Los tres días que cambiaron las historia de América
Del 9 al 12 de diciembre la Santísima Virgen, en su advocación de Guadalupe, se apareció, conversó con él, lo buscó cuando pretendía escabullirse para salvar a su tío Juan Bernardino, y mandó a san Juan Diego Cuauhtlatoatzin a que le llevara al obispo (fray Juan de Zumárraga) una señal de que era ella de verdad y que quería que le construyeran una “casita de oración” para acoger a su pueblo, a los indígenas y a todos los hombres.
La señal era un puñado de rosas que, misteriosamente, crecían en diciembre y en la parte pedregosa del cerro del Tepeyac. Esas rosas, al ser desparramadas frente al obispo, dejaron plasmada en la tilma de san Juan Diego la venerada imagen que ahora recibe 22 millones de fieles cada año en la Basílica construida en su nombre en Ciudad de México.
El misterio de la unidad indisoluble entre un indígena y la Virgen
El sacerdote mexicano Prisciliano Hernández, autor de un manual introductorio a los estudios sobre la Virgen de Guadalupe y experto en el acontecimiento guadalupano, ha enfocado ahora su trabajo en la figura del indígena Juan Diego Cuauhtlatoatzin y en su santidad, saliendo al paso de quienes niegan, incluso, la existencia del vidente.
En su nueva investigación, Hernández subraya que los expertos que participaron en la Positio coinciden en destacar la vida de santidad de Juan Diego Cuauhtlatoatzin, sus virtudes eminentes y señalan que el hecho de que fuera enterrado en la Ermita primitiva difícilmente podría haberse realizado para quien no tuviese fama de santidad.
El asunto de la santidad de Juan Dieguito –como le llamaba cariñosamente la Virgen—no es menor: era un indígena humilde, escogido como intérprete del mensaje de la “madre del verdaderísimo Dios” para todo un pueblo. Su santidad puede ser vista desde una visión de unidad indisoluble respecto a Guadalupe, valiosa para entonces y para la actualidad.
Conocer la “otredad” y respetarla desde la fe
“San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, vivió en un contexto de desastre por el encuentro violento de dos culturas”, dice en su nueva investigación el padre Hernández. Citando a otro sacerdote mexicano, el padre Pedro Alarcón, señala que los europeos fracasaron al no reconocer la “otredad” del indígena.
Cristóbal Colón no conoce al indígena y no lo ama; Hernán Cortés conoce al indígena en forma refinada y no lo ama; fray Bartolomé de Las Casas ama al indígena pero no lo conoce; los misioneros etnógrafos aman y conocen al indígena pero les invade el pesimismo ante su conversión.
Y apunta el sacerdote miembro de los Operarios del Reino de Cristo, citando al padre Alarcón, que solo el acontecimiento de la aparición de la Virgen de Guadalupe dio inicio a una verdadera evangelización. “La Virgen de Guadalupe funda la fe desde el respeto al indígena, como igual, no idéntico (…) Desde Guadalupe se tiene un modo nuevo de vivir la fe; conduce a una nueva conciencia eclesial y social”.
Un mensaje de ayer y del Papa Francisco
San Juan Diego transmitió –con esa inmensa memoria de tradición oral de los indígenas mexicas—todo el contenido del mensaje de la Virgen a Antonio Valeriano (alumno del Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, fundado en 1536 por los franciscanos), quien después lo plasmó en el documento que se conoce como el Nican Mopohua “Aquí se narra”), escrito en náhuatl, el idioma en que dialogaron en el Tepeyac.
Estudiado a fondo, explica el padre Hernández, se observa el verdadero proceso de inculturación del Evangelio tanto por la palabra como por la imagen de la Santísima Virgen de Guadalupe. “Desde este encuentro se tiene el paradigma del encuentro de todo ser humano con el Dios vivo, el Dios por quien se vive desde y con la Santísima Virgen María”.
La comunidad indígena con su cultura desbastada y su filosofía pulverizada se convierte en la primera comunidad que recibe este mensaje. El Papa Francisco al decir que “el mensaje de la Virgen de Guadalupe, es mi mensaje y el mensaje de toda la Iglesia”, expresa como ningún otro Papa, según el padre Hernández, “el alcance del mensaje de la Virgen del Tepeyac”.
El “molde” guadalupano en san Juan Diego
El padre Hernández señala que san Juan Diego aceptó ser el recadero de la Virgen, por su buena disposición a la verdad, a la bondad y al Espíritu Santo; “es decir, la fe cristiana vivida y proclamada ejemplarmente por los misioneros franciscanos”. Luego señala que el indígena fue elegido por Dios “y formado santo por la Santísima Virgen de Guadalupe”.
Se trató de una comunión- alianza con la Virgen y san Juan Diego fundadora de una nueva realidad: “dos en un solo ser, dos en una historia, dos en una vida, paradigma de lo que debe de ser el cristiano nacido en las entrañas de la Virgen María de Guadalupe-Iglesia, y permanentemente engendrado por Santa María”, añade el padre Hernández.
Y termina su reflexión diciendo que si el “molde” de san Juan Diego es la Santísima Virgen, “esto lo llevó a que fuera plenamente hijo del Padre y hermano de Jesucristo, transportado a unas relaciones interpersonales e inefables con la Santísima Trinidad, propias de un contemplativo que ha llegado al culmen de su experiencia mística en la tierra y después en la visión y participación beatífica en la Gloria”.