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Juan Cadarso

Débora Martínez nunca soñó con el éxito que podrían alcanzar sus iconos, el día que comenzó a colaborar en el taller que tenía su madre. Hoy, cinco años después, algunas de estas "analogías de los sacramentos" (como las llamaría san Juan Pablo II), en forma de tablas decoradas con pigmentos, las envía a lugares tan remotos como Corea, Alaska o Argentina

Todo se remonta al año 1991, cuando Elena Muñoz, madre de Débora, pintó un cirio para pagarse una peregrinación. Aquella primera pieza gustó mucho entre sus amigos. Pero, no fue hasta 2002, cuando Elena recibió una inspiración en Loreto: llevar la imagen de lo que había ocurrido en la casa de la Sagrada Familia a los hogares de la gente. Al terminar el viaje, le hacían su primer encargo. Hoy pinta, junto a su hija Débora, decenas de iconos al año y los envían a distintos puntos de la geografía.

"Nuestro trabajo forma parte de nuestra vida, de nuestra propia fe. El taller se ha convertido en un lugar de encuentro con Dios, la gente nos cuenta sus historias personales y vemos juntos qué pintura debemos realizar. Los iconos deben tener un sentido, porque son para la oración, para tener presentes en casa a la Virgen, a Cristo o a los santos", comenta Débora a Religión en Libertad.

Para la joven de 30 años, la iconografía tiene un lado artístico y otro más espiritual. "Rezamos mientras trabajamos. Cada tabla es un encuentro personal, si pintamos a la Virgen, tenemos un diálogo de intimidad con Ella", explica. Algo que la propia Débora experimenta cada día en su vida: "Mi marido y yo llevamos tres años casados y no tenemos hijos, ha habido momentos de muchísima soledad. Un día, pintando a la Virgen de Fátima, descubrí cómo sor Lucía sentía esa misma soledad, y la Virgen le decía que Ella siempre le acompañaba".

Si algo tiene claro la iconógrafa es que estas pinturas deben hacer presente a Dios en cada casa, y a la Pasión en la vida del cristiano. "Siempre digo que el primer icono de Cristo que tengo está en casa de mis padres, y es mi propio padre. Él sufre una enfermedad mental desde hace años, que acarrea situaciones muy difíciles, que no son bonitas. Mi padre es la imagen que yo tengo de Cristo, para que me pueda encontrar cada día con Él", comenta. Débora estudió Artes Aplicadas al Muro y ha aprendido iconografía tradicional con maestros como Giancarlo Pellegrini o el bielorruso Andrei Zharov.

La fe de esta joven le hace comprobar cada día que estas "tablas vivas" también están cargadas de muchísima esperanza. "Viendo a mi padre confirmo que Cristo lo ha hecho todo nuevo. Dentro de las situaciones malas que podemos tener, Cristo siempre se hace presente. Me ayuda mucho ver cómo mi madre está dispuesta a dejar cualquier encargo para atender a mi padre, aunque tenga que quedarse por la noche a terminar el icono. Dice Uspensky, un gran pintor y teólogo ortodoxo, que la primera intención del icono es la conversión del propio iconógrafo. Dios siempre es lo primero, y Él nunca defrauda, lo comprobamos con el taller, que nos da en abundancia", confiesa.

Para Débora, el arte que practica junto a su madre está resurgiendo con muchas fuerza en los últimos años. "En Occidente hay actualmente una necesidad espiritual de volver a los orígenes. Hay mucha gente a la que le cuesta acercarse a los iconos, porque las formas o las posturas que tienen son un poco extrañas. Los artistas están respondiendo a ello, se dulcifican algunas cosas y se utilizan colores más alegres, siempre, por supuesto, respetando la tradición. Esto demuestra que los iconos son como la Palabra, algo que está vivo", comenta la joven.

La iconógrafa también considera que es importante fomentar este arte en los propios ambientes católicos. "Nuestros hermanos ortodoxos han sido quienes han protegido el tesoro de la iconografía, pero durante los primeros mil años de historia, que es cuando se fija el canon de esta forma de pintar, no había ortodoxos ni católicos, éramos todos uno. Lo pudimos ver durante la pandemia y antes de su viaje a Canadá, cuando el Papa Francisco rezó ante el icono de la "Salus Populi Romani". El arte de los iconos es algo también católico, y forma parte de nuestra cultura", señala Débora.

"Te mira, para ser tu consuelo"

Si hay un icono que le gusta pintar a Débora ese es el de María. "Yo pondría una imagen de la Virgen con el niño en todas las casas. Es un icono que nunca termino de pintar, siempre se puede volver a entrar en aquel misterio. La Virgen abraza a su Hijo, como anticipando la Pasión, pero, a la vez, mira al espectador, te mira a ti para ser tu consuelo, abrazando tus sufrimientos", comenta Débora.

Iconosycirios, como se llama el taller que comparte Débora con su madre, pinta iconos que se veneran en lugares como el Santuario Os Gozos, en Orense. También realiza murales, como el de los Ángeles Custodios, en la parroquia María Madre del Hermoso, en Madrid; viacrucis, que envían a Corea; y cirios que vuelan con destino a México, Estados Unidos o Argentina. Débora y Elena también pintan iconos para particulares, que dan a conocer con éxito en sus redes sociales, imparten dos cursos en la plataforma Holydemia, así como tienen una tienda on line de materiales para pintar iconos: tablas, pinceles y pigmentos.

A partir de septiembre, Débora seguirá colaborando con su taller desde Chipre. Como miembro del Camino Neocatecumenal, el pasado 28 de junio fue enviada, junto a su marido, por el Papa Francisco, de Familia en Misión a esta isla del Mediterráneo. "Teníamos todo lo que soñábamos, pero nos faltaba algo importante. Mi marido y yo descubrimos que lo que tenemos solo es valioso si es capaz de acercarnos a Dios. Había aceptado, si Él me lo pedía, dejar los iconos, pero me quería dar otra sorpresa, el destino más indicado para continuar pintando. Un lugar ortodoxo donde la iconografía es muy importante, y donde, sobre todo, podré ponerme al servicio de la Iglesia en lo que me pida", concluye.