Mónica Muñoz - publicado el 10/05/24
La figura de María es fundamental para los católicos, pues entendemos que Dios la eligió para ser madre de su Hijo, pidiendo su consentimiento. Y después, su misión no terminó con la ascensión a cielo de Cristo, pues más allá de ser solamente el “recipiente” donde se gestó la Persona de Jesús, como burdamente algunos pretende reducirla, la intercesión de nuestra Señora se ha prolongado hasta el cielo y por la eternidad.
Al pie de la cruz
La santísima Virgen María había dado su “sí” al plan de Dios, decidida a enfrentar todas las adversidades que pudieran desencadenarse por su condición de virgen, que aún no vivía con su esposo. Se entregó completamente a la voluntad de su Señor. Fue madurando su decisión, pues había muchas cosas que meditaba en su corazón porque no las entendía, sin embargo, confiaba.
Y fue en la tremenda prueba de la cruz donde permaneció fielmente de pie hasta el último momento; ahí Jesús decidió entregarla como madre de todos los hombres, en la figura de san Juan:
“Junto a la cruz de Jesús, estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien Él amaba, Jesús le dijo: ‘Mujer, aquí tienes a tu hijo’. Luego dijo al discípulo: ‘Aquí tienes a tu madre’. Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa”. (Jn 19,25-27).
Celebramos su memoria después de Pentecostés
Durante muchos siglos, Santa María ha sido considerada Madre de la Iglesia. El Decreto sobre la celebración de la Bienaventurada Virgen María Madre de la Iglesia en el Calendario Romano General menciona que “esto estaba ya de alguna manera presente en el sentir eclesial a partir de las palabras premonitorias de san Agustín y de san León Magno”.
Benedicto XIV y León XIII utilizaron títulos equivalentes como Madre de los discípulos, de los fieles, de los creyentes, de todos los que renacen en Cristo.
Fue san Pablo VI, quien declaró a la bienaventurada Virgen María como Madre de la Iglesia el 21 de noviembre de 1964.
Pero fue el Papa Francisco quien, el 11 de febrero de 2018, estableció que la memoria de la bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia, fuera inscrita en el Calendario Romano el lunes después de Pentecostés y sea celebrada cada año, para gloria de Dios.