Sor Lucía de Fátima nos recuerda la importancia del sacrificio y la oración en estos días santos. En su libro «Llamadas», explica que debemos ofrecer todo como acto de reparación por los pecados y súplica por la conversión de los pecadores. Los sacrificios pueden ser físicos, espirituales, materiales, intelectuales o morales.
(NCRegister/InfoCatólica) Haríamos bien el Viernes Santo y el Sábado Santo al considerar lo que Sor Lucía de Fátima tiene que decir sobre el ayuno y el sacrificio. Ella tiene una manera de hacer apetecible lo que algunos consideran desagradable, así que empecemos con una pequeña base, y luego veamos algunas sugerencias claras y sencillas.
Sor Lucía comienza recordándonos que debemos «ofrecer constantemente oraciones y sacrificios al Altísimo». Esto enfatiza un mensaje de Nuestra Señora de Fátima que tiende a ser pasado por alto: la petición de sacrificio. En su libro «Llamadas» del Mensaje de Fátima, la Hermana Lucía explica que Nuestra Señora quiere que «hagáis de todo lo que podáis un sacrificio, y lo ofrezcáis a Dios como acto de reparación por los pecados que le ofenden y en súplica por la conversión de los pecadores».
Recordad que la Virgen dijo a los niños
Haced sacrificios por los pecadores, y decid a menudo, especialmente mientras hacéis un sacrificio: «Oh Jesús, esto es por amor a ti, por la conversión de los pecadores y en reparación de las ofensas cometidas contra el Inmaculado Corazón de María».
Lucía sienta estas bases y luego entra en detalles:
Nos recuerda que los sacrificios pueden ser físicos, espirituales, materiales, intelectuales o morales. Tenemos que estar dispuestos a aprovechar las oportunidades que se nos presentan. Debemos estar especialmente dispuestos a hacer sacrificios «cuando así se nos exija para cumplir nuestro deber para con Dios, para con el prójimo y para con nosotros mismos». Este consejo procede de sus segundas memorias, en las que dice al obispo José Alves Correia da Silva:
«El buen Dios mismo... se queja amarga y dolorosamente del escasísimo número de almas en gracia dispuestas a resignarse a lo que se les exige en la observancia de su ley».
Luego dice que Nuestro Señor le dijo:
«El sacrificio que todo hombre debe imponerse es llevar una vida de rectitud en la observancia de su ley ... porque muchos juzgan el sentido de la palabra penitencia en una gran austeridad, no se sienten con fuerzas y gusto para hacerla y se desaniman en una vida de debilidad y pecado. ... El sacrificio que se exige a toda persona es el cumplimiento de sus deberes en la vida y la observancia de mi Ley. Esta es la penitencia que ahora busco y exijo».
Lucía señala que uno de nuestros sacrificios será a veces «la cruz de nuestro trabajo diario». Estas dificultades «debemos aceptarlas con serenidad, paciencia y resignación».
¿De qué magnitud deben ser nuestros sacrificios?
Para contrarrestar cualquier idea equivocada sobre el tamaño de los sacrificios, Lucía explica:
«El hecho de que sean pequeños en sí mismos no los hace menos agradables a Dios y también muy meritorios y ventajosos para nosotros, porque por medio de ellos probamos la delicadeza de nuestra fidelidad y de nuestro amor a Dios y al prójimo. Hacer esos pequeños sacrificios nos enriquece con la gracia, nos fortalece en la fe y en la caridad, nos ennoblece ante Dios y ante el prójimo, y nos libera de la tentación del egoísmo, de la codicia, de la envidia y de la autoindulgencia».
La Hermana Lucía se hace eco de la Doctora de la Iglesia, Santa Teresa de Lisieux, y enseña un curso magistral de sacrificio que cualquiera y todos pueden seguir y tener éxito.
Santa Teresa dice que los pequeños sacrificios, los que parecen incluso insignificantes, tienen un gran impacto. Ella decía: «Prefiero la monotonía del sacrificio oscuro a todos los éxtasis. Recoger un alfiler por amor puede convertir un alma».
La hermana Lucía subraya también que el sacrificio es tanto más necesario cuanto más evitemos transgredir los Mandamientos de Dios para evitar el pecado. «Renunciar a todo lo que pueda hacernos pecar es el camino de la salvación», afirma.
Por dónde empezar
Lucía escribe sobre varias cosas en las que concentrarse: Oración, templanza, modestia y caridad.
La oración. Rezar con fe y atención. Evitar en lo posible las distracciones. Estamos hablando con Dios, así que reza con confianza y amor.
Esto puede significar sacrificar «un poco de nuestro tiempo de relajación», dijo Lucía. Quizá levantarnos un poco antes por la mañana para asistir a Misa a diario o un par de días más. Apagar la televisión o la radio y rezar el Rosario. O reserva otro momento para rezar el Rosario.
Y no olvides comenzar cada mañana con la tradicional Ofrenda Matutina, porque a través de ella ofrecemos a Dios todo lo que hacemos y soportamos a lo largo del día.
Comida y bebida. Lucía nos aconseja «ofrecer a Dios el sacrificio de algún pequeño acto de abnegación en la comida, pero no hasta el punto de perjudicar la fuerza física que necesitamos para realizar nuestro trabajo». La moderación es la respuesta.
Lucía da algunos consejos para empezar. Elegir una fruta, un postre o una bebida que no nos guste especialmente, en lugar de nuestros favoritos habituales. Aguantar un poco más la sed antes de tomar una copa. Evitar beber en exceso o abstenerse del alcohol. En una comida, no coger las mejores partes, dejarlas para los demás.
La ropa. Lucía comienza con una visión inesperada del sacrificio en el vestir, que, según ella, no sólo podemos, sino que debemos hacer: soportar un poco de calor o de frío sin quejarnos. Si hay otras personas en la habitación con nosotros, dejar que abran o cierren ventanas y puertas como prefieran.
Vestir modesta y decentemente. Abstente de las modas que no concuerden con las virtudes de la modestia y la decencia. Esto es muy importante, explica Lucía, «para que nosotros mismos no seamos, por nuestra forma de vestir, causa de pecado para los demás, teniendo en cuenta que somos responsables de los pecados que los demás cometen por nuestra culpa». Para evitar estas tentaciones, debemos ser siempre cautos con lo que vemos en la televisión y en el cine, en los anuncios y en las revistas.
Comportamiento. No quejarse. Soportar las pequeñas molestias en nuestro camino diario. Quizá sea una palabra desagradable para nosotros, o irritante o desagradable. O quizá sea que nos pasen por encima, nos ignoren, nos olviden o nos rechacen.
No importa lo que sea, dice Lucía, déjalo. Ofrécelo a Dios como un sacrificio. Debemos dejar pasar estas cosas «como si fuéramos ciegos, sordos y mudos, para que de hecho podamos ver mejor, hablar con mayor certeza y oír la voz de Dios». Dejemos que los demás «parezcan salirse con la suya». Lúcia dice «parezcan» porque «en realidad el que prevalece es el que sabe callar por amor a Dios. Deja alegremente que los demás ocupen los primeros lugares. Que disfruten y se lleven el mérito del fruto de nuestro trabajo, de nuestros sacrificios... de las cosas que nos han quitado».
Lúcia nos anima incluso a dar un paso más. Nos anima a «soportar de buen grado la compañía de los que no nos gustan o nos resultan desagradables, de los que nos llevan la contraria, nos molestan y nos atormentan con preguntas indiscretas o incluso desagradables».
¿Cómo debemos reaccionar ante esas personas? «Retribuyámosles con una sonrisa, una pequeña acción amable hecha por ellos, un favor perdonando y amando, con los ojos fijos en Dios», enseñó Lucía. «Esta negación de nosotros mismos es a menudo la más difícil para nuestra naturaleza humana, pero es también la más agradable a Dios y meritoria para nosotros mismos».
Lo que nos lleva de nuevo a la oración a Dios, donde obtenemos la gracia y la fuerza necesarias para hacer los sacrificios que se nos exigen en nuestra vida diaria. Al hacerlo, cumplimos la petición de Fátima de «hacer de todo lo que podáis un sacrificio y ofrecerlo a Dios como acto de reparación por los pecados que le ofenden y en súplica por la conversión de los pecadores».
Al ofrecer estas cosas día a día, fíjate cómo nuestros sacrificios conducen a bendiciones también para nosotros. La gula da paso a la moderación y la templanza. Avanzamos en modestia, paciencia, perseverancia, humildad, resistencia, esperanza y caridad. Las virtudes crecen, y nosotros nos acercamos más a Dios, con quien seremos felices para siempre en la otra vida.