Aleteia Team - publicado el 12/12/18
Con unos veinte millones de peregrinos anuales, Guadalupe tiene más del doble de visitantes que los santuarios marianos más conocidos.
El templo más visitado de la cristiandad no es ni la Basílica de San Pedro en el Vaticano, ni ninguna de las imponentes catedrales europeas que han marcado la historia de occidente.
El primado corresponde a la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, con unos veinte millones de peregrinos anuales, más del doble de visitantes que los santuarios marianos más conocidos.
La importancia de Guadalupe es tal que quien desconoce la historia de este templo y su mensaje no puede comprender la historia de México, e incluso del mismo continente americano. ¿Cómo es posible que haya sucedido algo así?
La historia comienza tras la conquista de México, en manos de Hernán Cortés, en diciembre de 1531, cuando, según cuenta la tradición guadalupana, la misma Virgen se apareció a uno de los primeros cristianos aztecas, el indígena Juan Diego Cuauhtlatoatzin, hoy declarado santo.
Fue a inicios del mes de diciembre de 1532 cuando Juan Diego escuchó por primera vez, en el cerro del Tepeyac, una voz que le llamaba por su nombre mientras iba de camino a Misa.
Al llegar a la cumbre del cerro, cuenta la tradición, vio a una Señora de una belleza sobrenatural, «vestida de sol», quien le pidió construir en el cerro un templo para «mostrar y prodigar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa a todos los moradores de esta tierra y a todos los que me invoquen y en mí confíen».
Tilma milagrosa
Juan Diego fue a hablar con el obispo, Juan de Zumárraga pero, según relata la crónica guadalupana, éste no le creyó.
Tras numerosas y a veces dramáticas dificultades Juan Diego recibió, como cuenta la tradición, la Virgen se le volvió a aparecer para pedirle que subiera a la cumbre del cerro, donde encontró un rosal en flor (más propio de Castilla que de México). Cortó tantas rosas como pudo y las recogió en su tilma, el manto típico de los indígenas,para llevárselas al obispo, a modo de prueba.
Al reunirse con Zumárraga, Juan Diego abrió la tilma para mostrarle las flores. Cuando las rosas cayeron al piso, la tradición cuenta que en la tilma estaba ya impresa la imagen de la Virgen de Guadalupe que hoy se venera en la Basílica.
Convencido, el obispo llevó la imagen a la Iglesia Mayor y construyó una ermita en el lugar que había señalado Juan Diego, donde posteriormente se construiría la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, construida entre 1695 y 1709.
La inestabilidad del terreno y los frecuentes terremotos que caracterizan a México pusieron en peligro el templo. Motivo por el cual entre 1974 y 1976, se construyó la moderna Basílica, que acoge la imagen de María.
Tras las apariciones de María, la evangelización de México, hasta ese momento muy complicada para los misioneros europeos, cambió radicalmente. En el rostro de María, impreso en la tilma, los mexicanos encontraron su identidad y consuelo en medio de los sufrimientos de la conquista.
Identidad mestiza
Es la faz de una joven mestiza, una anticipación, pues en aquel momento todavía no había mestizos de esa edad en México.
María mostraba así cómo asumía el dolor de miles de niños, los primeros de una nueva raza, rechazados entonces tanto por los indios como por los conquistadores.
El manto azul de la Virgen, salpicado de estrellas, es la «Tilma de Turquesa» con que se revestían los grandes señores aztecas, e indica la nobleza y la importancia del portador.
Los rayos del sol circundan totalmente a la Guadalupana como para indicar que ella es su aurora. Esta joven doncella mexicana está embarazada de pocos meses, así lo indican el lazo negro que ajusta su cintura, el ligero abultamiento debajo de éste y la intensidad de los resplandores solares que aumenta a la altura del vientre.
Su pie está apoyado sobre una luna negra, (símbolo del mal para los mexicanos) y el ángel que la sostiene con gesto severo, lleva abiertas sus alas de águila. De este modo, en la simbología indígena, la Virgen de Guadalupe se presentó ante sus hijos como la Madre del Creador y conservador de todo el universo; que viene a su pueblo porque quiere acogerlos a todos, indios y españoles, con un mismo amor de Madre.
En estos casi quinientos años de historia los mexicanos han sentido como dirigidas a su corazón las palabras que pronunció María de Guadalupe a Juan Diego: «¿No estoy aquí yo, que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿Y no estás en el hueco de mi manto, en donde se cruzan mis brazos? ¿Tienes necesidad de alguna otra cosa?».