Cómo Santiago llegó a España, el santo patrón al que la Virgen se le apareció en carne mortal
Durante siglos, los restos del apóstol estuvieron perdidos. Después de varias noches de lluvia de estrellas, un eremita llamado Pelayo vio un resplandor en el lugar donde reposaban
Santiago fue el primero de los doce en salir de Jerusalén. Su camino le llevó al mismísimo fin del mundo, nada menos que a Hispania.
No se sabe si su caballo era de verdad blanco, al igual que tampoco se han encontrado muchos restos arqueológicos que indiquen que durante su estancia en la península se construyeran iglesias, ni un gran rastro de bautizados a su paso; la Real Academia de la Historia indica que todo lo que se cuenta sobre su vida, aparte de lo escrito en los Hechos de los Apóstoles y en algunos Evangelios sinópticos, son conjeturas con más o menos fundamento.
Los relatos del Brevarium Apostolorum del siglo VI, de san Isidoro en el VII y del Beato de Liébana un siglo después, sitúan al apóstol en distintos puntos de España como evangelizador. Recibió la visita de la Virgen en Zaragoza y en Muxía para darle ánimos cuando sus fuerzas flaqueaban. En aquel entonces, María todavía vivía, y lo hacía con Juan en Éfeso. Fue sobre un pilar donde la madre de Jesús se presentó ante Santiago y de ahí que todavía hoy se la conozca como la Pilarica. Testimonio de su visita dejó el pilar de jaspe que hoy se guarda en la basílica.
El mayor era hijo de Zebedeo y Salomé, y hermano de Juan. De su biografía no se conocen muchos más datos concretos. Puede que naciera en Betsaida en el año 5 a.C., y murió en el 44 d.C. cuando Herodes le «hizo pasar a cuchillo», como cuentan los Hechos de los Apóstoles (Hch 12, 2). No se tiene información tampoco de su fecha de llegada a España. Su viaje evangelizador arrancó tras Pentecostés. Santiago cruzó el Mediterráneo y llegó a la Gallaecia después de pasar las Columnas de Hércules. En este trayecto, según fray Gerónimo de la Concepción fue Santiago quien consagró el Templo de Hércules, en Sancti Petri, a san Pedro.
Otra tradición ubica su llegada en Tarraco, desde donde habría subido por el Ebro hasta la vía romana que conectaba con la cordillera cantábrica, hasta la actual La Coruña. Otra versión localiza la llegada del apóstol en Carthago Nova(Cartagena), desde donde habría ido subiendo.
Sea como fuere, la evangelización le ha valido el título de santo protector de España. Pero no lo hizo solo. Antes de su vuelta a Jerusalén, Santiago nombró siete Varones Apostólicos, a quienes la tradición sitúa con él cuando la Virgen se le apareció en Zaragoza. Ellos son: Torcuato, Tesifonte, Indalecio, Segundo, Eufrasio, Cecilio y Hesiquio o Isicio.
Después de su muerte, dos de sus seguidores, Teodoro y Atanasio, rescataron sus restos y los llevaron en un último viaje por mar –la traslatio– de vuelta hasta Galicia, allí donde primero había evangelizado. Cuenta la leyenda que la embarcación, completamente de piedra, no necesitaba tripulación ni guía. Atravesaron la Ría de Arousa y atracaron en Iria Flavia.
Allí gobernaba la Reina Lupa, profundamente anti cristiana, a quien pidieron Teodoro y Atanasio unos bueyes para continuar su camino con los restos del apóstol. Ella engañó a los discípulos haciéndoles creer que los animales transportarían a Santiago a su tumba, cuando eran realmente toros bravos. Cuenta la leyenda que los toros se amansaron ante el cuerpo del apóstol, hecho que derivó en la conversión de la Reina Lupa y en el entierro del cuerpo de Santiago el Mayor en un lugar seguro.
Durante siglos, el apóstol estuvo perdido. Después de varias noches de lluvia de estrellas fugaces, un eremita llamado Pelayo, que vivía en el monte Libredón, vio un resplandor. Era el año 813. La leyenda cuenta que una noche se le apareció Santiago en un sueño, revelándole que las estrellas que veía le estaban indicando la ubicación de la tumba del apóstol.
Pelayo fue hasta allí y descubrió la tumba, el Arca Marmóricaque había quedado siglos atrás al cuidado de Teodoro y Atanasio. Cuando los hechos llegaron a oídos del Rey Alfonso II el Casto, puso rumbo a Compostela para confirmarlo. El Monarca se convirtió así en el primer peregrino en andar el Camino de Santiago.
En la ciudad, mandó construir una iglesia, que tan solo duró en pie cuatro décadas por la gran afluencia de peregrinos. Alfonso III ordenó levantar otro templo mayor, y así se sucedieron los hogares para acoger los restos del apóstol hasta 1211, cuando se consagró la catedral de Santiago que hoy sigue en la compostelana plaza del Obradoiro.