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Philip Kosloski - publicado el 22/06/24
 
Cuando la Iglesia canta un himno mariano o reza una oración a María, casi siempre hay dos partes bien diferenciadas: engrandecer y confiar Si alguna vez has prestado atención a los himnos y oraciones a María, habrás visto que cada uno de ellos sigue un modelo particular.  

El Catecismo de la Iglesia Católica separa el patrón en dos "movimientos" distintos:

"A partir de esta cooperación singular de María a la acción del Espíritu Santo, las Iglesias han desarrollado la oración a la santa Madre de Dios, centrándola sobre la persona de Cristo manifestada en sus misterios.

En los innumerables himnos y antífonas que expresan esta oración, se alternan habitualmente dos movimientos".

Engrandecer al Señor

Uno “engrandece” al Señor por las “maravillas” que ha hecho en su humilde esclava, y por medio de ella, en todos los seres humanos

CEC 2675

Tanto el Magníficat como el Ave María contienen este primer movimiento.

 

Oración de intercesión

El segundo confía a la Madre de Jesús las súplicas y alabanzas de los hijos de Dios, ya que ella conoce ahora la humanidad que en ella ha sido desposada por el Hijo de Dios.

CEC 2675

 De nuevo, el Ave María es un ejemplo perfecto de este segundo movimiento, comenzando así:

“Dios te salve, María (Alégrate, María)”. La salutación del ángel Gabriel abre la oración del Avemaría, donde es Dios mismo quien por mediación de su ángel, saluda a María.

CEC 2676

Y termina la oración con:

“Ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”. Pidiendo a María que ruegue por nosotros, nos reconocemos pecadores y nos dirigimos a la “Madre de la Misericordia”, a la Toda Santa. Nos ponemos en sus manos “ahora”, en el hoy de nuestras vidas. Y nuestra confianza se ensancha para entregarle desde ahora, “la hora de nuestra muerte”.  

Aunque estos dos movimientos no están en todas las oraciones marianas, este patrón se repite una y otra vez en muchas de las oraciones más populares que la Iglesia dirige a la bienaventurada Virgen María.