Conoce al humilde autor de una de más grandes aportaciones marianas jamás escritas.
“Esto es lo que pedís de mí, que yo ame a Dios; pues bien, esto mismo es lo que os pido: obtenedme la gracia de amarle y de amarle siempre. Este es el único deseo de mi corazón. Amén”.
Así culmina una de las más preciosas oraciones que forman parte de Las Glorias de María, la magistral obra de san Alfonso María de Ligorio en la cual recoge una profunda recopilación de la defensa mariana, junto a su opinión, destacando dos grandes verdades: la Virgen María es Madre del Redentor y es Madre de misericordia.
“¡De cuántos peligros, Reina mía, no me habéis librado? ¿Quién podrá enumerar las luces y misericordias que de Dios me habéis alcanzado? ¿Qué beneficios, qué honores habéis recibido de mí, para empeñaros en hacer tanto bien?
“Sólo vuestra bondad os ha movido a ello. Aunque yo diera por Vos toda mi sangre y mi vida, sería nada en comparación de lo que os debo, puesto que Vos me habéis librado de la muerte eterna y me habéis recobrado, como lo espero, la divina gracia. En una palabra, todo lo que tengo, por vuestras manos me ha venido».
“Señora mía, amabilísima, siendo tan miserable como soy, no puedo, en cambio hacer otra cosa más que alabaros siempre y amaros. No os desdeñéis de aceptar el amor de un pecador enamorado de vuestra bondad».
“Si mi corazón es indigno de amaros, por estar manchado y lleno de afectos terrenos, procurad, Señora, trocarlo, ya que lo podéis hacer. Unidme y estrechadme de tal manera con Dios, que no pueda jamás separarme de su santo amor».
“Esto es lo que pedís de mí, que yo ame a Dios; pues bien, esto mismo es lo que os pido. Obtenedme la gracia de amarle y de amarle para siempre. Este es el único deseo de mi corazón. Amén”.
Más de un centenar de obras (111) escribió Alfonso, incluyendo su Tratado de Teología Moral, entre los años 1753 y 1755. Su trabajo “Las Glorias de María” es una de más excelsas aportaciones marianas jamás escritas.
Pero no surge como fruto de grandes placeres, sino en medio de profundos dolores, pues una pesada cruz acompañará al santo en su última década de vida, cuando tendrá que lidiar con momentos particularmente dolorosos, sufrimientos físicos y espirituales.
Son vanos sus intentos por lograr el reconocimiento de su congregación. Esta se verá afectada por amargas discusiones en su interior, que sólo acabarán tras su muerte.
Virtualmente ciego e incapaz de dirigir el grupo, será expulsado de la orden por él fundada al no haber leído un documento crucial antes de firmarlo.
Más tarde vendrá la decisión equivocada del papa Pío VI en 1780, sobre lo que sin embargo guardará silencio.
Dios le concederá morir a la hora del Ángelus del 1 de agosto de1787. Cesan entonces las divisiones en su congregación y se reconocen los errores cometidos en su contra.
Así, los redentoristas obtienen el reconocimiento pleno y se expanden rápidamente por todo el planeta hasta tener presencia al día de hoy en unos 80 países.
San Alfonso María de Ligorio es uno de los santos que mayor influencia tuvo en la devoción a la Santísima Virgen.
Su comentario de la Salve Regina es una dulce explosión de amor que la muestra como Madre y como Reina, exaltando su condición de misericordiosa y “esperanza nuestra”.
Doctor de la Iglesia
Fue beatificado en 1816 y canonizado en 1831. Le proclamaron Doctor de la Iglesia en el año 1871.
Su libro está cargado de ejemplos: 130 formas sencillas de explicar grandes y algunas veces complejas verdades. 41 cierran los capítulos y los párrafos, mientras que 89 forman parte de colección de varios ejemplos sobre la Virgen María.
Alfonso tardó 16 años en redactar Las Glorias de María, en las que hace impecable gala de los honores de la Madre de Dios y destaca la noble piedad mariana, así como su poder de intercesión.
Comenzó a escribirlo cuando tenía 38 años de edad y lo terminó a los 54. A lo largo de sus años fue perdiendo los sentidos de vista y oído. “Soy medio sordo y medio ciego, pero si Dios los quiere más, lo acepto con gusto”, decía.
El santo visitaba a diario el Sagrario. Al estar junto a él, decía: “¿Jesús, me oyes? Mientras que a los hermanos que le acompañaron durante su vejez, les interrumpía con frecuencia para increpar: “¿Ya rezamos el Rosario? Perdonadme, pero de ello depende mi salvación”.
Estando en “avanzada edad, casi sin vista, tenía a su cuidado un hermano coadjutor que lo consolaba leyéndole libros espirituales. Entusiasmado una vez el viejecito Alfonso al oír leer algunas páginas, interrumpió diciendo: ‘Diga hermano: ¿qué libro es ése? ¡Cuán precioso es! ¿Quién lo ha escrito? Qué suavidad. ¡Cuánto amor a Dios, a María y a las almas! ¿Y cómo se llama su autor?’ –El hermano se le acercó un poco más y cerrando el libro y leyendo su portada le dijo: ‘El libro se llama: Las Glorias de María, y su autor es Alfonso de Ligorio’. Al venerable anciano oír aquella noticia se le enrojeció el rostro de emoción, ruborizado de haber alabado de tal manera su propia obra”, señala el libro.
Más tarde el santo dirá: “¡Oh, María! Espero salvarme con entera certidumbre por vuestro medio. Rogad a Jesús por mí; no os pido otra cosa. Vos me habéis de salvar, porque sois mi esperanza. Entre tanto, no cesaré de repetir estas consoladoras palabras: ¡Oh María, esperanza mía; Vos me habéis de salvar!”.