Según la tradición de los vecinos de la cercana población de Bolturina, la Virgen fue recuperada en la Edad Media, en el año 1084, una vez expulsada la guarnición musulmana de la torre que da nombre al lugar. Los expertos creen que por su estilo de románico arcaico puede ser perfectamente una obra del s.XI y ha recibido cuidados y veneración durante más de 9 siglos.
Durante la persecución de 1936, en la que fueron asesinados casi 9 de cada 10 sacerdotes diocesanos de Barbastro, y numerosos claretianos, benedictinos y otros religiosos, llegaron anarquistas a la ermita de Torreciudad, la saquearon y amontonaron sus objetos en el exterior, con la idea de quemarlos al día siguiente.
Esa noche, Antonio Sesa, vecino de Bolturina, devoto de la Virgen y hermano de uno de los sacerdotes que morirían mártires, acudió con un borrico, tomó la imagen románica y la escondió en una cueva durante dos años. Es la misma imagen que, restaurada, hoy se venera.
Lo contaba con emoción en 2020 su nieto, Luis Sesa, cuando participó en la fiesta de la Virgen de Torreciudad momentos antes de cargar sobre sus hombros las andas para llevar precisamente en procesión la imagen peregrina de la Virgen, según recoge la web del santuario.
8 siglos de tradición
Durante 8 siglos los vecinos de la Ribagorza, Sobrarbe y Somontano de Barbastro habían acudido, a menudo con rebaños, al santuario de Torreciudad en agosto y septiembre. Pasaban el día con amigos y parientes, rezaban el rosario, se confesaban, asistían a misa y pedían a la Virgen ayuda. Se la consideraba especialmente eficaz contra los dolores de cabeza.
En los años previos a la guerra, quien les recibía era el prior del santuario, José Muzás Lalueza. Ibarra da más datos sobre Muzás en otro artículo reciente en La Razón, señalando que el prior (responsable del santuario) era considerado casi como el penitenciario o confesor de toda la comarca, porque muchos aprovechaban viajes o romerías al remoto santuario para confesarse.
Persecución contra los sacerdotes
Muzás nació en la cercana Secastilla en 1872. Le gustaba la vida solitaria y trató de ser cartujo, pero la cosa no fue bien y tuvo que reintegrarse como sacerdote diocesano, explica Ibarra. En una carta de 1932, con 60 años, explicaba al obispo de Barbastro que para él sería “la dicha más grande poder dedicar la vida que me queda al servicio de Nª Sª de Torreciudad”.
El 18 de julio de 1936 los anarquistas armados toman el control de la ciudad de Graus, y después de otras poblaciones. El párroco de Secastilla, Carlos Carlá, se escondió durante semanas en el bosque. Los anarquistas empezaron a quemar y saquear iglesias y ermitas.
José Muzás abandonó la ermita de Torreciudad y se escondió 5 días con unos parientes en Bolturina. Después pasó a una caseta abandonada donde le hacían llegar comida. Según declaró su sobrino Antonio Muzás Rausa en 1941, “después de estar oculto aproximadamente un mes, se presentó al comité de Graus, siendo detenido por los miembros del Comité y fusilado”.
La detención sucedió el 17 de agosto y el fusilamiento el 22, junto a otros sacerdotes, entre ellos Francisco Monclús, José Sesa y Victorián Tena. La diócesis de Barbastro está dando pasos para iniciar su proceso de beatificación como mártires.
Una pira para quemarlo todo en Torreciudad
Mientras tanto, en Torreciudad, los anarquistas habían saqueado la ermita-santuario y la casa anexa a ella, y habían preparado una pila con muebles, ornamentos y enseres sagrados, incluyendo la imagen de la Virgen.
Antonio Oliveras, que en 1936 era un sacerdote joven, escribió años después detalles de lo que sucedió.
“En día 23 de julio, día antes o después, se personó el párroco de Burceat, Dn. José Sesa, en su pueblo de Bolturina, (nativo) preguntó a su hermano Antonio, qué habían hecho de la Virgen de Torreciudad. Contestó: toda la ermita saqueada, solo queda en su Camarín la imagen. Le rogó fuera a ocultarla. Llegada la noche bajó a la Ermita, tomó la imagen, la envolvió con unos sacos, tomó un pozal de los que se usan para el agua, a 400 o 500 metros del Santuario, en unas rocas, difícil de penetrar, bien conocidas por el Antonio, por ser cazador, la ocultó”.
Antonio Sesa se jugaba la vida, tanto rescatando la imagen como escondiendo a su hermano sacerdote. De hecho, el 28 de julio llegaron los milicianos a su casa en Bolturina y se llevaron a su hermano, quien les dijo: “No tenían ustedes necesidad de molestarse, con una simple comunicación me hubiera yo mismo presentado. No temo a la muerte. Gustoso moriré por lo que siempre he enseñado y profesado. Ahora mismo marcho con ustedes”. Lo fusilaron junto a Muzás, el prior del santuario.
Escondida cerca de la ermita entre unas rocas
María Teresa Sesa cuenta que su abuelo Antonio bajó con un borrico a por la Virgen y que la salvó del montón que había delante de la ermita, preparado para la hoguera del día siguiente, y que la escondió muy cerca de la ermita. Antonio Oliveras escribió que la escondió “a 400 o 500 metros del Santuario, en unas rocas, difícil de penetrar”.
Dos años después, al empezar la primavera de 1938, con la zona bajo control del bando nacional, Antonio Sesa sacó la imagen de su escondite y la llevó a su casa (Casa Fuster, en Bolturina) donde estuvo desde abril hasta agosto. Antonio Oliveras lo describió así: “bajó a buscarla, tal como la había dejado la encontró; la tomó entre sus brazos, la conduce a su casa. Se lo comunica al Párroco. Restaurado parte del Santuario, volvió a su Camarín, siendo una de las más importantes concentraciones que han existido”.
Fiesta en el pueblo
Muchos daban por destruida o quemada esta imagen tan amada por el pueblo. Por eso, causó mucha impresión y alegría saber que se había salvado. En unos meses se restauró la ermita profanada y quemada y se decidió que cada domingo posterior a la Asunción se celebraría su recuperación.
Una nota de agosto de 1938, aún en tiempos de guerra, invitaba así a la celebración: “¡Católicos!: la venerada imagen de Nuestra Señora de Torre-Ciudad, que por los años gloriosos de 1084 fue encontrada y entronizada por nuestros antepasados en la mezquita de los moros expulsados de su ciudad-torre, la imagen ante la cual nos presentaron nuestras madres; la que invocaron nuestros enfermos en su agonía, nuestros labradores en sus aflicciones, nuestros soldados en sus combates, ha sido de nuevo encontrada, por singular beneplácito divino que gobierna para sus fines las humanas voluntades y será solemnemente entronizada en su secular Basílica de Torre-Ciudad el domingo 21 de agosto”.
Joaquín Durán, un soldado que estaba en el frente, logró permiso para acudir a esa fiesta. Lo escribió así: “Ese domingo, todo eran mujeres y hombres de edad, porque los de veinte años estaban de servicio. La bajaron muchas mujeres, la Carmen Flores que ya ha muerto, iba Lolita Nacenta, que aún vive, de la Puebla iban algunas chicas. Y entonces, a mitad de camino se la tomé a estas chicas y la llevé algún rato, de vez en cuando nos íbamos turnando, y la pude bajar yo. Y desde aquel he estado en Torreciudad todos los años”.
200.000 peregrinos al año, cien mil en pandemia
España seguía en guerra, pero en Torreciudad llevaron la Virgen en procesión, le cantaron sus gozos, rezaron el Rosario… En 2019, el año antes de la pandemia, Torreciudad recibió 210.000 peregrinos, un 15% extranjeros, sobre todo de Francia, Portugal, Polonia y con la novedad de un número creciente de norteamericanos. Incluso en 2020, con la pandemia, recibió unos 100.000 visitantes.
La imagen de la Virgen les recibe, como en los 9 siglos anteriores.