Antes de que lo pensaras, Él te hizo su hijo al decirle “mujer, mira a tu hijo” antes de decirte “ahí tienes a tu Madre”
Dios nos da a la Virgen María, así como la escogió para Él. Él nos la confía, así como Él se entrega a ella. Dios le da a María, en nuestras vidas, el lugar que Él le da en su vida.
¿Quién nos revelará este lugar?
Ni nuestra imaginación ni nuestros sentimientos, sino nuestra fe en la Palabra, “concebida por el Espíritu Santo y nacida de la Virgen María”.
Todos somos hijos de María para siempre
Más que nadie, María extrajo de su Hijo la vida que tiene por misión difundir. También nació de la Redención. Concebida inmaculada por la virtud de la Cruz, aquí está tras su vida terrena, introducida en cuerpo y alma en la Morada del Rey, en la parte más íntima de nuestro ser. ¿Cómo podría estar lejos cuando Dios mora en nosotros?
Recluida en Dios y entregada a los hombres, María está muy cerca de nosotros en la gloria de su Asunción. En la parte más secreta de nosotros mismos, ella es para siempre la persona en la que el Espíritu de Dios da forma a todo el Cuerpo, la Iglesia en la que nos convertimos constantemente.
Así que no hagamos de María una pequeña devoción entre otras. Está más allá de las devociones, incluso de aquellas que nos parecen las mejores.
Las devociones pasan, la maternidad de la Virgen María no pasa. Con Dios, somos sus hijos para siempre. Recibámosla con fe, como san Juan la recibió del propio Jesús en la Cruz.
Invitamos a María a nuestro hogar, no sólo en nuestra sensibilidad o espiritualidad, sino en nuestro Credo: confesemos a Cristo, con toda la Iglesia, “concebido por el Espíritu Santo y nacido de la Virgen María”.
Amor maternal sin límites y sin juzgar
Algunos días, María no nos parecerá oculta sino velada… Es la señal más clara de que ella está allí, silenciosa pero atenta como una madre para su hijo.
¿Seremos capaces de descubrirla incluso en las profundidades de esta desolación que a veces nos abruma? Cuanto más nos aplasta la aflicción, más se muestra como madre.
Cuando la noche es oscura, su presencia brilla mejor. Virgen del Sábado Santo, no necesita nuestras palabras para comprendernos.
Le basta una simple mirada, un simple movimiento de nuestro corazón. A la luz de Dios, es capaz de detectar y animar en nosotros hasta el más pequeño movimiento de conversión.
El más mínimo gesto, el más mínimo pensamiento puede convertirse, gracias a ella, en el nacimiento de Cristo. Ninguna tragedia, ninguna crisis pone en jaque su maternidad…
Al contrario, parece que, a través de ella, Dios ha permitido que todo el caos se convierta en gestación. En las profundidades de nuestra angustia, puede que nunca hayamos estado tan cerca de ella.
¿Todo se está desmoronando a nuestro alrededor? Ahora es el momento de confiar en Dios.
Es en ella que lo encontraremos, porque es de ella que Él toma Su debilidad para compartir la nuestra en todas las cosas, excepto en el pecado.
María es la madre de la misericordia. Ante nuestro pecado, el corazón de su madre no se escandaliza, se deja desgarrar por un poco más de vida.
Confiemos a María todas nuestras preocupaciones
Al pie de la Cruz, Ella está de pie. La compasión que abre su corazón revela las profundidades de nuestro corazón para arrancar todas las semillas de la muerte.
La espada que la hiere libera las corrientes de vida que su Hijo derramó por toda la humanidad. Madre de todos los que viven por el poder del Espíritu Santo.
Oremos a ella sin cesar, sin buscar palabras bonitas. Oremos a Ella como hijos que hablan a su madre, sin querer hacer hermosas frases, sino simplemente revelándole nuestro corazón. Oremos a ella con audacia y confianza, seguros de ser escuchados, comprendidos, incluso descifrados.
Digámosle a menudo que la amamos. No tengamos nunca miedo de molestarle con nuestras peticiones, incluso para las cosas más pequeñas, porque muy a menudo son sólo pequeñas en apariencia.
Ofrecidas a María, se convierten en obra del Espíritu. María pone su alegría en concedernos incluso más allá de nuestros deseos.
Nada de lo que nos afecta la deja indiferente. Ningún detalle de nuestras vidas, por pequeño que sea, se le escapa. Ella ve consecuencias que probablemente todavía no conocemos.
Cuando la Virgen María ejerce su poder de intercesión
¿Falta el vino de la fe? ¿Ya no tenemos ninguna esperanza? ¿No sabemos cómo amar? La Virgen María aprovecha cada ocasión para perfeccionar nuestra docilidad al Espíritu de su Hijo:
“Hagan todo lo que él les diga” (Jn 2,5).
Todo es bueno para él para transformar nuestra escasez en abundancia. Así, poco a poco, sin darnos cuenta, cada latido de nuestro corazón alaba a Dios al ritmo de su Magnificat. Hagamos lo que hagamos, en cualquier lugar que estemos, su compañía nos entrega a Dios.
Ofrezcámonos enteramente a la claridad de María, para que la luz de Cristo resplandezca en nosotros. Confiemos en ella todas nuestras preocupaciones y proyectos. Pidámosle que haga lo que quiera con esto. Pongámonos en sus manos para que ella pueda cuidar de nosotros, sus hijos.
Por monseñor Louis Sankale