Una de las devociones marianas más sencillas y potentes es la de las tres avemarías. Su origen se remonta al siglo XIII cuando la Virgen María se apareció a Santa Matilde de Hackeborn, una monja benedictina alemana, prometiéndola asistirla en su muerte.
Esta devoción volvió a coger impulso a inicios del siglo XX gracias al santuario de Nuestra Señora de la Trinidad en Blois, en el departamento francés del Loira.
La Virgen reveló a esta humilde monja una forma de elevar una acción de gracias a la Santísima Trinidad a través de la propia María. Y tras pensar en el tránsito de la vida a la muerte, Santa Matilde pidió a la madre de Jesús que le asistiera en los últimos instantes de su vida. Ahí surgió la devoción de las tres avemarías.
Lo que Dios da con las 3 avemarías diarias
Ante esta solicitud de la monja alemana, la Virgen le contestó:
»Sí que lo haré; pero quiero que por tu parte me reces diariamente tres Avemarías.
»La primera, pidiendo que así como Dios Padre me encumbró a un trono de gloria sin igual, haciéndome la más poderosa en el cielo y en la tierra, así también yo te asista en la tierra para fortificarte y apartar de ti toda potestad enemiga.
»Por la segunda Avemaría me pedirás que así como el Hijo de Dios me llenó de sabiduría, en tal extremo que tengo más conocimiento de la Santísima Trinidad que todos los Santos, así te asista yo en el trance de la muerte para llenar tu alma de las luces de la fe y de la verdadera sabiduría, para que no la oscurezcan las tinieblas del error e ignorancia.
»Por la tercera, pedirás que así como el Espíritu Santo me ha llenado de las dulzuras de su amor, y me ha hecho tan amable que después de Dios soy la más dulce y misericordiosa, así yo te asista en la muerte llenando tu alma de tal suavidad de amor divino, que toda pena y amargura de muerte se cambie para ti en delicias”.
Esta oración, “tan grande, pero tan sencilla y fecunda” en un tesoro que han sabido apreciar grandes santos a lo largo de estos siglos, que no han dudado en propagar esta devoción. San Alfonso de Ligorio, San Antonio de Padua, San Luis María Grignion de Montfort o más recientemente el Padre Pío o San Juan Pablo II han alentado este rezo de las tres avemarías.
Según explica L´1visible, durante siglos millones de cristianos rezaron a la Madre del Señor recitando todos los días con fe y perseverancia las tres avemarías.
Una devoción relanzada en el siglo XX
A medida que fue pasando el tiempo se fue apagando esta importante devoción. Pero todo cambió nuevamente a principios del siglo XX. En 1900 un humilde capuchino de Blois, el padre Jean-Baptiste de Chémery, dedicó su vida a rescatar esta devoción.
Para ello, fue acumulando y recopilando los testimonios, y creó una publicación mensual con los milagros y las gracias obtenidas por la oración de las tres avemarías. Igualmente, fundó una archicofradía aprobada por el Papa Benedicto XV en 1921 y redactó un manual recapitulando el origen, el desarrollo y los efectos maravillosos de esta devoción, convencido de que esta forma tan sencilla de orar permite acercarse a Dios a través de María.
El centro de esta devoción renovada está en una nueva basílica que se creó gracias al enorme trabajo realizado por este monje. Fue el padre Clovis de Provins, quien sucedió al padre Jean-Baptiste en el periodo de entreguerras, el responsable de la construcción de una basílica dedicada a la difusión de esta devoción.
La construcción comenzó en 1932, pero hubo varios problemas. Unos años más tarde, el arquitecto Paul Rouvière se hizo cargo de la obra y dejó su huella. La iglesia fue finalmente consagrada en 1949 y, como privilegio, elevada al rango de basílica por el Papa Pío XII en 1956, está dedicada a Nuestra Señora de la Trinidad, término resultante de la devoción de las tres avemarías.
Paul Rouvière tenía solo 28 años cuando se hizo cargo de las obras del santuario. Sus planes obedecían a varios principios: el uso de nuevos materiales, el uso de técnicas de producción industrial, el destierro de lo pintoresco para favorecer la pureza de las formas, la invención de un arte moderno. Abandona el cemento en bruto por el hormigón abujardado del que emerge la grava del Loira, más viva y cálida.
Llamado a filas en 1939, murió menos de diez días después de que Francia entrara en la guerra durante la ofensiva del Sarre. Le sucedió el arquitecto Yves-Marie Froidevaux, especialista en la restauración de edificios medievales.