todo creer en Él, en su Amor».