Cuántos hombres esperaron este momento y cuántos quisiéramos unirnos a él.
El regalo más hermoso que recibí el año pasado fue un nacimiento de Navidad. Habíamos hecho un viaje largo para pasar las fiestas en casa de mi hermana, y un día antes de volver a casa me lo entregó. Casi no pude verlo porque estaba listo para ponerse en la maleta, cubierto en papel y cartón.
Llegando a casa, mi esposo y yo nos pusimos a desempacar. Sacamos las cajas deseando que las imágenes no hubiesen sufrido daño alguno. Mi esposo tomó a María, tomó a José y preguntó: ¡¿y el niño?!
El niño no venía en un pesebre; el niño, recién nacido, pequeñito, estaba abrazado fuertemente por su Madre. José, de pie tiene una mano en alto como bendiciendo a María y al niño.
¿Y el niño recién nacido? pues no tiene pesebre, tiene los abrazos de su Madre.
Esta imagen es tan maravillosa que no pude guardar el nacimiento pasadas las fiestas. Permanece en el pequeño altar que tenemos en casa.
Y la imagen es maravillosa porque me lleva a reflexionar constantemente sobre el amor de Dios y la humanidad de Cristo. Y no puedo quitar la vista de María…
Pienso constantemente, que lo imposible de esta historia es que Dios, omnipotente, creador del universo, todopoderoso, amó tanto al hombre, que para amarlo de cerca y aún más, se hizo hombre.
¿Cómo es posible que Dios ame tanto, que se haya sometido a su criatura, al tiempo, a las leyes, a la obediencia e incluso a una muerte tan cruel?
El Padre depositó su espíritu y su amor en María y María recibió al hijo, y donde está el hijo, está también el Padre y también Su Espíritu, es decir, la Trinidad completa.
La imagen de María abrazando al niño es para mí tan impresionante porque me doy cuenta de que María está abrazando fuertemente y por primera vez en la historia del universo… a Dios.
Cuántos hombres esperaron este momento, cuántas veces imploraron al cielo la presencia de Dios en medio de sus momentos más tenebrosos, el consuelo que solo Dios puede dar…
Y ahí tenemos a María, en aquel momento único, seguramente plasmado en el alma del mismísimo Dios, un momento detenido en el tiempo, en el que hay un maravilloso y tierno intercambio de amor y de lágrimas.
Una mujer, abrazando al todopoderoso…. Y quisiera unirme con todas mis fuerzas a ese abrazo, y quisiera que Dios sea abrazado así por todos sus hijos, unidos a Su Madre.
Cuánto gozo el de María, cuánto habrá tardado en soltar este primer abrazo, ¡y cuántas veces más lo habrá abrazado! Dios en su regazo, y en el regazo no de cualquier mujer, sino de Su propia madre.
Ese abrazo, supone una gran promesa, una alianza más de tantas que hizo Dios. Me da certeza de la presencia eterna de Jesús, porque al hacerse hombre, tomó nuestras vidas y nuestros sufrimientos y nos aseguró su compañía y su guía para siempre.
Pienso que ese amor de aquel primer día sobre la tierra, fue llevado hasta la cruz, no solo por aquella mujer de quien recibió tantas caricias y cuidados, sino por todos los hombres del mundo y de la historia.
Este amor que lo trajo al mundo también lo llevó a su entrega en la cruz, para que no hubiera nada que nos separase de Él, para que ese amor y esa entrega quedara sellado para siempre en el corazón de Dios.
Dios nos ama de maneras que no entendemos, y siento un pesar muy grande, pues al no entender, no sabemos corresponderle porque no tenemos las capacidades, si no es con su ayuda…
¿Pero qué tiene el hombre, para que un Dios piense en él y lo cuide?(Salmo 8, 5) ¿y lo ame? Y me siento a contemplar esta imagen y pienso: ¿Cómo es posible?…