Carlos Padilla Esteban - publicado el 21/12/21
Es algo muy sencillo y a la vez muy firme lo que hace que la madre de Jesús esté contenta...
Me gusta mirar a María. Me detengo ante Ella. El corazón en paz.
María ha creído. Mi corazón se alegra porque yo he creído. En Ella y en su poder. Las palabras del Eclesiástico de la Biblia las puedo aplicar a María:
«Yo soy la madre del amor, del temor del conocimiento y de la santa esperanza. En mí está toda la gracia del camino y de la verdad, toda esperanza de vida y de virtud. Vengan a mí, ustedes, los que me aman y aliméntense de mis frutos. Porque mis palabras son más dulces que la miel y mi heredad, mejor que los panales. Los que me coman seguirán teniendo hambre de mí, los que me beban seguirán teniendo sed de mí; los que me escuchan no tendrán de qué avergonzarse y los que se dejan guiar por mí no pecarán. Los que me honran tendrán una vida eterna».
Yo bebo de Ella y tengo siempre sed, necesito volver. Y mi hambre la sacia, por eso siempre regreso.
María, mi descanso
Y sus palabras me muestran el camino, aprenderé a enderezar mis senderos torcidos.
Quiero tener vida eterna, alegría y paz. En Ella puedo descansar.
Me costó encontrar su rostro. Tuve que ir lejos fuera de mí para volver a lo más íntimo de mi alma repitiendo avemarías.
Y allí apareció su rostro en la oscuridad de mis miedos, en la noche de mi desesperanza.
Ella me llena de paz. No sé cómo lo hace, pero me abraza. Siempre de nuevo. Me busca cuando me alejo. Me espera cuando regreso. No me recrimina, es paciente y sonríe.
Y su rostro me da paz. Su humildad me serena. Yo caigo en el orgullo y en la vanidad tan a menudo…
Si pudiera parecerme a Ella…
Miro a María para parecerme a Ella un poco más cada día. Me gustan sus palabras al sentirse pequeña ante Dios:
«Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava».
Ella es la esclava, la sierva, la humilde niña de Dios. Ella es la que no tiene nada de lo que avergonzarse ante Dios.
Es la que no ha pecado, la que nunca se ha alejado. Ella es la que tiene una mirada pura y limpia sobre las personas, sobre este mundo.
Su alegría es que Dios la mire
Ella fue concebida sin pecado, siempre limpia y transparente de Dios. Se alegra en Dios porque la ha mirado, porque la ha elegido y llamado.
Y yo a veces me siento orgulloso y siento que Dios me necesita. Si yo me niego habría alguien más que seguiría sus pasos. Él se apenaría al verme lejos. Pero encontraría un corazón más abierto que el mío.
Quiero mirar mi vida como lo hace María. Alegrarme en Dios porque hace en mí maravillas y yo soy tan pequeño.
Esa mirada es la que me salva. La que hace que viva feliz cada pequeño regalo que la vida pueda darme.
En paz
No tengo derecho a nada, todo es un don. Y no merezco nada de lo que hoy disfruto, no tengo derecho a la gloria, al éxito, a los frutos que acarician mis manos. No necesito que nadie me dé las gracias por nada de lo que hago.
Basta con creer que todo es posible en Dios, con arrodillarme como María ante el Señor y quedarme en paz.
Basta con alegrarme con María por cada pequeño paso dado en la oscuridad. La alegría no procede de mis obras y logros. No procede del aplauso y la veneración de los hombres.
La alegría le viene a María de la mirada de Dios. Sólo en Dios se alegra y su alma se llena de paz. El poderoso ha hecho grandes obras en Ella.
Humilde y poderosa
Yo busco los primeros lugares y ser reconocido en mis méritos. Que me busquen a mí y no a otros. Que me valoren más que a otros.
Son las heridas que tengo. María no la tenía. Por eso mendigo amor por las calles, y busco aplausos.
María no tenía esa ruptura interior. La miro a Ella y quiero que me abrace y me cambie por dentro.
Quiero que su poder me transforme. Lo hará posible como lo hizo con Juan Diego y con tantos otros santos, niños débiles que no sabían hacer las cosas bien, tampoco yo.
En ellos María hizo obras de arte. Puede hacerlas en mí, si me dejo hacer, si pongo mi sí en su corazón y acepto la vida como es con un corazón alegre.
Una simplicidad que libera
Quiero vivir las cosas con sencillez, sin complicarme, sin enredarme en pensamientos confusos. Leía el otro día:
«El hombre se realiza sólo en la simplicidad. Cuantas más cosas poseamos y más experiencias acumulemos, más difícil y tortuosa será nuestra realización».
Pablo D´Ors, El olvido de sí, 22
Quiero liberarme de tantas cosas en las que pierdo la paz. Busco la simplicidad de la vida, el sí sencillo al presente tal y como es. A la vida que Dios me regala cada mañana poniéndomela ante mis ojos.
El abrazo de la Virgen
Quiero mirar la vida, a las personas, los desafíos que el mundo me presenta como lo hace María.
Los miedos se vuelven pequeños ante mis ojos. María me sostiene con su calidez. Me dice que soy su hijo precioso y no tengo nada que temer porque Ella no me va a soltar nunca de la mano.
Esa mirada de María sobre mi vida está llena de misericordia. Y su abrazo es firme, no me suelta, no me deja irme.
Me retiene en la calidez de su presencia. No quiero irme lejos de Ella. Quiero quedarme a su lado. María me enseña cómo tengo que vivir.