Grace Boland, de 27 años, habla de lo curioso de su encuentro en este santuario mariano
Grace Boland es joven, tiene tan sólo 27 años, pero ya en su vida ha podido experimentar una importante conversión gracias a la Virgen y a la providencia que la llevó por meras cuestiones burocráticas a Japón, y una vez allí a Akita, lugar en el que María se apareció en la década de 1970.
En medio del desorden, Dios y la Virgen ordenaron su vida
A la vuelta era otra persona, experimentó el amor de Dios y de la Virgen por lo que su vida hasta entonces desordenada empezó a tener sentido. Tenía un novio musulmán y no vivía en castidad. Pero este encuentro con Dios la transformó. Ahora vive de nuevo en Irlanda llevando su fe a un país que tanto la exportó en su momento y tan necesitada está de ella en el momento presente
En su vida tampoco le ayudó el traslado de toda la familia a Australia, pues confiesa que fue “un tiempo raro, me sentía perdida e incómoda conmigo misma”. Pero ni siquiera Dios entraba en la ecuación de su vida ni siquiera para criticarlo: “No tenía una opinión sobre él, no significaba nada para mí”.
Pero además empezó a sentir “rabia” contra la Iglesia, por las informaciones que se publicaban sobre algunos miembros de la Iglesia y los delitos que cometían. “¿Cómo Dios podía permitir eso?”, se preguntaba.
Sin embargo, descubrió un aspecto del cristianismo que le generó un enorme interés y que más tarde sería fundamental en su conversión posterior: las apariciones marianas.
Y al fin llegó el momento. Ella habla de la “providencia de Dios”. Estaba en Australia pero tenía que salir del país para renovar su visado. “Iba a ir a visitar a mi hermano a América pero justo antes de comprar el billete todo se complicó, los precios subieron y pensé en ir a otro sitio. Tenía que salir del país tres semanas así que pensé en ir a Bali u otro sitio, pero entonces alguien me habló de Japón, busqué en Google vuelos y eran los más baratos que había así que fui a Japón”, relata la joven.
El viaje hasta las apariciones de Akita
La joven no estaba tampoco demasiado convencida. Ya en Japón dudó mucho sobre visitar Akita. “El día anterior no sabía si iría, incluso esa mañana estaba dividida, pero finalmente fui. Cogí el tren hasta allí, era un lugar muy apartado y fue muy complicado llegar, pero fue increíble”, confiesa.
Ella misma asegura que allí “sentí el amor de Dios de una manera muy personal y todo cambió”. Supo que la imagen había llorado, pero tampoco el entorno era espectacular. Sin embargo, Grace se sintió cautivada en aquel lugar.
Al fin –añade esta joven irlandesa- “empecé a rezar y a llorar, fue como una eternidad y ni siquiera sabía por qué lloraba. Pero fue un momento muy especial y algo en mi corazón cambió”.
De este modo, a su regreso a Australia ya no era igual. “Me di cuenta –relata- que mi manera de vivir no era la correcta. Y quedé tan horrorizada por mi modo de vida que pensé que no podía seguir ofendiendo así al Señor. Me había criado católica pero desconocía muchas cosas, como con respecto a la pureza”.
En aquel momento tenía una relación con un chico musulmán, y aunque ya no están juntos, él se acabaría convirtiendo sin pretenderlo en un instrumento para que Grace afianzara su fe católica descubierta en Akita.
El descubrimiento de la castidad y de los sacramentos
“Me afectó en mi religión. Dios utiliza todas las situaciones. Este chico levantó mi curiosidad porque me preguntaba las diferencias entre nuestras religiones y me hizo tener más curiosidad sobre mi propia religión”, cuenta.
Su conversión se produjo justamente en un momento en el que este novio no estaba tampoco en Australia. Grace explica que en ese periodo “creció mi amistad con el Señor” y cuando él regresó a Australia “yo quería ser casta, él al principio lo respetó pero ya no era igual y después me di cuenta de que la relación no era verdadera”.
La relación con Dios ha ido creciendo en todo este tiempo y ella reconoce que “estando con el Señor me he dado cuenta de que es Él el que te da el amor, yo mendigaba este amor y nadie podía saciar esta carencia. Pero si le tengo a Él todo va bien”.
Esta conversión le ha hecho “sanar” muchas heridas y descubrir también la enorme misericordia de Dios. “Me hace comprender mis pecados para sanarme y llevarme a la confesión”, que junto a la Eucaristía ha descubierto unas armas poderosas en su favor.