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Por Domingo Aguilera. Noviembre 2022 

Son muchos los teólogos que dicen que María es el puente entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Todos admiten que la Virgen María es la nueva Arca de la Alianza.

Una respuesta muy común a esta pregunta y admitida por la mayoría de los teólogos, es que la humanidad ya estaría redimida con el nacimiento del Mesías, aunque convenía que Jesús nos enseñase con detalle, para que no tuviésemos ninguna duda, que Él nos redimió, por amor, en una cruz.

¿También estaría la humanidad redimida si el Hijo se hubiese encarnado, aunque no hubiese llegado a nacer? Sí. La vida humana comienza en el instante de la concepción, que es el instante en el que Dios crea la persona concreta para unirla a una naturaleza humana concreta.

En la línea del tiempo recorrida haca atrás, el momento en el que realmente comienza la redención es en el instante en el que María es concebida sin pecado original. Es en ese instante en el que aparece, en la tierra, la Mujer capaz de acoger en su seno la venida del Mesías, y por lo tanto este sería el momento en el que se inaugura el Nuevo Testamento.  Es un acto específico por el cual la Presencia de Yahvé ya está actuando en la historia como Redentor y además este acto ya será un continuo que llegará hasta Pentecostés.

También sabemos que san José es el último Patriarca que, como heredero de David, le transmite a su hijo la descendencia davídica. Era necesario que el Mesías naciera de la familia de David, porque en otro caso Jesús sería un gran profeta, pero no el Mesías prometido. Así lo describe con todo detalle san Mateo en su genealogía.

Por lo tanto, tenemos una línea de descendencia con raíces en la promesa de Yahvé a Abraham, que llega hasta un varón de Nazaret llamado José que era descendiente directo de David. A este se le llama Justo en el evangelio de san Mateo y más tarde el ángel le llama por su verdadero nombre: “Hijo de David” (Mt: 1, 19).

La expresión “Hijo de David” se utiliza en el Nuevo Testamento exclusivamente para nombrar al Mesías y una sola vez, por boca de un ángel, a san José.

San José es por lo tanto el compendio de todo el Viejo Testamento y María el comienzo del Nuevo Testamento.

Y ¿cómo se unen estas dos líneas paralelas? Pues no se condensan en ninguna de las dos personas, sino en el matrimonio de las dos personas humanas más queridas por la Santísima Trinidad: María y José.

Dios actúa siempre cuidando a sus criaturas y con especial mimo a aquellos instrumentos más fieles a su voluntad. La voluntad de Dios Padre era que su Hijo se encarnase en una mujer virgen y casada. Precisamente por este orden porque la maternidad se realiza una vez casada María con José y no antes.

Por lo tanto, el matrimonio de María y José inaugura el Nuevo Testamento y cierra el Viejo, recreando la creación.

Y ya dentro de este nuevo entorno de salvación, se inaugurarán los otros seis sacramentos. Grandeza del matrimonio cristiano, que rompe con el matrimonio judío para inaugurar el matrimonio en la fe como el lugar idóneo para la aceptación del don de la vida y de la gracia.