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Santiago Mata
- publicado el 07/10/21

El 7 de octubre de 2021 se cumplen 450 años de la batalla de Lepanto, que puso fin al dominio otomano en el Mediterráneo, sirvió para difundir el rezo del rosario y la devoción a María Auxilio de los cristianos, invocación que el papa san Pío V incorporó a las letanías lauretanas.

El combate naval tuvo lugar el 7 de octubre de 1571 en el Golfo que separa la Grecia Continental de la Península del Peloponeso, frente a la localidad de Naupacto (Lepanto), al este de la de Patrás (en el Peloponeso) que da nombre a ese Golfo que termina en Corinto.

El miedo a los otomanos y a sus aliados los piratas berberiscos era tan grande -en España se recuerda en la expresión de mirar si “hay moros en la costa”- que las campanas de las iglesias repicaron sin parar durante una semana en acción de gracias. 

Discusiones hasta las vísperas del combate

En 1570, los cristianos no habían auxiliado a Chipre, posesión veneciana en la que desembarcaron más de 100.000 turcos y cuya última fortaleza, Famagusta, no cayó hasta el 5 de agosto de 1571.

El verano de ese año terminó y todo apuntaba a que las dificultades de organización impedirían el combate con los turcos, ya que la embarcaciones militares usadas en el Mediterráneo, las galeras impulsadas por remos a manos de galeotes, no se podían emplear con mala mar.

A pesar de todo, la flota cristiana pudo hacerse a la mar y, mientras que hasta entonces solo se había atrevido a frenar a los otomanos en su avance, ahora iría a buscarlos en su lugar de reposo, en Grecia.

A las 10,30 de la mañana del 7 de octubre de 1571 se enfrentaron 240 barcos artillados de la Liga Santa (206 galeras) a los 260 de los otomanos (216 galeras), si bien estos contaban con unos 650 cañones frente a más de mil de los cristianos.

Ambas flotas tenían cuatro divisiones: una en el centro, con sendas alas a derecha e izquierda, más una reserva atrás. Las galeras de la Liga embarcaban a 34.000 soldados -20.000 aportados por España, aunque solo 8.000 eran españoles- y los turcos una cantidad superior.

El 27 de septiembre, la guarnición de la isla greco-veneciana de Corfú, informó de que les habían atacado dos centenares de galeras otomanas, que se habían refugiado en Lepanto. A su vez, los otomanos estimaron la fuerza cristiana en solo 140 galeras, por lo que no consideraron excesivo el riesgo de atacarlos, sabiendo además que había disensiones entre los cristianos.

Los conflictos internos se agravaron en Corfú al distribuir don Juan de Austria soldados españoles entre las galeras venecianas. Ambas partes estuvieron a punto de pelear con las armas, punto evitado por el comandante papal, Marco Antonio Colonna, que consiguió relevar al capitán de los venecianos, Venier, por el anciano Agostino Barbarigo.

Combatir hasta el agotamiento

En la mañana del domingo 7, el combate empezó de norte a sur. El flanco izquierdo de la Liga, compuesto por venecianos, fue rodeado por el ala derecha otomana, comandada por Sirocco, pero la rápida reacción de otro veneciano, Marco Quirini, virando de sur a norte, aplastó a los otomanos contra la costa y una hora después de comenzar ya se decantaba la victoria del lado cristiano.

En el centro, como en el norte, había servido para dividir en tres cada división otomana, el avance por delante de las galeras de sendos grupos de dos barcos más fuertemente artillados, llamados galeazas.

El jefe otomano, Alí Bajá, embistió a bordo de la Sultana contra la galera Realde don Juan, que solo resistió gracias a la ayuda de otras naves de su división y de la retaguardia dirigida por Álvaro de Bazán. A las 12,20 el combate se desplazó de la cubierta de la Real a la Sultana y tras ser esta embestida por la galera Santa María, del comandante papal Colonna, Alí Bajá fue derrotado y murió hacia las 13 horas. En la victoria jugó también un papel relevante la rebelión de los galeotes cristianos en buen número de galeras turcas.

En el sur, los otomanos trataron de separar la división de Andrea Doria de la del centro, y llegaron a destruir algunas galeras, entre ella la capitana de Malta, pero ante la llegada de refuerzos optaron por huir. Fue la única división otomana que no resultó destruida. La presencia mariana en el ala derecha de la flota viene resaltada porque a bordo de su galera, Andrea Doria llevaba un estandarte de la Virgen de Guadalupe mexicana, cuando no se habían cumplido aún 40 años de la aparición de la Virgen en América.

Tras cuatro horas de lucha fueron capturadas 170 galeras turcas, mientras que solo 10 cristianas resultaron hundidas. Los muertos otomanos pasaron de 30.000, y los cristianos fueron en torno a 8.000, quedando 20.000 heridos, muchos de los cuales morirían al estar distantes los hospitales. La liberación de 15.000 galeotes cristianos compensaba las pérdidas solo en parte, ya que buena parte de las naves quedaron inservibles, empezando por la Real. Además, inmediatamente llegó un temporal que obligó a refugiarse en puerto y suspender la campaña.

Apogeo y decadencia del imperio otomano

En Lepanto, la flota de la llamada Liga Santa, compuesta por naves españolas, venecianas, genovesas y del Papa, derrotó a la flota turca, poniendo fin a la expansión mediterránea del Imperio Otomano. Miguel de Cervantes, que combatió y perdió la mano izquierda en la batalla, lo que le valió el apodo de “manco de Lepanto”, llamó a Lepanto en el prólogo de sus Novelas Ejemplares “la más alta ocasión que vieron los siglos”.

La victoria de Lepanto ni siquiera sirvió para devolver a Venecia la isla de Chipre, con cuya invasión por parte de los turcos otomanos había comenzado el conflicto. Pero fue la primera derrota aplastante de una flota otomana -que ya en 1565 se había tenido que retirar de Malta-y puso fin a su prestigio de invencibilidad y a la sensación de que el Mediterráneo, y Europa terminarían dominados por los turcos.

A pesar de que el sultán otomano Selim II minimizara la derrota afirmando que a él le habían cortado la barba (la flota podía ser repuesta), pero que él había cortado un brazo (Chipre) a Venecia, Lepanto marca el lento declive del imperio otomano, que pretendía heredar los territorios del imperio romano (cuya última capital, Constantinopla, hoy Estambul, había conquistado en 1453) en el Mediterráneo. En adelante, centraría sus esfuerzos expansionistas en Asia.

No obstante, algunos países europeos de población y tradición cristiana permanecerían sometidos a ese imperio musulmán otros tres siglos más. Todavía en 1683 los otomanos sitiaron Viena, pero en 1686 perderían Budapest y en 1699 el resto de Hungría. 130 años después llegaría la independencia de Grecia (1829) y en 1878 la de Serbia y Rumanía, más la autonomía de Bulgaria y la cesión de la administración de Bosnia-Hercegovina a Austria. Albania siguió bajo dominio otomano hasta 1912.

La unidad de los cristianos bajo el auxilio de María

En la práctica, Lepanto fue una lección de superación de los intereses particulares en servicio del bien común, marcado este en concreto por las indicaciones del Papa (san Pío V). Además de una empresa política, Lepanto fue sobre todo una campaña de oración, que difundió por todo el orbe cristiano el rezo del Santo Rosario y, después del combate naval, la devoción a la Virgen como Auxilio de los cristianos.

San Pío V, elegido en 1566 -al año siguiente de terminar el Concilio de Trento- fue el quinto y hasta hoy último Papa dominico. Como es sabido, los dominicos habían impulsado el rezo del rosario. En las galeras de la flota cristiana se rezaba a diario, hasta la misma mañana del combate. Y esa unidad de intenciones y de oración se vivió en la época anterior a la batalla con gran intensidad. Nada más terminar la batalla, san Pío V mandó marchar a su cardenal tesorero, Pierdonato Cesis, con la indicación de que era preciso dar gracias por la victoria, dando así prueba de una visión sobrenatural, ya que la noticia de lo sucedido tardó dos semanas en llegar a Roma.

Además de por poner freno a la expansión otomana organizando la cruzada que terminó en Lepanto, Pío V, que murió al año siguiente (1572), sería recordado por llevar a la práctica el encargo del Concilio de Trento de elaborar un catecismo (1566), codificar la liturgia de la misa (llamada tridentina, con el Misal y el Breviario romanos, también en 1570), mejorar los estudios eclesiásticos (proclamando al dominico santo Tomás de Aquino doctor de la Iglesia y difundiendo sus obras), así como fomentar la reforma del pueblo, clero, curia y cardenales romanos. Fue beatificado justo un siglo después de su muerte y canonizado en 1712.

Recuerdos de la Batalla

En conmemoración de la batalla, Felipe II encargó que se celebrara una liturgia solemne de acción de gracias en la catedral de Toledo cada 7 de octubre. Su hijo Felipe III envió en 1616, para que fueran expuestas en esa conmemoración, 16 banderas de galeras otomanas capturadas y cinco de galeras cristianas, que se conservaban en El Escorial. Con el tiempo, esa fiesta se convirtió en la de Nuestra Señora del Rosario.

En Villarejo de Salvanés (a 50 km de Madrid, en la A-3), el vicealmirante de la flota cristiana Luis de Requesens -un catalán que era comendador de Castilla, prueba de la confianza que en él tenía Felipe II-, mandó construir un santuario en honor de Nuestra Señora de la Victoria de Lepanto. Requesens tuvo en Lepanto la difícil misión de moderar los ímpetus juveniles de don Juan de Austria, que solo contaba 24 años.

Paradojas del destino, si Luis de Requesens había sucedido al Duque de Alba como gobernador de los Países Bajos, a su vez fue sucedido en ese cargo por don Juan de Austria después de Lepanto. El hermanastro de Felipe II, con toda la bravura que había mostrado en las campañas militares contra los musulmanes (los berberiscos, los moriscos sublevados en Granada y Lepanto), tendría sin embargo suficiente realismo como para reconocer que la rebelión de los protestantes holandeses no podría reprimirse por la fuerza. Pero murió con solo 33 años en 1578, veinte años antes que su hermanastro y setenta antes del fin del conflicto con la paz de Westfalia (1648).

Retomando la historia de Requesens y Villarejo, el noble barcelonés pidió permiso a san Pío V para entronizar en su residencia castellana la imagen de la Virgen que había llevado en la proa de su galera, y que le había regalado el mismo Papa. Aunque Requesens no pudo verlo en vida, el santuario y convento franciscano se convirtió en lugar de culto y veneración a la Virgen, y con motivo del 450 aniversario de Lepanto, el papa Francisco ha concedido un año jubilar que comenzó el 22 de noviembre de 2020 y terminará el 28 de noviembre de 2021, solemnidad de Cristo Rey.

En 1971, con motivo del cuarto centenario del combate, la estatua de la Virgen viajó a Valencia y de allí, en el acorazado Castilla, a Barcelona, donde se reunió con el Cristo de Lepanto, para ser venerados conjuntamente. Del Cristo expuesto habitualmente en la Capilla del Santísimo, no consta sin embargo que hubiera estado en la batalla.

Si Requesens llevó a Lepanto la Virgen que le regaló el Papa, don Juan de Austria se había llevado a la patrona del pueblo donde Carlos V (su padre) mandó que lo criaran, y donde lo apodaban Jeromín: Leganés, localidad al sur de Madrid que tiene por patrona a la Virgen de Butarque, cuya talla encontró un molinero en 1117. La talla estuvo en la galera Real desde la que dirigió el combate don Juan de Austria y a su regreso este obtuvo de su hermano, para la Virgen de Butarque, el título de Capitana Generala. Es la primera talla de la Virgen que ha recibido en España tales honores militares y los conserva hasta hoy día, ya que sigue vistiendo el fajín de generala.

En San Stefano d’Aveto, 70 km al este de Génova, se conserva la copia de la imagen de Guadalupe, obra supuestamente de Luis de Tejeda, que Felipe II habría donado a Andrea Doria y que este llevó en su galera en Lepanto.