Sandra Ferrer
Setenta y cinco años después de la liberación del campo de exterminio para mujeres de Ravensbrück, recordamos a una de sus supervivientes, Milena Zambon, quien hizo de la fe su salvavidas
El 30 de abril de 1945, las mujeres prisioneras de Ravensbrück, despertaban de una larga y agónica pesadilla. El campo de concentración femenino creado por los nazis a unos cien kilómetros de Berlín, en la bonita localidad de Ravensbrück, fue el centro de exterminio para mujeres más grande construido por el nazismo, después de la sección femenina de Auschwitz-Birkenau.
Desde su creación en la primavera de 1939, miles de mujeres perdieron su vida allí. Las que sobrevivieron, tardaron mucho tiempo en olvidar el horror. ¿Cómo sobrevivir a una experiencia así? No siempre es fácil encontrar la respuesta pero Milena Zambon la encontró en la oración.
Nacida en Malo el 13 de diciembre de 1922, hija pequeña de una extensa familia de ocho hermanos, Milena no se quedó de brazos cruzados cuando el fascismo empezó a extenderse por su Italia natal. Acudió a la llamada del padre Plácido Cortese, un sacerdote franciscano que coordinaba una organización de la resistencia italiana conocida como “Cadena de Salvación”. Cortese y su equipo se dedicaban a ayudar a huir a ex-prisioneros aliados, judíos y todas aquellas personas que se sentían amenazadas por el sinsentido de los totalitarismos.
Milena sabía que aquella no era una actividad sencilla, era plenamente consciente que ponía en juego su propia vida para salvar las de los demás pero tenía una aliada que la ayudaba a no rendirse. En sus memorias, Milena aseguraba que se entregó a “Nuestra Señora, volviéndome hacia ella con ciega confianza en todas mis necesidades”.
En 1944, en una de sus acciones, Milena fue descubierta. Llevada a distintas cárceles del norte de Italia, fue torturada sin que sus carceleros consiguieran que delatara a ninguno de los miembros de la “Cadena de Salvación”. Milena sobrevivió a la tortura pero no fue liberada. De Italia, fue trasladada a más de mil kilómetros al norte, en Alemania.
En Ravensbrück, Milena fue testigo de las más horribles aberraciones contra la humanidad. Lejos de rendirse, además de dar consuelo a sus compañeras, Milena encontró en la oración una fuerza incalculable de energía que nadie le podía arrebatar.
Meses después de su llegada a Ravensbrück, Milena fue testigo de la llegada de las fuerzas aliadas que liberaron el campo a finales de abril de 1945. A sus veintitrés años, había visto cosas terribles y se encontraba lejos de su hogar. El camino de vuelta a casa fue igualmente penoso. Enferma, exhausta, atravesó media Europa siendo testigo de la devastadora consecuencia de la guerra que aún no había terminado.
Finalmente, tras mucho esfuerzo, Milena consiguió encontrarse con sus seres queridos. Había sobrevivido a uno de los episodios más terribles de la historia de la humanidad y vivía para contarlo. Pero su vida ya no sería la misma.
Atribulada por las experiencias vividas en su propia piel, Milena sufrió una crisis existencial; perdida en un mundo que intentaba despertar de la pesadilla, pasó unos años intentando encontrar su destino. En 1948 lo encontró en el monasterio de clausura de Sant’Antonio in Polesine en Ferrara. Tomó los hábitos y se convirtió en monja benedictina como hermana Rosaria.
Pocas personas eran conocedoras de su historia. No quería ser considerada una heroína. Quería vivir una vida de entrega a Dios en paz y armonía con su comunidad. Pero sus superioras sí que deseaban que el mundo conociera su testimonio de vida, de coraje y valentía, y la animaron a que escribiera sus memorias. Fue gracias a la insistencia de sus hermanas que el nombre de Milena Zambon y su ejemplo de vida traspasó los muros de Sant’Antonio, su hogar hasta que dejó este mundo, en 2005.