El año 40, Santiago apóstol (hijo de Zebedeo) tuvo una aparición en la ciudad romana de Caesaraugusta, hoy Zaragoza (España)
La palabra “advocación” provine del verbo latino advocare que significa llamar o invocar. Hace referencia a la invocación y al mismo tiempo al hecho de dirigirse específicamente a la Virgen María bajo algún título.
La advocación a la Madre de Dios encarnado es diferente en cada región pero con el mismo cariño por parte de los fieles, independientemente de que la advocación tenga o no mayor o menor sustento histórico.
Las advocaciones marianas son muy importantes en la vida cristiana pues tienen la función concreta de permitir a la persona dirigirse en realidad a la Virgen María que intercede efectivamente desde el cielo.
Pero hay más: los fieles, aunque amen a María a través de las diversas advocaciones, están también haciendo llegar, a través de Ella, el amor que le debemos a Dios pues Ella canaliza ese amor para que le llegue a Él.
Según cuenta la tradición, a principios del mes de enero del año 40, Santiago apóstol (hijo de Zebedeo), llega a la ciudad romana de Caesaraugusta, hoy Zaragoza (España).
Fue entonces cuando tuvo la aparición «en carne mortal» de la Virgen María.
Santiago Apóstol oyó, junto a otros discípulos, voces de ángeles que cantaban el Ave María, gratia plena ante la presencia de la madre de Dios parada sobre una columna.
Por esto esta advocación es conocida popularmente como la Virgen del Pilar.
María con su aparición quería confortar la acción misionera del Apóstol Santiago que recibió la misión de evangelizar el extremo europeo más occidental hasta entonces conocido, renovar sus ánimos y confirmar la predicación del Evangelio a favor de los nuevos llegados a la fe.
Cuando se acabó la visión, allí quedó el pilar, que aún hoy se conserva.
A su vez la Santísima Virgen que, como ya se ha dicho antes, vivía en ese entonces, le pidió al Apóstol Santiago que le construyese allí, alrededor de dicho pilar, una iglesia.
Y él, junto a sus compañeros conversos, edificó una primitiva capilla de adobe a orillas del río Ebro.
Aquella capilla bien puede ser el primer templo mariano del mundo cristiano. La capilla que con el tiempo y después de diferentes transformaciones, se ha convertido en la actual basílica barroca de Nuestra Señora del Pilar.
Esta tradición tiene su expresión cultual, como fiesta, según la misa y el oficio divino que el papa Clemente XII aprobó para España en la primera parte del siglo XVIII. Y el Papa Pío VII elevó la categoría litúrgica de la fiesta a solemnidad.
Luego el papa Pío XII concedió a las naciones hispanoamericanas la posibilidad de celebrar la misma misa solemne vigente para España, el mismo día 12 de octubre, pues ella es patrona de la hispanidad.
El papa Pío XII, el 28 de abril de 1958, en su alocución a los peregrinos durante la beatificación de la religiosa española Teresa de Jesús Jornet e Ibars, patrona de la ancianidad, se refiere a la Virgen del Pilar como “Reina de la Hispanidad”.
Y esta mención a María como Reina de la Hispanidad no es nueva, pues el mismo papa Pío XII, en un radiomensaje a los fieles argentinos en el centenario del apostolado de la oración (en el año 1945), había aludido a María como “gran madre de la Hispanidad”.
Por esto la devoción a la Virgen del Pilar está muy arraigada en las naciones hispanoamericanas; son prueba de esta devoción mariana por parte de estas naciones sus respectivas banderas que adornan su basílica.
Pero no hay confundir la hispanidad (que incluye a España) con América Latina. Una cosa es decir que la Virgen del Pilar sea patrona de la Hispanidad y otra, muy diferente y además errónea, es decir que ella sea la patrona de Latinoamérica.
La patrona de Latinoamérica es la Virgen de Guadalupe. El patronazgo americano de María comienza por allá en el año 1754 con el Breve Non est equidem, del papa Benedicto XIV, que proclama la festividad de la Virgen de Guadalupe para el 12 de diciembre y su consecuente patronazgo inicial sobre México.
Y ese patronazgo inicial sobre México no dejó de crecer a través del tiempo, tanto en extensión como en intensidad.
Por esto el 24 de agosto de 1910 el papa san Pío X declara a la Virgen de Guadalupe “celestial Patrona de la América Latina”.
La proclamación del patronazgo americano de la Virgen de Guadalupe fue además querida por san JuanPablo II, quien la llamó Madre de las Américas.
Y quiso que la celebración en honor a la Virgen de Guadalupe, la fecha del 12 de diciembre, fuera elevada al rango litúrgico de fiesta para todo el continente de las Américas.